Un buen amigo, hace unos días, con un café y un papelón de churros en la mesa:
—Oye, Fopi, me gustan mucho tus reseñas en Zenda. Pero hay algo que me choca un poco. Son demasiado generosas, suenan muy entusiastas. Todos los libros no te pueden gustar tanto.
Asentí, miré la taza de café y le di un trago. Los clientes y los amigos siempre llevan la razón, por lo que me vi obligado a reflexionar sobre el tema. Solo me atrevo a reseñar aquellas obras que me han llamado especialmente la atención. No escribo sobre todo lo que leo. De hecho, en las Navidades pasadas y en las primeras semanas del año han llegado a mis manos bastantes títulos, muchos de ellos promocionados hasta la saciedad en las redes sociales y colocados en los escaparates de las librerías más influyentes. Sin embargo, en esta ocasión, el culpable de que me haya animado a escribir la primera reseña de 2019 no ha sido ningún superventas con miles de euros de promoción a la espalda. Palabrita. No he sentido la necesidad imperiosa de reseñar una obra hasta que me crucé con la última novela de Antonio Tocornal.
Llevo siguiéndole la pista a este escritor desde hace mucho tiempo y lamento que aún no haya tenido la suerte de poder estrecharle la mano. Antonio se ha convertido en los últimos años en uno de los escritores más galardonados a nivel nacional. Por citar solo algunos ejemplos: ganador del XXII Premio de Novela Vargas Llosa, XIX Premio de Novela Corta Diputación de Córdoba, XVIII Concurso de Relato Corto Leopoldo Alas Clarín, XXXVIII Certamen de Cuento Corto Laguna de Duero, X Certamen de Narrativa Hoguera Plaza Maisonnave de S. Joan d’Alacant, XXI Concurso de Relato Breve Ciudad de Arnedo, V Certamen Literario María Carreira, XXIV Concurso de Cuentos Gabriel Aresti…
Claro que lo sé. Soy consciente de que es una aberración escrituril rellenar un texto con una lista de premios, pero creedme si os digo que he sido benévolo con todos vosotros y que he escondido otra docena de galardones detrás de esos puntos suspensivos. Es de justicia nombrar solo algunos, digo yo.
Con su última novela, La noche en que pude haber visto tocar a Dizzy Gillespie (XXII Premio de Novela Vargas Llosa), Antonio ha vuelto a dar un puñetazo sobre la mesa para recordar que su narrativa es una de las más elegantes de los últimos tiempos. Porque su experiencia no solo se refleja en la forma de moldear las palabras, sino que se hace evidente en sus reflexiones sobre el arte y todo lo que le rodea. Vamos a trasladarnos al París de los años ochenta para codearnos con músicos, pintores, escultores, poetas, fotógrafos, camellos, vagabundos y prostitutas. Vamos a sentirnos parte del movimiento cultural de la época y de esos llamados artistas de vanguardia, todo ello aderezado con uno de los mejores ingredientes que más suelo valorar de una lectura: el humor.
Si tienen el acierto de darle una oportunidad a esta novela (me lo agradecerán toda la vida) van a permitir que les regale un consejo: léanla con la música de Dizzy Gillespie de fondo. He de reconocer que nunca he sido un entendido del jazz, mucho menos del bebop, pero a medida que iba pasando las páginas, la curiosidad por este trompetista iba en aumento. Bueno, venga, vamos a escuchar algo de este hombre. Y si tengo algo que agradecerle a Antonio Tocornal, además de haberme hecho disfrutar con su estilo como un niño pequeño, es el haberme acercado hasta este maestro del jazz. Sus mofletes hinchados y su trompeta doblada ahora enriquecen mi vida. Es extraño, pero esta novela está envuelta en un aura de musicalidad y magia que la hacen destacar entre las demás. Os hablo de una de esas obras que a uno se le quedan grabadas en el recuerdo. De las que nos roban una sonrisa cuando vemos el canto del libro en la estantería.
Total, una gozada de lectura. Podríamos decir que La noche en que pude haber visto tocar a Dizzy Gillespie es una novela de identidades. Cada capítulo parece destinado a profundizar en cada uno de sus personajes (a cada cual más pintoresco), a la vez que nos invita a plantearnos cuestiones sobre lo que se puede entender por arte y lo que no. Debo ser honesto: no me considero con la madurez ni el nivel intelectual como para opinar sobre el arte conceptual. No tengo ni idea del avant-garde, el dadaísmo, el cubismo o el rayonismo. Nunca llegué a tener tanta clase. Hay veces hasta que me dejo el pijama debajo de la ropa cuando hace frío. Pero hay una cosa de la que sí puedo estar medianamente seguro: la última novela premiada de Antonio Tocornal es una obra maestra que están tardando en leer.
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Autor: Antonio Tocornal. Título: La noche en que pude haber visto tocar a Dizzy Gillespie. Editorial: Anaquel. Venta: Amazon y Fnac
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