No resulta fácil toparse con un autor, desconocido para uno, que es una leyenda de la literatura de una época determinada de la historia de Argentina: el escritor más vendido en ese país en los años setenta y ochenta, considerado un best seller pero también de alta factura literaria. Su éxito no solo se limitó a su país, sino que la editorial Seix Barral, a principios de este siglo, publicó en España sus obras bajo la denominación “Biblioteca Soriano”, además de ser un autor traducido a varias lenguas.
Se trata de una obra que se aproxima a la perfección y a la vez en estado puro narrativo, de existir esta última cualidad para una obra literaria, en la que predomina la decantación del lenguaje y el enfoque concentrado en la trama y las acciones, sin irse ni una sola vez por las ramas, y con una propuesta estética literaria. No todos los narradores saben o están dispuestos a recortar partes que consideran que les han quedado deslumbrantes pero que no contribuyen a la compactación necesaria para una novela corta. Esta, de hecho, requiere mayor esfuerzo que una novela larga, donde todo vale. Ya lo había dicho Antonio Muñoz Molina: “La novela corta es tal vez la modalidad narrativa en la que mejor resplandece la maestría”.
Y resulta imposible cuando se descubre un narrador de este quilate no querer entrar a conocer más de su obra y, gracias al fabuloso sistema de bibliotecas públicas de Barcelona, pude llevarme su segunda novela, No habrá más penas ni olvido (Seix Barral, 2003), frase tomada del famoso tango de Carlos Gardel. Y es que el imaginario Soriano mucho tiene que ver con la argentinidad pura y dura: fútbol, tango, boxeo, peronismo, dictadura, llevado a la página con humor, fina ironía y un hondo sentido de crítica, al presentarnos personajes, situaciones y circunstancias que retratan la realidad social y política de una época determinada. Narra la realidad, sin opinar, con los recursos de la ficción.
Tanto Cuarteles de Invierno como No habrá más penas ni olvido abren con un prólogo y cierran no con un clásico epílogo sino con opiniones del narrador y de terceros sobre la génesis y escritura de cada obra. Y así vemos comentarios como los de Julio Cortázar: “Yo le agradezco como lector el incesante, perfecto humor de su prosa, de las situaciones y los sobreentendidos. Y esos diálogos, que le dan al relato su ubicación perfecta y esa verosimilitud de lo absurdo que es el privilegio de los grandes novelistas”. Y sobre la verosimilitud de lo absurdo, un maestro de esta virtud, Italo Calvino, dice de Soriano: “Humor negro, acción vertiginosa, diálogos apretados y chispeantes, un estilo rápido y seco como el de un Hemingway tragicómico”. Cuarteles de invierno en Italia fue nombrada la mejor novela extranjera en 1981 y fue llevada al cine, al igual que otras novelas de Soriano que sucedieron.
Bruselas-Estrasburgo, 1977. París 1978-1979. Así firma Osvaldo Soriano el final de Cuarteles de invierno. De visita se encontraba Soriano en Bruselas cuando Rafael Videla dio el golpe de Estado en Argentina. La noticia corrió como pólvora y fue transmitida por la televisión. Dice Soriano: “Un día, la que es hoy mi mujer me despertó y me dijo: «Coup d’état en Argentine». A la noche vimos a Videla en televisión. Fue tan patético. En Europa tienen una maqueta de lo que es un dictador latinoamericano: es morocho [moreno y/o de pelo negro], con bigotes, anteojos negros y una gorra grande, encasquetada hasta los ojos. Esa noche, en el noticiero, lo vimos a Videla y era así, exactamente igual a la maqueta. Dentro de la tragedia la situación tenía un costado cómico”. Y de allí veinte años de Soriano en el exilio europeo.
En No habrá más penas ni olvido, escrita en Argentina, se relata el enfrentamiento entre dos sectores opuestos del peronismo; gente que se cae a tiros al grito unánime de «Viva Perón», una matanza entre peronistas en un pueblo imaginario de Argentina, Colonia Vela. Del peronismo al fascismo de los militares en Cuarteles de invierno en el mismo pueblo, escenario de ambas novelas. El pueblo, luego de la agitación de los bandos peronistas, está pacificado bajo la mano férrea del ejército. Y en ese contexto aparecen los dos personajes principales y entrañables de esta novela: Andrés Galván, un cantante de tango algo venido a menos, y Tony Rocha, un grandulón boxeador de pesos pesados en el ocaso de su carrera. Dice Soriano: “Mis personajes, en general, son perdedores y solitarios y, de algún modo, representan aspectos muy fuertes de este país”.
Desde el inicio de la novela en la estación de tren se produce el hostigamiento de los militares a los recién llegados, Galván y Rocha, que vienen respectivamente a la fiesta de Colonia Vela organizada por las Fuerzas Armadas. Un teniente del ejército, Sepúlveda, será el contendor de un Rocha que sufrirá distintos percances y sabotajes físicos y psicológicos orquestados por los organizadores para que llegue lo más debilitado posible a la pelea. El vencedor será el aspirante a la corona argentina.
Por su parte, Galván muestra su personalidad que no compromete opiniones. Cuando Romerito, un desafinado músico local, se le mete de impertinente en la habitación de Galván, al que admira, menciona algunos tangos de protesta que Galván compuso y le dice: “El tango no tiene que mezclarse con la política”. El capitán Suárez, comandante de la guarnición militar, lo cita en su oficina. Al entrar Galván, que es el narrador en primera persona de la novela, nota que estaban “colgados los retratos de todos los milicos habidos de San Martín para acá, menos Perón”.
La novela, en tiempo cronológico, sucede en solo dos días, los dos días previos a la fiesta del pueblo y la pelea que sí toma lugar, y en la que, además, durante el desarrollo de esta, el ejército llegará al punto de colocar a la altura del ring improvisado al aire libre un helicóptero aleteando para desconcentrar a Rocha. Las ofensas que, por su parte, profirió Galván y que solo eran sus opiniones libres llevaron a que el abogado, gran manipulador al servicio del ejército, Ávila Gallo, le sugiera que regrese a Buenos Aires lo antes posible.
Galván no le hace caso y, además, entabla una amistad en un bar con un supuesto mendigo, antiguo albañil, Mimo, que la gente del pueblo llama loco pero que resulta un hombre lúcido: “Me dan lástima. Son capaces de vender el alma por unos pesos y después van a misa para hacerse perdonar”. Mimo tiene un destino desdichado al precisamente tenderle una mano a Galván. Las acciones del ejército están simbolizadas por militares esperpénticos que aparecen a lo largo de la novela pero, sobre todo, por el que llaman “el gordo” de la ametralladora. De hecho, sus problemas comienzan cuando se niega, por principio, a darle un autógrafo al gordo.
Los enredos tragicómicos llevan a Rocha a dejar la pensión, donde hacía de compañero de cuarto de Galván la primera noche, luego de conocerse ambos en la estación de tren, para instalarse en casa de Ávila Gallo. Galván y Mimo van al rescate de Rocha en casa de Ávila Gallo pero Rocha se niega a abandonar la pelea, luego de su encuentro con Marta, la hija del abogado. Se siente con superpoderes, a pesar de la mano debilitada por un golpe infligido por un soldado al estrellarle la empuñadura de un revólver contra su mano izquierda.
A lo largo de la novela Soriano, un autor cuyos dos grandes referentes e influencias literarias en su vida de escritor son Erskine Caldwell y Raymond Chandler, intercala descripciones momentáneas del entorno o momentos del día, lo que le da un ritmo atinado con sello literario dentro de la convulsión de los acontecimientos:
“Con la lluvia se había levantado un viento fresco. A lo lejos vi la silueta de un galpón recortada entre las sombras. Desembocamos en un campo abierto y fuimos al galpón. Junto a la entrada vi el esqueleto negro, torcido, a medio tumbar de un avioncito. El yuyal (maleza) le había cubierto las ruedas y se metía en lo que había sido la cabina del piloto. La puerta abierta colgaba de una sola bisagra y tenía por los menos veinte agujeros redondos y gruesos como dedos”.
Dice Antonio Tabucchi de Cuarteles de invierno: “Un libro lúcido, terrible, valiente, que demuestra además la poderosa conciencia civil, democrática y política de Soriano”. Puede que la novela transcurra en un pueblo ficticio de Argentina, pero los hilos que la mueven son los de una realidad universal, tan común y sufrida en tantos países, de historia reciente y remota: el padecimiento de la ciudadanía a manos de gobiernos controlados por los militares, de manera directa o utilizando el camuflaje de civiles para perpetuarse en el poder y desmantelar la democracia. Ricardo Piglia dice: “Tal vez el mejor libro escrito en el exilio sobre la dictadura argentina”.
Soriano nos abandonó a una edad temprana, a los 54 años, víctima de un cáncer y dejando huérfanos a sus lectores de los libros que no llegó a escribir. Altamarea cuenta en su catálogo con un segundo libro sobre fútbol, la mayor pasión de Soriano: Arqueros, ilusionistas y goleadores, y tiene pautado próximamente el rescate de dos novelas: Triste, solitario y final y A sus plantas rendido un león. Encomiable labor de esta editorial para un lector como yo, que no lo conocía, y que ahora quiere sumergirse en su obra, y mérito para aquellos que la conocen y extrañaban leerlo de nuevo. Mucha razón tuvo Rodrigo Fresán cuando en 1997 escribió una necrología sobre Soriano para la revista Página 12:
“Sí, queda un tibio consuelo, una esperanzadora sospecha: si durante la vida los libros son como los fantasmas de sus escritores, cuando los escritores mueren son ellos los que se convierten en fantasmas y son sus libros los que, si todo sale bien, siguen vivos. Si esto es así, entonces Osvaldo Soriano está más vivo que nunca. Y nos pone la tapa a todos”.
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Autor: Osvaldo Soriano. Título: Cuarteles de invierno. Editorial: Altamarea. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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