El 22 de diciembre termina en la BBC la primera temporada, ya renovada, de La materia oscura (His Dark Materials), la adaptación de la inicialmente trilogía, luego pentalogía y en el futuro hexalogía de Philip Pullman sobre universos paralelos, elegidos infantiles, el origen de la conciencia humana y concepciones alternativas de lo divino y lo humano. Es una de las sagas de fantasía y aventuras más ambiciosas de todos los tiempos, y hasta ahora solo contaba con una adaptación al cine del primer libro, La brújula dorada (The Golden Compass), que a pesar de contar con Nicole Kidman, Daniel Craig, Ian McKellen, Ian McShane y Eva Green, no acabó de arrancar y se quedó sin continuación en la pantalla grande. Su extraordinaria idea de que en un universo paralelo la gente lleva las almas de manera visible por fuera del cuerpo, en forma de un daimonion (daemon) con forma de animal que refleja tu verdadera personalidad, es de las más originales, evocadoras y productivas que se han visto nunca en el género. Al principio, la historia va de exploradores árticos, niños robados e investigaciones científicas prohibidas por mentalidades inquisitoriales, pero después se va intensificando el contenido filosófico y teológico al hilo de ese gancho aventurero. Estos primeros ocho episodios ven el mundo de una forma más realista y menos victoriana-steampunk que la novela original, aunque se mantienen los globos dirigibles como medio de transporte, y da espacio a los personajes para desarrollarse, con la hispano-británica Dafne Keen Fernández, nacida en Madrid de madre gallega, haciendo una Lyra Belacqua a quien a ratos se le ve un deje cuentaverdades incómodas a lo Greta Thunberg. Y si no, pues siempre está la posibilidad de jugar la carta ganadora: disfrutar de Iorek Byrnison, un tremendo oso polar con armadura. En este artículo nos limitaremos a este primer libro, ya que ese es el alcance de la primera temporada de esta serie.
[Aviso de destripes con garra de oso en todo el texto]
El tema principal de la saga, si es que tiene uno solo, es encontrar una manera alternativa de explicar el origen de las ideas teológicas del ser humano, tomando varios conceptos centrales del cristianismo, como el pecado, el monoteísmo o el ángel caído, y reinterpretarlos junto a otras nociones más científicas como la posible existencia de universos paralelos o de la misteriosa sustancia que produce la chispa de la vida y la inteligencia. El Paraíso perdido de John Milton es la fuente de la idea, o más bien, el llevar a cabo una inversión de esta obra: en lugar de condenar al ser humano por nacer con un pecado original, aquí se lo ensalza por usar su mente para intentar comprender el universo en el que ha sido creado, luchando contra quienes tratan de tenerlo sometido, sean otros hombres o seres divinos de cualquier tipo.
Todo esto, sin embargo, aún aparece bastante oculto en el primer libro, Luces del norte (Northern Lights, rebautizado como The Golden Compass en Estados Unidos, y de ahí el título de la película), en el que estas cuestiones aparecen como incompresibles motivaciones externas aún fuera del alcance de su protagonista, Lyra Belacqua. Lyra es una huérfana de doce años criada como acogida en el college de un Oxford alternativo al nuestro, en una época donde no existen automóviles ni ordenadores, pero sí zepelines y globos dirigibles como medio de transporte. Lo único que ella sabe es que su tío, Lord Asriel, es un explorador ártico que a la vuelta de su última expedición puede ser asesinado por influencia del Magisterium (la organización religiosa, teocrática y dominante que controla el mundo y persigue a los herejes con ahínco), debido a las investigaciones de Asriel sobre una extraña sustancia llamada «polvo» («dust») cuyos efectos se ven más claramente a simple vista entre las auroras boreales. Una vez que Lyra evita el atentado, ya se ha metido dentro de la madriguera y solo le queda huir hacia adelante, entre una creciente atención hacia su persona. Porque obviamente, ella es una niña elegida. El primer libro de esta saga se publicó dos años después que el de la de Harry Potter, pero este elemento concreto no está copiado de ahí: lo del niño elegido y predestinado es un motivo de larga tradición literaria y fantástica.
A partir de ahí, van apareciendo una serie de personajes que aumentan el radio de acción de la trama y van explicando también cómo este planeta Tierra es similar y diferente al nuestro. Está el director del Jordan College (inexistente en nuestro mundo, pero que correspondería al de Exeter, donde Pullman fue estudiante, solo que aún más grande), que regala a Lyra una especie de brújula llamada «aletiómetro» con el que puede averiguar la verdad y que ella se ve capaz de usar de manera espontánea y sin años de estudios previos (lo cual confirma lo especial que la niña es). Está Marisa Coulter, una bella dama de la buena sociedad, encantadora pero fría al mismo tiempo, que adopta a Lyra y se la lleva a Londres. Están los Gyptians, unos nómadas equivalentes a nuestros gitanos (versión norteña), que navegan por canales entre Gran Bretaña y Holanda, uno de cuyos niños es raptado. Cuando la investigación de por qué ocurre esto lleva la acción a las islas de Svalbard, entre Noruega y el Polo Norte, aparece también Lee Scoresby, un «aeronauta», o piloto de zepelines, procedente de Nueva Dinamarca, o sea, lo que nosotros llamamos Norteamérica (la saga deja ahí, inexplorada, la idea de cómo sería el Nuevo Mundo si hubiera sido colonizado por vikingos en lugar de españoles, franceses y británicos). Y llevando las diferencias un paso más adelante están Iorek Byrnison, un oso que habla, exiliado de un reino entero de osos que hablan, y Serafina Pekkala, una bruja voladora, sin escoba ni nada.
Pero, como hemos dicho antes, el gran hallazgo de esta saga es la idea de los daimonions (daemons), unos espíritus tangibles y hablantes, que acompañan a cada ser humano, y que son una mezcla de su alma, su consciencia, su memoria, su personalidad y su capacidad para debatir consigo mismo. Es decir, muchas de las cosas que en nuestro mundo llevamos ocultas, pero que aquí quedan a la vista, acrisoladas y resumidas en un espíritu con forma de animal, de sexo habitualmente (aunque no siempre) opuesto al de cada persona. En apariencia parecen comportarse con independencia de su humano, aunque solo pueden apartarse unos pocos metros de él (excepto los de las brujas y chamanes, a los que por eso se tiene como seres extraños). Durante la niñez, el daemon (en inglés pronunciado «dímon», igual que el demon que designa al Diablo) cambia de apariencia constantemente, pero con la pubertad se asienta en una sola forma para el resto de la vida. En el libro aparecen monos, gatos, perros, gansos, cuervos, serpientes, insectos, zorros, leopardos, martas, liebres… Resulta imposible leer sobre este fascinante concepto y no preguntarse cuál sería el daemon de uno mismo y quizá el de varias otras personas que uno conoce, conversación que puede dar lugar a largos debates. Porque además, como dice Farder Coram, uno de los gyptians, todo el mundo querría poder ser un león o un águila, pero luego la realidad te demuestra quién eres de verdad. También es posible irse al extremo contrario, diciendo que yo con ser un ratoncito de biblioteca me conformo, pero, de nuevo, ni lo uno ni lo otro será lo que en realidad seas. Aquí no hay manera de ocultarlo ni de engañar a otros al respecto… o se hace de forma diferente.
En este mundo, interferir con el daemon de otra persona, o siquiera tocarlo, es un impensable acto de grosería que ni siquiera en batalla resulta aceptable, aunque por otro lado sí entre amantes o cuando quiere provocarse extrema violencia. Es algo que va más allá de lo sexual, o más bien no tiene que ver exactamente con eso: el equivalente sería una manipulación mental, una invasión de la privacidad y un contacto físico no deseado, en lo más íntimo, todo en uno. Y precisamente de aquí nace la trama de la primera novela: ¿sería posible separar a un humano de su daemon de manera que se garantice la supervivencia del humano, y qué pasaría después? Porque si un humano muere, su daemon también muere, pero si un daemon muere, el humano puede continuar viviendo, aunque de una forma muy disminuida, sin voluntad propia ni chispa en la personalidad, como si lo hubieran lobotomizado. Durante este primer libro se revela que la señora Coulter no es trigo limpio, sino que está metida de lleno en un experimento en el Polo Norte con niños raptados para llevar eso a cabo exactamente, y que las investigaciones de Asriel con el polvo (a ver esas risitas, que vuestro daimonion ya se ha asentado) tienen algo que ver con esto también: se empieza a creer que esa sustancia es más abundante en los adultos que en los niños, que se ve atraída por la consciencia inteligente, y que la llegada a la edad adulta es también la llegada de cambios en la personalidad, de la capacidad de distinguir el bien del mal y, en suma, del momento de convertirse en un nuevo pecador original, según la doctrina del Magisterium. ¿Podría ser la solución el evitar este cambio, y así lograr unos seres humanos sin problemas que los atribulen, ni dudas que los asalten, ni pensamientos propios que los agobien? ¿Y también sumamente dóciles?
El resultado de todo esto es una mezcla perfecta para montar una emocionante aventura contra unos malos reconocibles, mientras al mismo tiempo analizar todos estos aspectos desde un punto de vista filosófico, sociológico y hasta científico, con multitud de analogías y metáforas posibles. Entre ellas está el clímax con el que acaba el primer libro y la primera temporada: al separar a un humano de su daemon se produce siempre una fuerte emisión de energía que mata a ambos, y Lord Asriel asesina a uno de los niños raptados, como sacrificio para poder abrir a un portal hacia otros universos paralelos, que nos llevará al segundo libro de la saga. A todo esto, en doble sorpresa chan-chan-CHÁAN, Lord Asriel es el padre de Lyra. Y la señora Coulter su madre.
Después de los tres primeros libros iniciales, Pullman publicó otros tres relatos cortos en el mismo ambiente, Lyra’s Oxford, Once Upon a Time in the North y The Collectors, y desde 2016 está enfrascado en una nueva trilogía, de la que ya se han publicado los dos primeros, cada vez de mayor tamaño: La Belle Sauvage y The Secret Commonwealth. Él mismo ha dicho que ni siquiera él conoce todas las reglas relativas a los daemons o a los universos alternativos que se van descubriendo (más de uno), así que el límite es realmente la imaginación de cada uno. En nuestra versión del mundo, la obra de Pullman ha sido criticada por colectivos cristianos, aunque él dice que menos de lo que esperaba: «Le han dado más caña a Harry Potter con esto que a mí». Pullman odia la saga de Narnia de C. S. Lewis, considerándola incluso perniciosa para los niños y llena de proselitismo religioso, mientras que otros lo acusan de lo contrario, de haber escrito una serie de libros que son una puerta de entrada al ateísmo como forma de vida, o incluso un agnosticismo no ya desencantado sino incluso agresivo contra la idea de la divinidad. Cuando se llegue a ese punto, si llega a haber tercera temporada, hablaremos de hasta dónde llega la búsqueda sideral de Lyra y Lord Asriel: hasta el mismo primer ángel caído que hizo creer a los siguientes que él era superior a ellos, y estos lo creyeron. ¿Vivimos todos un engaño semejante de proporciones cósmicas?
¿Quién sabe?
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