Ando estos días inmerso en el libro Nido de Piratas, que firma nuestro Jesús Fernández Úbeda —y digo «nuestro» porque es más zendiano que la barrita roja esa que luce bajo la zeta de Zenda—, y que edita Debate con mimo y buen criterio. Trata sobre aquel milagro que fue el diario Pueblo, y aquel periodismo que sólo puede conjugarse en pretérito perfecto. Como quiera que esta sección abre cada martes con una anécdota cultural, en esta obra las hay por miles y sabe Dios que no es fácil seleccionar una. Venga, me quedo con la siguiente por lo mucho que resume la familia que era aquella cabecera. Cuenta Úbeda que la periodista Irma Deglané caminaba por la redacción cuando Emilio Romero, a la sazón director del periódico, requirió su atención: Irma, ¿tú cuando te casas? Pues resulta que mi novio se ha quedado sin trabajo, don Emilio, respondió ella. Una semana más tarde, estaba por allí trabajando el susodicho novio ocupando el puesto requerido por el director, esto es, «de cualquier cosa». Cuando un mes más tarde seguía sin anunciarse el desposorio, el novio fue llamado a capítulo. O boda o a la puta calle, exigió Romero. Dos semanas más tarde se daban el sí quiero. Otros ilustres como José María García, Carmen Rigalt o Raúl Cancio también corrieron por esta via amoris.
El caso es que Úbeda es todavía uno de esos periodistas que va con una grabadora en faltriquera por si hay que sisar un testimonio inesperado. De los que podría enfundarse un chaleco de esos de camuflaje para cruzar el Amazonas en busca de la declaración del último miembro de la tribu de los Guajara; de los que serían capaces de vivir la Gran Guerra en una ambulancia, a lo Hemingway, para dar testimonio de la barbarie; e incluso de los que puede merendarse un pleno del Congreso para deglutir una crónica maravillosa con verbo gomezdelasernesco. Es, en suma, uno más de la estirpe del diario Pueblo. Quizás uno de los últimos de Filipinas, el que desafina con el chelo en el Titanic, el periodista postrero. Porque el periodismo se muere, amigos lectores. Si ustedes, como yo, son dinosaurios de periódico y tinta, de radio y dial, pueden sentarse tranquilos a ver cómo colisiona el meteorito.
Leo que ya más del 75 por ciento de los jóvenes consume las noticias por TikTok. Leo que hace unos días le colaron un artículo al The Irish Times escrito con no sé qué algoritmo de Inteligencia Artificial. Leo de dónde vienen las financiaciones de tal o cual cabecera. Leo que un estudio afirma que los titulares negativos aumentan el tráfico en los periódicos. Leo el ranking de noticias más leídas en los diarios nacionales. Leo que Periodismo es una de las carreras con más paro y peor retribuidas, además de una de las que goza de un mayor porcentaje de arrepentidos. Leo todo esto y pienso en los piratas que se lanzaban a la calle sin abrazar la moralidad de cartón que hoy nos congela, con la libertad asiendo la bandera, como la diosa de Delacroix pero borracha. Pienso en los golfos y puteros —Don Arturo dixit— descubriendo una España apolillada tras 40 años de infamia. Pienso en esa reliquia de un mundo de ayer diseñada con tinta y papel que leía todo dios cada mañana. Y siento no poder, como en aquella película de Woody Allen, viajar al pasado para beber del whisky que cada uno de aquellos héroes guardaba bajo el escritorio. O mandar al carajo este periodismo infecto en presente y en futuro, que vendría a ser lo mismo.
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