Sabemos que nació a orillas del río Lozoya, en su tramo más alto, en un refugio bajo una meseta de piedra desde cuya entrada se encara, dominando el círculo de montañas que rodean al valle, la cima de Peñalara, enhiesta la cumbre como una enorme lanza y con sus nieves brillando al sol, como al sol relucían también las puntas que empuñaban los cazadores del clan que dominaba aquel territorio.
Era una niña neandertal, de ojos azules, pelirroja, pecosa y de piel clara, cuyo nacimiento se remonta a unos 40.000 años. Pero conocemos, con mucha mayor precisión, que ella murió a poco de cumplir los tres de su corta vida, y que su muerte llenó de dolor no solo a su madre sino a la tribu por entero, que la lloró con desconsuelo. Acompañaron a su pequeño cuerpo inerte, con su canto y sus antorchas, hasta la sagrada cueva de los ritos. Allí prendieron sobre su túmulo funerario una hoguera, y una vez consumida depositaron sobre sus cenizas la mayor de las ofrendas: el gran cuerno de un rinoceronte lanudo que los cazadores habían logrado atrapar en una trampa excavada en el paso donde solía aproximarse al agua y rematar con sus lanzones de pino. Luego todos salieron en silencio, afligidos por su pérdida, pues cada vez nacían menos niños y aún menos sobrevivían. El viejo clan moría con cada niño, y más aún si era hembra la que perecía.
La niña jara del que ahora han venido a llamar Valle de los Neandertales, en el Alto Lozoya madrileño, en el término de Pinilla del Valle, fue descubierta en 2011 por el equipo que dirigen Enrique Baquedano y Juan Luis Arsuaga, ambos en la élite de la paleoantropología mundial, pues si el uno es reconocido como una eminencia por sus descubrimientos en Atapuerca, el otro, amén de codirigir esta excavación, también está al frente de los yacimientos en la garganta de Olduvai (Tanzania), una de las cunas de la humanidad.
El hallazgo en la cueva bautizada por ellos como la Des-Cubierta está llamado, lo es ya, a convertir al enclave, junto a otros vecinos de no menor importancia, abrigos y oquedades que conforman todo el yacimiento, en pieza fundamental que va a cambiar nuestra visión sobre la otra especie humana que compartió con nosotros la tierra y que fue a extinguirse precisamente, y muy posiblemente arrinconada por nosotros: los cromañones, en el sur de la Península Ibérica. Los últimos restos de los neandertales de Zamarraya (Málaga) y Gibraltar, de tan “solo” 29.000 años de antigüedad, así lo indican.
Lo que los restos, la ofrenda y el sepulcro de la niña del Lozoya —pues en uno, redondo y construido con piedras, fue depositada— rebaten ya definitivamente es la noción semibestial que de los neandertales se tuvo y aún se tiene, y que, al igual que sucede con nuestros propios antepasados paleolíticos, nada tiene que ver con la verdad científica. Calificar de ser humano incompleto al cromañón que pintó Altamira es tan estúpido como tachar de infrahumanos a los neandertales, tan plena y fieramente humanos como nosotros.
Desarrollaron una importante industria lítica, dominaron el fuego, tenían lenguaje, ocuparon Eurasia entera, establecieron normas en sus clanes, protegieron a quienes no podían valerse por ellos mismos, usaron de plantas —incluso el hongo base de la penicilina— como medicinas y, según las ultimas dataciones en cuevas como Los Casares (Málaga) o El Castillo (Cantabria), algunos grabados que atribuimos a los cromañones parece resultar que fueron anteriores. O sea, que el arte quizás no lo inventamos nosotros. Y en el Valle de los Neandertales dejaron de manera definitiva muestra de sus ritos, de su espiritualidad y del culto a los muertos del único ser, el humano, que en la naturaleza ha adquirido la terrible conciencia de que la muerte le espera.
La Des-Cubierta está en un flanco del afloramiento rocoso, cuya entrada da cara a la otra sierra que cierra el Valle, por el que fluye transversalmente el Lozoya, la de Hontanares —en el otro, donde se abre el gran abrigo de Navalmaillo, que encara a Peñalara, es donde el clan hacia su vida, mantenía encendidas sus hogueras y encontró refugio durante innumerables generaciones— y es la prueba más impactante de la plena humanidad del neandertal. Porque la Des-Cubierta es un santuario. El primer santuario de los Primeros Hombres. En el no solo se encuentra el enterramiento de la niña, sino otra treintena de fuegos rituales, en el que tras celebrar sus ritos colocaron como ofrendas cuernos de grandes herbívoros, como el citado rinoceronte lanudo, bisontes, uros y grandes ciervos. Nunca carnívoros. El por qué desapareció con ellos.
El Valle de los neandertales era sin duda un lugar privilegiado, con el río corriendo transversalmente por el pie de las montañas del Sistema Central, con sus laderas bajando desde los puertos y neveros del Reventón hasta Navafría, que dan paso a la cara norte, ya en la actual Segovia; las cadenas montañosas cerrando el espacio y protegiendo contra los peores vientos y celliscas; y los sotos y herbazales junto al río, pródigos en caza y pesca, plantas y raíces. “El Shangri-La de los neandertales”, dicen a veces jocosos sus descubridores, quienes saben que allí quedan desvelar secretos que alumbrarán nuestro pasado. Solo tenían una pequeña falla: el sílex escasea en todo el territorio. Pero le pusieron remedio tallando el cuarzo, el cristal de roca, que abunda, y por ello reluciría al sol la punta de las lanzas del clan cuando avanzaba en fila, para cazar esos grandes herbívoros o para defenderse de los leones cavernarios, los lobos, los cuones o desalojar a las hienas de sus cubiles para apoderarse de ellos. Varios de los yacimientos donde aparecen sus huellas tuvieron ese origen.
La niña del Lozoya es historia, y aunque no escrita, ha dejado impresa, y quizás por ello más verazmente, su huella. Como la dejaron los neandertales a los que tanto tiempo hemos despreciado, cuando, en la realidad, eran muchos más cercanos a nosotros de lo que siempre hemos creído. Tanto que son más que primos hermanos de nosotros. Tanto que en los genes de la población actual euroasiática ha quedado marcada su impronta, como ha demostrado Svante Pääbo, el gran científico sueco premiado el año pasado con el Princesa de Asturias, quien ya se atreve a decir que un 4% de nuestro ADN es herencia suya. Y piensa, para sí, que es bastante mayor el porcentaje.
Nos hibridamos, nos cruzamos y tuvimos hijos comunes. Y estos, según parece, fueron fértiles. Y esto nos lleva a una duda: si dos especies diferentes logran tener descendencia, burro y yegua, por ejemplo, el vástago vive pero es infértil, la mula. Pero si los hijos de los de cromañón y neandertal eran fértiles, entonces…
Pinilla del Valle está a tan solo 90 kilómetros de Madrid. La prehistoria a un tiro de piedra de la urbe del siglo XXI. Su valle me hizo cambiar en mucho, en todo, el espíritu de mi novela La canción del bisonte. Los neandertales que yo traía de vuelta eran muy diferentes de los que llevaba en mi cabeza cuando fui a conocerlos de la mano de Arsuaga y Baquedano. Los que regresaron conmigo eran mis propios y ancestrales hermanos.
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