A Isaak Bábel no le interesa demasiado el conflicto, ni el argumento, ni siquiera la trama de sus cuentos. Lo suyo es aplicar a cuanto narra la mirada de escritor: una indagación selectiva de la realidad destinada a poner de manifiesto lo que no es evidente, aquello que permanece más o menos oculto bajo las apariencias, bajo lo exterior. Así lo demuestra en estos magníficos cuentos escritos entre 1915 y 1930 que, de modo tan pertinente, rescata para el lector la editorial Minúscula.
De origen judío, Bábel nació en Odesa, Ucrania, en 1894. Víctima del antisemitismo, tuvo que sortear la discriminación de las escuelas rusas contra los judíos, que dificultó el progreso y la conclusión de sus estudios. También vivió el pogromo de 1905, en el cual su abuelo fue asesinado con impunidad y el negocio de su padre destrozado ante la mirada indiferente de la policía zarista. Pese a todo ello, Bábel, de inteligencia viva, salió adelante. Logró terminar los estudios, luchó del lado del Ejército Rojo durante la revolución de octubre de 1917 y se hizo famoso como periodista. Violando las normas de los asentamientos judíos, huyo a San Petersburgo de joven para llevar una vida literaria —la que ansiaba desde que a los quince años decidió ser escritor—. Pronto contactó con su maestro, Maxim Gorki, quien le aconsejó adquirir más experiencia de la vida, mezclándose con el pueblo. Y eso fue justo lo que llevó a cabo a lo largo de su carrera. Retomando el comienzo de esta reseña, la observación de los pequeños detalles, que la mirada del escritor saca a la luz, fue lo que el autor practicó durante toda su vida.
En uno de los cuentos que incluye la presente colección, “Guy de Maupassant”, Bábel relata su llegada a la ciudad de los zares: “En el invierno de 1916 aparecí en Petersburgo con pasaporte falso y sin un kópek. Me dio cobijo el maestro de la literatura rusa Alexéi Kazantsev (…). Vivía en una calle congelada, amarilla y pestilente. Las traducciones del español eran el complemento a su mísero sueldo”. Por aquel entonces, en Rusia se leía a Vicente Blasco Ibáñez, y Kazantsev se dedica a traducirlo mientras Bábel ayuda a una joven abogada llamada Raisa a corregir su traducción del clásico francés: “Maupassant es la única pasión de mi vida, me dijo Raisa”. Mientras corrige, se da cuenta de que el secreto de una buena narración es unir frases haciendo “un giro casi imperceptible. La palanca debe reposar en tu mano y calentarse. Y hay que darle la vuelta una vez, no dos”.
Bábel sigue relatando sus conversaciones con Raisa: “Entonces le hablé del estilo, del ejercicio de las palabras, de ese ejército en el que se pone en marcha todo género de armamento. No hay hierro que pueda helar el corazón humano de forma tan permanente como un punto puesto a tiempo”.
Pero el protagonista de esta colección de relatos no es Isaak Bábel, por mucho que a veces el autor al narrar emplee su propio nombre, o el de su abuelo asesinado, sino una mistificación de sí mismo. Los cuentos son a menudo autobiográficos, pero también son ficción, porque mezcla lo real con detalles inventados en ese deseo suyo por fabular, por literaturizar la existencia.
Durante su vida, Bábel trató de crear un ciclo de relatos autobiográficos cuyo inicio sería Historia de un palomar. La editorial Minúscula y su traductor, Ricardo San Vicente, han secundado este afán y ordenan los cuentos sin seguir un criterio cronológico de escritura o de publicación, sino de ocurrencia de los hechos narrados en la vida del autor. Así lo pretendía éste cuando el 15 de mayo de 1939 fue arrestado por el NKVD —la policía estalinista— y sometido a un juicio sumario que lo acusó de espionaje y terrorismo, delitos por los cuales fue fusilado el 27 de enero de 1940, a los cuarenta y cinco años.
Nuestro autor fue, en suma, un hombre sin suerte. Pero Stalin no logró acallar su voz, que sigue viva en la literatura rusa y entre nosotros gracias a una obra que, al decir de Ricardo San Vicente en esta edición, “ofrece una serie de simulacros narrativos más literarios y verosímiles, más redondos que la confusa, resbaladiza y cruel realidad, un espectáculo que el autor trata de mostrarnos como real, incluso verídico.
No sabemos si será real el momento más intenso de Historia de mi palomar, que cuenta cómo un antisemita, durante el pogromo, golpea la cara del niño Bábel con una paloma viva: “Las vísceras del ave aplastada corrían por mi sien. Resbalaban por mis mejillas ondulantes, salpicando y cegándome. Los delicados intestinos de la paloma se deslizaban por mi frente (…). Se encontraba no lejos (…) un manojo de plumas que aún respiraba”.
Observará el lector cómo el extracto que reproduzco, a través de la selección de unos hechos totalmente verosímiles pero inusuales, logra recrudecer la realidad.
Otras veces es el contacto con los seres humanos de carne y hueso, siguiendo el consejo de Gorki, el que obra el milagro de mostrarnos la mirada del escritor, como sucede en el cuento “Mi primera paga”, donde el autor relata el encuentro erótico con una prostituta de Tiflis que más tarde será su novia: “Vera se puso las manos bajo los pechos y los balanceó. —¿Qué haces con esa cara triste y decaída? Acércate… No me moví de mi sitio. Vera se levantó el camisón hasta el vientre y se sentó de nuevo en la cama. —¿O te da pena el dinero? —No me da pena… Pronuncié aquellas palabras con voz quebrada. —¿Cómo que no te da pena? ¿No serás un ladrón? —No soy un ladrón (…) Soy un chico. —Ya veo que no eres una vaca —farfulló Vera—. Se le cerraban los ojos. Se tumbó y, atrayéndome hacia ella, empezó a palpar mi cuerpo (…) ¡Oh, dioses de mi juventud: de los veinte años de mi vida, cinco los había gastado en inventarme historias, miles de relatos…”.
Para Bábel la mentira literaria es una forma de vida, una forma de verdad que practica a través de sus cuentos, los cuales lo llevan a la soledad, como afirma al comienzo del relato “En el sótano”: “Yo era un muchacho mentiroso. Eso me pasaba de tanto leer. Tenía una imaginación siempre inflamada (…). No tenía amigos. ¿Quién habría querido tratar con alguien como yo? Y ese personaje que se enamora de la prostituta Vera y se convierte en escritor es tremendamente ambicioso. Afirma que escribir peor que Tolstoi le parece una ocupación inútil, ya que sus historias están destinadas a sobrevivir al olvido. Los libros son para él “una maravillosa sepultura para el corazón humano”.
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