En el año 2013 tuvo lugar el mayor ataque orquestado contra la Educación y la Cultura en la historia reciente patria. El jenízaro que lo pergeñó: el de infausto recuerdo, José Ignacio Wert, el peor ministro de Educación y Cultura de toda la Democracia.
Él y sus mentores parieron el íncubo de la L.O.M.C.E., Ley Orgánica de (presunta) Mejora de la (presunta) Calidad Educativa. A rebufo del talibanismo neoliberal imperante en la Europa de Merkel, decidieron extirpar de escuelas e institutos todo aquello que no fuera “inmediatamente útil”, todo aquello que hiciera pensar a los ciudadanos y que los volviera más humanos o embelleciera, con las diversas facetas del arte, su existencia. Así, se vieron arrinconadas, cuando no arrambladas, materias como Filosofía, Latín, o Griego, entre muchas otras.
Todos los estudiantes matriculados en las aulas españolas debían ser lumbreras en economía y en creación de empresas, amén de darles sopas con ondas en inglés a los comadrones de esta ley, a los que ya vemos desenvolverse en otras lenguas cuando los mandamos por el mundo. España debía morir como un país científico, artístico o humanista y renacer como una nación de camareros, fulanas y tenderos, para servir en su propio idioma a las hordas de turistas “solyplayeros” que nos vomitara la Europa calvinista.
Los profesores, compelidos a ser grises contables de manguito y antiparras, que renunciaran a convertirse en maestros de vida y se dedicaran a contabilizar los miles de estándares de aprendizaje y necedades semejantes, que los ideólogos de esta ley, desertores de la tiza, parieron sin haber pisado en decenios la trinchera de un aula.
Entre otras barbaridades, se emprendió la cruzada que liberaría, primero, a España y, luego, a Europa del Griego y de todo lo que oliera a Grecia, país sumido en una sangrienta crisis económica y vital, a la que la habían arrastrado sucesivos desgobiernos de populares y socialistas helenos.
El ministro Wert, acreedor del epíteto Wertfemo, en clara referencia a cierto cíclope, pretendía amputar el griego y su cultura y arrojarlos al lodazal de la memoria. El griego, un idioma que ha venido hablándose y escribiéndose sin interrupción durante más de 3700 años, lo que lo convierte en la lengua más venerable de Europa. El griego, la lengua que usaban los dioses. La lengua en la que Homero nos enseñó a soñar, la lengua en la que Sófocles nos hizo rebelarnos con Antígona ante un tirano inhumano. La lengua en que Solón, Clístenes y Pericles sentaron los cimientos de la Democracia.
En su obtusa ignorancia las élites gobernantes desprecian que fue Grecia la que dio nombre a este ingrato continente: Europa, la de ancho rostro, llamada así en honor a la princesa homónima raptada en Fenicia y traída a Creta por Zeus, travestido en un toro blanco. Ningunean que fue en Atenas donde se inventaron tanto la democracia como el teatro. Que griegos como los médicos Hipócrates y Galeno sentaron las bases de la medicina moderna, en cuyo homenaje se calcula que hay unos 75.000 vocablos sanitarios de origen heleno y que un médico que se precie ha de conocer unos 25.000 en su práctica diaria. No es lo mismo padecer una aquileitis que una inflamación en el zancarrón.
Intentan esconder que los filósofos presocráticos o los mismísimos Sócrates, Platón y Aristóteles pusieron al hombre ante sí mismo y lo introdujeron en los laberintos de una existencia meditada, algo que nos aleja del animal consumista y acrítico en el que quieren convertir al ciudadano actual. En su estulticia ignoran que matemáticos griegos como Euclides, Tales o Pitágoras fueron los padres de las matemáticas actuales, por lo que en esta ciencia abundan helenismos como hipotenusa, cateto, trigonometría, isósceles…Que, en fin, otros científicos como Arquímedes o Eratóstenes, el primero en hacer una medición muy aproximada de la circunferencia de la Tierra, ¡en el siglo III a.C.!, comunicaron al mundo sus descubrimientos en griego.
Por todo ello, este ataque despiadado a esta lengua y a su cultura nos deja huérfanos, aparte de mostrar una ingratitud y una ignorancia supinas. Ante esta tesitura en el modesto instituto de enseñanza secundaria en el que intento ganarme las habichuelas, en el meollo de la huerta de Murcia, quisimos dar un golpe en la mesa y dejar patente que no éramos unos desagradecidos y que reconocíamos a la Hélade todo aquello que nos dio y que aún nos puede seguir enriqueciendo. Además, el propio don Miguel de Cervantes, otro de mis maestros venerados, dejó dicho que la ingratitud era hija de la soberbia. Con el solo deseo de hacer justicia, pues, decidimos rodar un vídeo, Gracias, Grecia, y subirlo a las redes sociales para concienciar a nuestro entorno de la inmensa deuda que tenemos para con ellos. El arte del director Pedro Pruneda hizo que éste se convirtiera en viral (lleva más de 700.000 visitas en YouTube) y que traspasara fronteras, siendo recogido en todos los informativos helenos y en bastantes hispanos.
Las vivencias que los hacedores del vídeo y alguno de sus intérpretes vivimos tanto en Grecia como en España quedarán grabadas a fuego en aquellos que hicimos gala de la lección huertana que reza “es de bien nacidos ser agradecidos”. Baste reseñar que, en un viaje organizado al país heleno, fuimos agasajados con cenas, recibidos por dos ministros y enfrentados a entrevistas televisivas al pie de la Acrópolis de Atenas o a ruedas de prensa multitudinarias. Amén de que más de 80 de nuestros zagales y profesores fueron agasajados por el Embajador de Grecia en España en su propia morada. Algo surrealista, si no lo hubiéramos vivido en almas propias.
Como consecuencia de toda esta vorágine, el 18 de julio de aquel año fui invitado a la isla de Quíos para ser nombrado Ciudadano Honorario de ella y de las Islas Enusas. Un agradecimiento por haber ideado con Alfredo López y Pedro Pruneda el vídeo Gracias, Grecia, bajo el patrocinio de la Asociación Murciana de Profesores de Latín y Griego (AMUPROLAG) y la entusiasta colaboración de alumnos y profesores de mi instituto, el Ingeniero de la Cierva, de Patiño, en Murcia.
Según quiere la tradición, en Quíos nació el aedo Homero, quien, besado por la Musa, en estos lares bañados por el Egeo, ideó las dos primeras obras maestras de la literatura occidental: La Ilíada y La Odisea. Por eso, para un enamorado del mundo grecolatino, el ser nombrado Ciudadano Honorífico de Quíos es como si a un hispanista le dieran el Cervantes. Bueno… con una sustancial diferencia: en el caso griego, este honor no lleva ninguna recompensa en metálico y, además, has de pagarte tú mismo los billetes. De todas formas, me mostraré eternamente agradecido a los miembros de la Academia Homérica por haber pensado en este humilde profesor de huerta.
No me ruborizo al confesar que lloré al ver la Daskalópetra, la Piedra del Maestro, desde la cual, cuentan, el divino aedo dictaba sus lecciones y se empeñaba en que sus discípulos aprendieran de memoria los hexámetros que le iba susurrando la Musa, para luego aventarlos a los siete vientos. A los pies de este inmenso peñasco, que se yergue majestuoso a pocos metros del mar, había un santuario consagrado a la diosa Cibeles, cuyas ruinas, escasas, aún se pueden disfrutar.
Poco cuesta imaginarse a Homero, guiado por un lazarillo, acercarse al Egeo, que nunca pudo ver, para lavarse en él sus ojos ciegos. Y volví a llorar mientras me mojaba la cara teniendo Turquía al fondo, las Islas Enusas a mi siniestra. Contemplando que, tal y como nos describiera el ciego, el mar se teñía de vino cuando se acercaba el ocaso.
Tuve la suerte de conocer en la Academia Homérica a un grupo de españoles, que me hizo sentir orgulloso de ser compatriota suyo. Cuatro eran profesores de Clásicas y otros tres, alumnos que habían terminado 2º de Bachillerato de Humanidades y habían sido premiados por su excelencia traduciendo griego a acudir a esta isla. Gente de bien. Algo estrafalaria: se pasaban gran parte del día leyendo a Homero, estudiando griego moderno, levantándose al alba para ver cómo la Aurora Rhododactylos teñía el cielo con sus dedos de rosa, tal y como inmortalizó el aedo.
El día 21 se estrenó en el Homerion de la capital el nuevo vídeo dedicado al padre Homero y a la madre Hélade, editado por mi skinocetis Pedro Pruneda. Emocionante ver cómo el público, que abarrotaba la sala, interrumpía la proyección con aplausos y notar lágrimas en más de uno.
La Academia había ofrecido, como complemento a los cursos, unas visitas a los lugares más emblemáticos de la isla. En una de ellas acudimos al Museo Marítimo. Allí me pidió que me fijara en una vitrina en particular un viejo marino ya jubilado, que llevaba tatuada en su piel la sal de los mares todos y ahogaba su nostalgia de navegaciones ejerciendo de cicerone para los escasos turistas que tienen a bien visitar ese espacio. La vitrina estaba enseñoreada por una daga, que, como arma de guerra que era, no destacaba por sus filigranas. “Es la daga de Konstantinos Kanaris”, me dijo en perfecto italiano.
Ante mi cara de pasmado, pues no me sonaba de nada aquel Kanaris, me empujó hasta el mostrador y casi me forzó a comprar un libro que allí vendían, una obra de Constantinos E. Fragomichalos, The Massacres of Chios in 1822: which was the exact number of the victims, de la Editorial Alpha Pi. “Léalo y vuelva cuando lo haya hecho. Antes, vaya a ver los monasterios de Nea Moni y Agios Minas”, me despidió el lobo de mar, aún amoscado por mi ignorancia sobre el tal Kanaris.
El monasterio de Nea Moni, una joya bizantina encaramada en una montaña de la región central, es Patrimonio de la Humanidad. Cuenta con unos mosaicos contemporáneos a los de Santa Sofía fastuosos.
Pero, aparte de esta belleza arquitectónica, lo que más me impactó fue una capilla que hay nada más entrar al complejo, a la izquierda. En ella se exponen en una vitrina millares de cráneos y otros huesos humanos. Al principio, pensé que eran los restos de los monjes que habían fallecido en ese monasterio y maldije entre dientes la macabra costumbre, que compartirían con algunos cofrades católicos, de decorar capillas con los cráneos y tibias de sus muertos.
Me sacaron de mi error. Muchas de las calaveras eran de niños y de mujeres. Bastantes mostraban fracturas en el cráneo, que delataban una muerte violenta. Todos habían sido asesinados. Esos huesos, y los miles que se conservaban en la cripta, eran un testimonio de lo que se conoció como Las Masacres de Quíos.
Continuará
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