Narrada en dos tiempos y a dos voces —la tercera persona desde la que se construye el marco presente y la primera desde la que se narra el pasado—, Comida de domingo nos ofrece, además de una biografía voluntariamente desordenada y poética, una reflexión sobre la memoria y el paso del tiempo.
«El pasado tiene que probar constantemente su existencia. Lo que se ha olvidado y lo que no ha existido ocupan el mismo sitio».
Son numerosas las reflexiones que, tanto en boca del narrador omnisciente como de la voz del propio protagonista, se comparten con un lector que debe asumir el viaje arbitrario y, a ratos, un tanto reiterativo que nos ofrece este libro donde se acusa la autoconciencia lírica de un autor cuya voz prevalece sobre la de sus personajes. Este es, quizá, el mayor escollo de una novela de indudable calidad literaria, pero en la que el gusto por el aforismo junto con la expresión repetitiva de ciertas ideas lastran su ritmo, dotándolo de una solemnidad que contrasta con la viveza de las escenas que sí nos permiten asomarnos a la vida del señor Rui, un personaje histórico que el autor utiliza, además, como un obvio recurso para ofrecernos una mirada de la Historia reciente.
Entre los méritos de Comida de domingo destaca, sin duda, la capacidad de Peixoto para dibujar un reconocible fresco de la geografía y el mundo portugués contemporáneo a través de la vida de su protagonista, de quien, al final, no nos importan tanto los datos concretos —ni siquiera la veracidad de las fuentes— como el relato de su vejez y de todos los momentos que lo han conducido hasta este ahora.
Dividida en tres días —vísperas de la celebración—, el tiempo se sucede de manera caprichosa en la corriente de conciencia desde la que el personaje nos sumerge en un pasado del que rescata los recuerdos que definen sus principios —muchos de ellos con la familia como eje central— y, también, sus carencias.
Podríamos pensar que nos hallamos ante una recreación del paradigma de la Bildungsroman, pero Peixoto se esfuerza por ofrecernos el reverso de ese género: asistimos al crecimiento del personaje, desde sus orígenes humildes hasta la creación de su imperio empresarial y, sin embargo, lo que de verdad se nos narra no es esa evolución, sino todas las trazas del pasado que siguen vivas en su presente y la relación indisociable entre esas raíces y sus ambiciones. Así pues, no se define la vida como un camino unidireccional entre quienes fuimos y quienes somos, sino como una superposición de identidades, donde la construcción del yo es tan múltiple y errática como las memorias y rostros que se van solapando a lo largo de sus páginas:
«¿Qué rostro tiene una persona? Al final de su vida, entre todos los rostros que ha tenido, ¿cuál es el rostro que realmente la representa?».
Y en esa multiplicidad de rostros y edades surge, inevitable, la nostalgia. La desazón por no poder ser quienes fuimos o la duda de si ese otro yo que éramos en un tiempo remoto es mejor o, cuando menos, más feliz que ese otro yo que vino después:
«No volveré nunca más a estos días sin muerte, a esta inocencia, el trabajo contra todos lo obstáculos, el trabajo resolviéndolo todo. Sí, soy un hombre de dieciséis años pero, por un instante, descanso ahora de ese peso».
En la superposición de rostros y edades es, quizá, donde encuentra mayor hondura poética y filosófica esta novela construida por Peixoto con su habitual maestría y desde la que se nos interroga sobre nuestro propio relato y las verdades, omisiones, rostros y, por qué no, hasta mentiras que el tiempo sigue escribiendo en nuestro nombre.
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Autor: José Luís Peixoto. Título: Comida de domingo. Traducción: Antonio Sáez Delgado. Editorial: Random House. Venta: Todostuslibros.
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