—Esto es imposible, Chris. Va a salir mal. Anna y yo somos como el día y la noche, como el agua y el aceite, como el…
—Sigue, sigue, mira, te doy otra: como Heráclito y Parménides, como Sherlock y Moriarty, como…
—Cállate ya. Esta boda no tiene ningún sentido. Simplemente no puede ser y además Anna lo sabe. Sería el matrimonio del cielo y el infierno.
—¿El matrimonio del cielo y el infierno? Eso es de William Blake.
—Ya, ya lo sé, Steve, pero no pretendo ser original, ¿sabes? No soy un poeta ni tampoco un filósofo. Solo soy un pobre hombre que se casa mañana y que no quiere hacerlo.
—¿Quién sería el cielo de los dos, Chris?
—¿Qué dices, tío? ¡Y yo que sé, Steve! ¡Y yo qué cojones sé!
—Yo creo que sería ella. Tú tienes más cara de infierno que de cielo.
—¿Vas a seguir tocándome los cojones mucho tiempo? ¡Me caso mañana! Ella debe estar ahora feliz y contenta, soñando con que todo salga perfecto y tú y yo aquí, perdidos en el puto Soho londinense.
—¿Oye, sabes que tu admirado William Blake nació justo ahí?
—¿Dónde?
—Justo ahí, mira. En el cruce. Broadwick con Marshall.
—No puede ser. ¿En serio? ¿El del matrimonio del cielo y el infierno?
—Sí, Chris. Debe ser su influjo el que te hace tener ese tipo de pensamientos.
—Mira, como sigas así me voy a ir. No te aguanto más. Ni a ti ni esta puta bolsa rosa. Parezco un basurero gay.
—Muy Soho
—Muy gracioso. Además, pesa como un demonio.
—El demonio… El infierno… Ya sabes, Steve. ¿Qué llevas dentro, por cierto?
—Nada
—Vamos, Chris, no seas así. Dime lo que llevas en esa bolsa
—Los zapatos de Anna para mañana. Le deben de quedan pequeños y los tengo que dejar en esa tienda, coger los nuevos y dárselos a su hermana para que se los haga llegar. Pero mira, visto lo visto, mejor me voy a ir.
—No te vas a ninguna parte, amigo. Vamos a tomarnos dos botellas de vino sudafricano tú y yo ahora mismo en The Blue Posts. Y nos lo pensamos.
—Hecho.
—Joder, a veces me acojona lo terriblemente fácil que es convencerte.
The Blue Posts hacía esquina, como todos los sitios que merecen la pena. Estaba situado en el principio del Soho, o en el final, depende del dinero que tengas. Un ambiente fronterizo entre la tranquilidad de Mayfair y locura de más allá de los teatros. El Soho cambia según la hora que sea y según lo que hicieras ayer. A las nueve de la mañana el Soho no es el Soho, o quizá sea más soho que nunca; depende del sueño que tengas. Chris pidió la primera botella y dos copas. No tenía mucho sueño.
—Mira, Chris, esta moqueta de Paisley es un perfecto resumen de…
—¿Paisley? Se dice de Cachemira.
—Esto es Inglaterra y se dice Paisley. Qué manía tenéis en Europa de cambiarlo todo.
—Los ingleses sois increíbles, en serio. A veces me pregunto cómo habréis sido capaces de llevar toda la historia teniendo acojonado a todo el mundo desde esta isla de mierda.
—¿Sabes cómo se hace, Steve? Sin piedad. Siendo más crueles que el resto. Teniendo más cojones y menos escrúpulos. Y me parece que ya va siendo hora de que aprendas algo de esta isla de hijos de puta.
—¿A qué te refieres?
—A William Blake. A mí. A todos. ¿Sabes lo que decía nuestro querido vecino del 57 en ese libro del matrimonio del cielo y del infierno? Decía que lo material es lo mismo que lo divino; que es lo mismo el deseo que lo espiritual. Que, en realidad, solo hay una cosa. De ahí lo del matrimonio del cielo y del infierno. No hay bien ni mal en sí mismo. Demonios y ángeles son la misma cosa. Tú y Anna también sois lo mismo. Estás acojonado por dejarla, sí, pero no tengas la menor duda de que esa zorra inglesa te va a mandar a la mierda en cuanto tenga la menor duda. «Los tigres de la ira son más sabios que los caballos de la instrucción».
—¿Blake?
—Sí, Blake. El del camino del exceso y el del palacio de la sabiduría. Y resulta que el palacio de la sabiduría aquí soy yo.
—Muy humilde por tu parte. Pero no sé que propones.
—Propongo que salgas de este puto bar, que cojas la bolsa rosa, que la dejes en la puerta de la tienda de novias y que camines de una vez el camino del exceso. Tu propio camino del exceso, tu cielo y tu infierno, siempre excesivos. Despiadados. Ingleses.
—Me va a matar.
—En realidad ya lo ha hecho. De ti depende morir matando o morir suicidándote. De ti depende entrar a esa iglesia de Battersea o no entrar. A Blake le rechazó la que iba a ser su mujer y luego se casó con otra. No creo que podamos decir que le fuera mal. Tú deja que las cosas surjan, deja que el camino siga. Pero no te doblegues. Actúa como un hombre. Como un hombre inglés.
—Tienes razón. Tienes razón, joder. Me voy a esfumar.
—Vámonos.
Salieron abrazados del Blue Posts. Los correos tristes, qué gran presagio. Steve dejó la bolsa con los zapatos en la puerta de la tienda de novias Broadwick Silks. No dejó una nota. Simplemente siguieron hacia Wardour en pleno silencio bajo su inútil gorra.
—¿Qué se supone que haría ahora un inglés?
—Ir a Bunhill Fields. Creo que debes un agradecimiento y una oración ante la tumba de Blake. Y de paso pide perdón a Dios por el veneno de tu corazón. Recuérdale que sois diferentes, pero sois lo mismo. ¿No?
—Me temo que eso, querido Chris, solo dependerá de si es un inglés el que cuente esta historia.
Igual es incapacidad lectora mía, pero aparte de dejar claro que el autor ha leído a William Blake y conoce algunos barrios de Londres, y de decir «putos ingleses de los cojones» y cosas así para que veamos que tiene mucha calle y domina el lenguaje coloquial, no le veo demasiado valor a este relato.