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La Moleskine de Teresa

La Moleskine de Teresa

Nos lo explicó el Medina, gran profesor de mates con pésimos alumnos, en esos días previos a las fiestas del cole, cuando mirabas más por la ventana cómo montaban las atracciones los feriantes y calculabas cuántas te dirían que no a dar una vuelta en los autos de choque. El Medina sabía que esos días no eran para buscar el mínimo común denominador e importaba un huevo si el tren salía de Zaragoza, Madrid o Castellón. Mientras cogía la guitarra, tocaba y cantaba muy bien, nos enseñó una lección que sí que aprendí para siempre: “Probad esta noche, soñar soñamos siempre en blanco y negro”.

"Teresa viaja con una Moleskine y una impresora de bolsillo que devuelve imágenes en blanco y negro. Reserva un rato cada amanecida para pegar las fotos en el color de los sueños"

Teresa viaja con una Moleskine y una impresora de bolsillo que devuelve imágenes en blanco y negro. Reserva un rato cada amanecida para pegar las fotos en el color de los sueños. Observarla mientras tomo el café es uno de los mejores momentos del día. Me parece un ritual hermoso, casi atávico en estos días donde armados con el móvil fotografiamos más que observamos y solo volveremos a ver lo que inmortalizamos cuando el algoritmo del móvil decida presentarnos un ramillete de instantáneas un día cualquiera. Teresa no, junto a las imágenes, en los huecos que quedan, escribe con su hermosa letra textos breves pero cargados de belleza, cariño, memoria, intensidad, complicidad, amor… algo así como un marco tallado en madera que no mata ni compite con el lienzo sino que lo eleva, lo complementa.

Me gusta pensar que es otra forma de amar. El esfuerzo, la dedicación de esa hora y pico diaria empleada en seleccionar qué poner y qué decir, mientras nuestros hijos, aún somnolientos, miran a su madre con una mezcla de extrañeza y curiosidad.

"El blanco y negro obliga a preguntar si el color del perro que retoza a tu lado era marrón o gris; si mamá fue rubia o se tiñó de castaña; si aquel barco de río era como el de la novela de Mark Twain"

Será un cuaderno, les explica, para cuando lleguen los nietos. Sin segundas ni apremios. Es el deseo, que comparto, de una madre que lo fue muy joven para estos tiempos y que ahora, con los hijos independizados, aguarda que se produzca el ciclo natural de la vida. Cuando llegue, a quienes lleguen, no les estará esperando un pendrive sino los cuadernos de la abu, el testamento vital más valioso. Lo que fuimos como familia gracias a ella, justo cuando Guzmán y Bosco levantan las suyas. Los nietos hojearán un rimero de sueños, con el único orden de ser de un momento en el que sus padres en EEUU se reunieron con los abuelos venidos desde España. El blanco y negro hurta matices pero regala otros. El más importante, creo, que es que obliga a mirar más allá, a imaginar cómo discurrió la vida familiar en ese sofá desde el que miran, perezosos, sus ocupantes. El blanco y negro obliga a preguntar si el color del perro que retoza a tu lado era marrón o gris; si mamá fue rubia o se tiñó de castaña; si aquel barco de río era como el de la novela de Mark Twain. Porque me gusta soñar que ese gesto de abuela esconderá también una invitación a leer, al gesto olvidado de sostener un libro o un cuaderno de viaje con las dos manos. No ese de ir deslizando pantallas con el dedo índice, como si el tiempo que nos hemos dado para hacerlo fuera más deber que deseo. Sueño con ese momento, incapaz de imaginar si ese crío tiene el pelo negro de su padre o rubio de su madre. Es lo de menos. Disfrutemos del momento que el amor inmenso de Teresa nos ha regalado a todos. Su tiempo.

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