Premio Médicis de Ensayo 2014, Premio de Literatura Suiza 2015 y Premio Goncourt de Biografía de 2019. De la contraposición de dos figuras antagónicas —Benjamin y Pound— emerge toda una época, pequeñas historias en la gran Historia Contemporánea.
Zenda adelanta un fragmento de La muerte de Walter Benjamin y la jaula de Ezra Pound, de Frédéric Pajak (Errata Naturae).
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Balance furtivo
«Cualquier desventura, o se está equivocado y no es una desventura, o nace de una insuficiencia culpable nuestra. Y como equivocarnos es culpa nuestra, así no debemos culpar de cualquier desventura a nadie más que a nosotros. Y ahora, consuélate».
Cesare Pavese,
EL OFICIO DE VIVIR,
28 de enero de 1937
De niño no me gustaba reír. Quiero decir: no me gustaba participar de la risa colectiva. La risa de un grupito o de la multitud me resultaba penosa. Por lo demás, todo cuanto venía de la multitud, todo cuanto agradaba a la multitud, me disgustaba. Mis labios se fruncían y estiraban penosamente: sonreía.
Un odioso tropel sin cesar se abalanza
y ríe… pero ya no sonríe.
Esbozaba una sonrisa incómoda. Todo me molestaba: un gesto de cariño o familiaridad, un reproche, un cumplido. ¿De dónde venía esa incomodidad constante? Debía de haberme pasado algo en mi más tierna infancia: el abrazo demasiado fuerte de mi abuela, las carantoñas de una tía. Seguramente había sonreído para zafarme.
En verdad, sufría por tener que sonreír, porque sonreía para no tener que responder, para cortar de raíz el diálogo.
Dice la expresión francesa que «se me escapan las palabras». Efectivamente, me ocurre que una palabra sale de mi boca y rebasa mi pensamiento, o dice algo distinto de mi pensamiento. Puede ser una palabra torpe, desagradable, vulgar, hostil, violenta. Me turba. Abochorna, choca a mi interlocutor. Me arrepiento. Experimento vergüenza. Pero ¿de qué? Yo en realidad no pensaba en esa palabra. No me pertenece. Esa palabra que se me escapa no tiene nada que ver con un lapsus. No le concedo ninguna relación con mi inconsciente. Es una palabra de más. El colmo: palabras de más.
Para Paul Nizon, sus libros son la herencia que deja, como un rastro de polvo tras de sí. Le permiten «reptar hasta la luz».
En Marcher à l’écriture, se define como un «decidor», como «alguien que se siente obligado a decirse a sí mismo lo que ve, aprende, siente» so pena de abandonar a la nada las cosas, las personas, su vida incluso. La escritura las salva de la inexistencia, o, mejor dicho, de la irrealidad: «Sólo la realidad convertida en lenguaje es una realidad adquirida». Así pues, la realidad no existe en sí misma; requiere palabras, palabras escritas, para tener derecho a existir.
Pero ¿qué pasa con la palabra hablada? ¿Consigue moldear aunque sea la sombra de la realidad, o son efímeras y perecederas por siempre jamás? En las sociedades orales, son ellas las proveedoras de realidad. Las palabras intercambiadas no sólo revelan el momento presente, sino que, a través de la sutilidad de las leyendas, los cuentos, las epopeyas y los proverbios, garantizan la persistencia del pasado.
Y a nosotros, los charlatanes de hoy, ¿qué realidad nos queda en nuestras conversaciones hechas picadillo, interrumpidas sin cesar? La palabra dada ya no es garante de nada. Las palabras pronunciadas se pierden en el parloteo generalizado. Habría que repetirlas, machacarlas hasta que alcancen la calidad de lenguaje. Tartamudear tal vez, para que cada sílaba de cada palabra se multiplique y multiplique la probabilidad de consumar la realidad.
Pero, detrás de la realidad que las palabras revelan, se oculta otra realidad: la de los sueños. Cesare Pavese considera esta última un mundo existente, perfectamente tangible. Y, cuando accedemos a él, cada vez que dormimos, «nos esperan los sueños». No los creamos nosotros: ya están ahí.
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Autor: Frédéric Pajak. Traductora: Regina López Muñoz. Título: La muerte de Walter Benjamin y la jaula de Ezra Pound. Manifiesto incierto 3. Editorial: Errata Naturae. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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