En la primavera de 2009 estrené un cuaderno. Lo hice con un poema que, inacabado, me ha acompañado a lo largo de casi una década, hasta que en diciembre de 2018 lo di por concluido. Si el poema tardó diez años en madurar y en cobrar forma definitiva, tuve claro el título desde el primer momento: “Calle Canal de Mozambique. 1963”. Ese era el nombre de la calle en que viví la mayor parte de mi infancia, hasta los once años, en un barrio madrileño hoy desaparecido. Un escenario ineludible en mi historia personal y parte inseparable de la Historia colectiva. Alrededor de ese poema fueron desplegándose, lentamente, nuevos poemas. Todos ellos tenían un denominador común: la búsqueda en la memoria, la indagación en una confusa identidad propia y en una necesaria identidad colectiva. Y la perplejidad ante el paso del tiempo y ante la sima que, con los años, va apropiándose de quienes han conformado la vida y han construido esa identidad. Esos poemas integran Cuaderno de historia.
Poesía y vida, vida y lenguaje, sustancia biográfica y trasfondo histórico. Hay, sin embargo, un poema que se sale de ese escenario temporal que va de 2009 a 2018. Se titula “Encierro y soledad”, escrito cuando el libro estaba ya en manos del editor. Es un poema pegado a la realidad en el que se filtra una pesadilla. Nació en plena pandemia, en los días más duros del confinamiento, en un abril vivido en una casa en el valle del Lozoya. Ese poema, que por su extensión no acompaña a este texto, es la distopía clavada en el presente en el cuerpo de un libro que, en la década, creció en paralelo a otros proyectos, a otros libros. Poesía escrita en viajes, en fines de semana, en el reverso de viejos papeles, en márgenes de páginas de periódicos, con un destino unívoco: acabar refugiados en el cuaderno estrenado en 2009, en este Cuaderno de historia que en estos días viaja de un milagro editor llamado Pre-Textos a las librerías. Barrios de la memoria, huellas de antiguos viajes, días trágicos en blanco y negro, amor y madurez, historia (la íntima) e Historia (la de todos), conciencia ante un mundo que no deja de mostrarnos su propensión a la intemperie de los débiles, un material sensible convertido en poemas. Y antiguas devociones nacidas hace mucho que permanecen: un Javier Egea al que no conocí, un padre al que descubro con dolor y comprensión a la vez, los dioses de una educación sentimental periférica y caótica y la casa de la infancia, sus precarios misterios perdidos en el tiempo. Un cuaderno lleno de ventanas a las que asomarse: tras ellas, el lector encontrará lenguaje, memoria, vida y corazón. Al menos esa fue mi pretensión, mi voluntad, mi idea.
CINCO POEMAS DE CUADERNO DE HISTORIA
AQUELLA ITALIA
Con Pavese retorna aquel verano de estrechas carreteras bajando desde Francia hasta tocar la luna y la alegría en la noche más allá de San Remo, bajo la fiesta comunista descendiendo hacia el mar. Allí, en la luz de agosto de Arma di Taggia, no asomaba la muerte y su noticia sin escalas a pesar de Pavese, deslumbrada lectura para el joven de viaje con la mujer amada y los amigos mejores. Corría el año ochenta y uno —todo nos queda lejos, nos señala la voz de algún diario— y teníamos aire de nuestras plazas, voces recién nacidas en los armarios familiares, era Italia, volvían los agostos leídos bajo el asombro en Leopardi, o en Pratolini, en Sciascia, o patios interiores y tranvías, escaleras subiendo a tendederos donde la intimidad se apellidaba Mastroianni o Roma sabía a paraíso y a película. El verano que no se olvida, el que siempre aflora en las cenas de amigos: la luz de Italia de tanta juventud, de tanta vida, de tanta historia nuestra.
DESCAMPADO
Era hacia el descampado
donde moría la ciudad y los primeros
álamos anunciaban el río y el verde de los juncos,
antes de la campiña y la extrañeza,
tras los primeros ecos de la consciente vida
y de la muerte sospechada
en la conversación, más allá de las puertas
que escondían los viejos a la sombra de octubre.
Era más allá de la ventana. Más allá de aquel cuarto de libros
y desorden y camisas y treguas.
Allí jugabas, florecías inverso, te asomabas al mundo.
LA PRIMERA VENTANA
La ventana que ya no es. La muerta
ventana que dejó, temblorosas,
imágenes aún vivas contra el tiempo y la arena.
La ventana de las casas en que he vivido,
mas ante todo
la ventana de entonces, la que daba
a un campo sin ciudad y vertederos,
a las calles huidizas de los huidizos, al frío vertical
y al calor imprevisto y a la niebla.
La ventana abierta a la avenida
y a los escaparates, al blanco y negro frágil
de los sueños vacíos.
La ventana
tras la que crecieron tus ojos, creció el mundo
y el domingo.
La ventana.
TE MIRO
Te miro a veces y recuerdo. Te
contemplo en el sueño y vivo.
Estás ahí, siempre
has estado ahí, tan sabia como entonces
y tan débil por dentro,
tan vigía y cercana y a la vez extraña y misteriosa,
dueña de los secretos y de una dignidad
sencilla y poderosa y, por eso, sutil, casi invisible.
Toco tu mano y no ha aprendido
nada de deslealtades ni de olvido.
Es la mano de las tardes de viento y de promesas.
La mano de los abismos y de la claridad para mi miedo.
Está ahí, en el tiempo inicial de la torpeza
y aquí respira, en la hora de la madurez y los milagros
de los días difíciles y del gozo tardío,
en la hora de las tardes de búsqueda
en los bares que pueblan los más jóvenes.
COLLIOURE 2016
Noviembre deja nombres desvaídos
y sombras contra un mar desterrado.
Es la tarde, aún no es frío
el viento que aquí llega y me acaricia:
sabe de la memoria, sabe
de soledad y de intemperie, de calles que descienden
al mar como el morir. El poeta
sabe de luces y de nieblas, sabe
de cuanto nosotros somos, quienes hemos venido
desde el Sur a respirarlo, a conocer un poco
su aire último, la latitud
quebrada de una noche de huidas y de huérfanos,
de abrigos rotos y zapatos gastados por la tierra y la nieve
en noches sucesivas huyendo de la noche más negra y de
[la Historia
quizá más dolorosa de un siglo despoblado.
Noviembre de calma, de piedra y mar y de memoria.
Volví en febrero. Con ella y con febrero
y un tiempo soleado desprovisto de muerte.
En la playa sin barcas
algunos escolares jugaban a saberse
más allá del aula y del cuaderno:
en el aire que respiró el poeta,
en las piedras y en su desgaste, en el azul cumplido
de los dioses del sur y de la luz: ellos, tan inocentes,
también respiraban el aire de aquel viejo, sus soledades últimas,
los residuos de noche que dejó en la arena con el sol de la infancia.
Alienta aquí, en Collioure, el prolongado.
Detenido en el siglo y avanzando a la vez
hacia lo venidero.
Junto al mar.
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Autor: Manuel Rico. Título: Cuaderno de historia. Editorial: Pre-Textos. Venta: Todostuslibros
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