Recuperada felizmente para el lector español casi dos décadas después de su alumbramiento en Finlandia, La niña y el árbol de las grajillas, de Riitta Jalonen y Kristiina Louhi, demuestra que las obras de valor se resisten a desaparecer sin dejar huella. Antes bien, aunque sea de forma discreta, entablan un diálogo fecundo con quienes las precedieron y aguardan a las que vendrán, para recibirlas y aumentar su significado, de manera que están vivas sin interrupción, forman parte de una cadena de enseñanzas (o, como prefería John Keats en su célebre verso, “son un gozo para siempre”).
Es esta condición idílica de la elegía la que trasmite una profunda “alegría de fondo”, como un bajo continuo sobre la superficie dolorosa de la pérdida. Quien mejor supo ver esto en los albores de la modernidad fue Friedrich Schiller, cuando definió el idilio como una “elegía alegre”, de manera que, si permutamos los elementos de esta paradójica definición, comprenderemos perfectamente su sentido: si lo natal (la infancia, la familia, el hogar…) es objeto de una mirada alegre bajo el matiz inevitable de la pérdida (la niñez arcádica), la pérdida prematura de un ser querido, el fallecimiento de un padre, refuerza la mirada de una niña sensible y le permite tomar conciencia de la hondura del dolor, así como del consuelo que ofrecen el recuerdo y la necesidad de seguir adelante, la comprensión de un lazo que une a los seres, a los espacios que habitaron y a los símbolos que los encarnan. “Un recuerdo jamás se acaba”, puede leerse en una de sus páginas. Ahí anida la alegría, es una energía para crecer.
En este álbum un lazo invisible une la prosa poética de Jalonen y los dibujos con delicados pasteles de Louhi, de la misma forma que cielo y mar aparecen unidos (la pequeña barca de la familia, que pilotaba papá, se llamaba Firmamento y surca el cielo en una de las ilustraciones, igual que las grajillas “nadan en el cielo, el cielo es su mar”). Tierra, aire y agua aparecen unidos, y el árbol del que parten y al que regresan los pájaros es el perfecto símbolo vertical que los aglutina (el álbum entero está lleno de imágenes ascensionales, de figuras de vuelo). De ahí que la niña protagonista se abrace a su tronco, de ahí que pueda escuchar en su interior, como se escuchan los ruidos de los vecinos en un edificio, la voz de su padre. Dicha voz imanta el vuelo de las aves, que regresan a la copa del árbol para acompañar los deseos de la niña.
Esta es una imagen reintegradora, la constatación de que los “pájaros ardientes” vuelan como los delicados copos de aguanieve y todo ello arropa y sostiene el futuro de la pequeña. Como prueba el tierno juego mental de la protagonista al final del álbum y auspicia la mirada idílica, todo irá bien. Una fuerza íntima une a los seres, perpetúa los deseos y recuerdos de las generaciones. El mundo permanece igual y distinto, en continuo crecimiento y reto para la comprensión y el consuelo. Perfectamente lo anuncian algunas de las palabras del comienzo de este libro: “Según mamá, a las grajillas hay que verlas por la mañana muy temprano, cuando todavía es de noche y el cielo está oscuro. De pequeña, ella misma se paraba debajo de los mismos árboles de las grajillas”. Ver en lo oscuro.
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Autora: Riitta Jalonen. Ilustradora: Kristiina Louhi. Traductora: Luisa Gutiérrez. Título: La niña y el árbol de las grajillas. Editorial: Galimatazo. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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