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La muerte del bandido romántico

La muerte del bandido romántico

Es Córcega y es a finales del siglo XIX, y ese apunte temporal es lo que ayuda a hacer creíble la novela, en la que se representa un lugar donde los sucesos son propios de la narrativa fronteriza, esa que tanto se ha reproducido mientras se creaba la mitología de los westerns. De hecho, el primer referente que reconocemos en esta novela, Huérfanos de Dios, es la cinta clásica Valor de ley, que dirigió Henry Hathaway en 1969 y reelaboraron hace doce años los hermanos Coen. El parecido es innegable: una niña contrata a un viejo pistolero para vengar un acto violento. En el caso de la película será la muerte del padre y en el de este libro la salvajada de desollar media cara al hermano. Que sea marcar la cara lo que hace que el personaje protagonista de la obra se ponga en marcha, decida que eso sobrepasa sus límites morales después de una existencia en la que se ha exterminado la vida de tanta gente, nos remite a otra película clásica ambientada en los escenarios del Oeste americano: Sin perdón. Aquí, como en la cinta de Clint Eastwood, es un forajido y no un viejo agente tuerto la persona a quien recurre la niña. En este caso al tipo se le conoce como L’Infernu, el infierno, y también está al final de sus días de aventura, es consciente de que un último acto puede redimirle, o al menos redimirle a los ojos de quienes han aprendido a entender la vida como la ha entendido él: llena de violencia, como si la violencia fuera lo natural, tan necesaria como el aire que exigimos trece veces por minuto.

"Uno puede entretenerse en divagar acerca del alma humana, si le preguntan quién es, o puede sugerir a la persona con quien conversa que se siente, porque le va a contar su historia"

Uno espera encontrarse a un bandido con ese tono romántico que ha acompañado a los que se echaron al monte en la época retratada, como José Lizarrabengoa en Carmen o el mismo Curro Jiménez, pero no hay nada de sentimentalismo en la obra, nada de patetismo ni de sensibilidad sana. Se nos anuncia que la fuente de la que bebe Marc Biancarelli (Argelia, 1968) es Cormac McCarthy, con quien comulga sobre todo en la textura, en los momentos algo sangrientos que nos remiten, inevitablemente, a Meridiano de sangre. En McCarthy lo que sucede tiene lugar en un plano atemporal, que en algún momento descubrimos que es el actual, cuando los personajes que vagan atraviesan una autopista, por ejemplo, mientras que en la obra de Biancarelli necesitamos alejarnos en los años para comulgar con este itinerario que va recorriendo los paisajes corsos, a los que se tiñe de muchas sombras. Hasta que el autor decide que no puede dejar de explicarnos a este personaje, a este L’Infernu, y rompe la estructura lineal, cronológica, para llevarnos a hasta el pasado. Uno puede entretenerse en divagar acerca del alma humana, si le preguntan quién es, o puede sugerir a la persona con quien conversa que se siente, porque le va a contar su historia. Biancarelli elige esta amabilidad con el lector, y el lector la agradece, porque rompe con una monotonía de sangre y crimen.

Hemos mencionado Valor de ley, Sin perdón, Carmen y Meridiano de sangre, que son, tal vez, los referentes que más destacan. Aunque hay otro apunte que será parte fundamental del espíritu de la obra, que es el respeto, en este caso el respeto a la infancia. En el ambiente que crea Biancarelli difícilmente saldría intacta una adolescente. Sin embargo, se nos presenta como el último refugio, el lugar donde puede no anidar la fatalidad. No existe indicio que cuestione este principio moral en un mundo salvaje que leemos con el ritmo de un caballo a galope.

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Autor: Marc Biancarelli. Traductor: Antonio Roales Ruiz. Título: Huérfanos de Dios. Editorial: Armaenia. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.

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