Imagen: Luis Alberto de Cuenca, junto a un buen número de sus títulos de poesía y las letras de sus canciones para la Orquesta Mondragón.
Los mejores momentos de la poesía ya han pasado. Al menos, de la poesía millennial, instagramer, oral, o como se la llame, que aún no tiene una etiqueta concreta, pero se la distingue claramente de la poesía literaria, la de toda la vida, que por vocación y por destino suele ser minoritaria. Parece ser, y es lo que estamos viendo en esta edición de la Feria del Libro, que esos autores jóvenes ligados a las redes sociales, o esos cantautores con poemas ad hoc, siguen vendiendo y congregando fans a su alrededor, pero ya no arrasan en la Feria como entonces; y entonces se refiere a hace dos o tres años. Lo vimos, por ejemplo, con Andrés Suárez, que ocupó la caseta central, pero sus seguidores no fueron los de otros momentos. ¿Qué está pasando?… Hay una explicación razonable que veremos más adelante.
En ediciones anteriores de la Feria, estos poetas jóvenes y de redes, así como los cantautores tipo Marwan, Diego Ojeda, Andrés Suárez o Rayden reunían una larguísima fila de lectores o de fans, que hacía más visible el fenómeno. Aún recordamos una doble caseta que colapsó el pasillo de la Feria con cuatro autores, al mismo tiempo, de VersoyCuento, entre ellos Zahara y Miguel Gané. Este año, quizás los que han gozado de mayor protagonismo, pero muy inferior a otras ediciones, han sido Rayden, Miguel Gané, Loreto Sesma, Elvira Sastre, Andrés Suárez y también LaeSánchez, una incorporación de última hora. Y muy por encima de todos ellos, Defreds, todo un fenómeno de fans, cuyos libros de poesía y prosa poética son los más vendidos de España, tanto los de Espasa como los de MueveTuLengua (la antigua Frida), que acaba de sacar un álbum ilustrado del primer poemario de Defreds, Casi sin querer. Con ese título tan orientativo empezó todo.
Esta moda de la poesía millennial no se ha reflejado en la mayor venta o interés por los sellos tradicionales de la poesía literaria. Así nos lo confirman en la caseta de Pretextos, que señalan que estos dos tipos de poesía son fenómenos paralelos y, por lo tanto, no se interfieren. En Pretextos se han publicado los libros del poeta colombiano Darío Jaramillo, que dio la conferencia inaugural de la Feria, y un libro de Ada Salas, Descendimiento, con muy buena acogida. El tesoro de la editorial era Louise Glück, cuyos libros —Ararat o El tesoro de Aquiles— se esfumaron de su catálogo al poco de obtener el Nobel de Literatura el pasado año. Están dolidos —no es resentimiento, es tristeza— por este traslado a la editorial Visor. «Aún tenemos muchos libros de Glück, pero están en el almacén. No los podemos vender. Se han de destruir», nos informan, conscientes de que han de seguir con su discreto, paciente y constante trabajo.
Y es que Visor e Hiperión han sido, tradicionalmente, los dos grandes sellos poéticos, además de los editores de los más importantes premios de poesía. Visor ha tenido su tentación comercial con la publicación de los versos de Joaquín Sabina y la incorporación de Elvira Sastre. Pero mantiene una colección de lujo, en donde debía haber salido para la Feria —y de eso se duele— el último libro de Luis Alberto de Cuenca, Después del Paraíso, poemas que hablan de la situación tan precaria que nos ha tocado vivir en esta pandemia interminable. El paraíso, como se deduce, era la vida que conocimos, nuestra vida antes de la catástrofe. Luis Alberto es uno de los autores —casi contemporáneo a los Novísimos—- que mejor ha sabido llegar a un público un poquito más amplio de la inmensa minoría, con unos versos que se mueven entre la cultura profesoral y la ironía doméstica. En una de las casetas se mostraba sereno —por lo vivido, por lo escrito— delante de un buen número de poemarios muy distintos, incluido un libro que recoge todas las canciones (entre 40 y 50) que escribió para la Orquesta Mondragón.
En cuanto a Hiperión, nos encontramos con la dolorosa sorpresa de su desaparición de la Feria por vez primera, algo insólito, que no se debe a cuestiones económicas, ya que tal como nos informa Antonio Huerga, de Huerga y Fierro, «venir a la Feria compensa siempre, tanto a las editoriales como a las librerías. Nosotros amortizamos la inversión el primer fin de semana». Y eso que Huerga y Fierro es una editorial de poesía —su autor más vendido es Leopoldo María Panero— que, entre sus colecciones, destaca la de nuevos autores, lo que es todo un reto.
En la Feria hemos visto casetas —normalmente compartidas— de otras editoriales de poesía, con su discreto pero constante fluir, como La Bella Varsovia, Bartlebly, De la Torre, Sial, Lastura Ediciones —que se ha abierto a la novela—, Torremozas, Valparaíso y Renacimiento, un tradicional sello de Sevilla que por vez primera no ha mostrado sus coloridos libros de poesía en la mesa de la caseta («por falta de espacio»), sino al fondo de los estantes.
Una editorial modesta, que está creciendo, es Vaso Roto. Llegada de México en el 2005 de la mano de Jeanette L. Clariond, al margen de sus obras esenciales de clásicos como Derek Walcott, Elizabeth Bishop o Robert Lowel, en su amplio catálogo figura una serie de antologías poéticas que destacan a las poetas actuales (siempre 17) de distintos países. La joya de la editorial es la norteamericana Anne Carson, premio Príncipe de Asturias de las Letras, de quien tienen varios títulos muy diversos, aunque, por ahora, no van a publicar —y se esperaría— su poesía completa, según nos informa la editora Beatriz Agustín.
Además de la ausencia de Hiperión, lo más llamativo de esta Feria del Libro es la desaparición de los libros de poesía —poesía millennial o instagramer— de las panorámicas casetas de los dos grandes grupos editoriales. En otras ediciones dedicaban un buen espacio a estos nuevos autores de poesía y prosa poética, y este año los han silenciado casi totalmente. Es cierto que ha disminuido el interés por estos autores, pero aún siguen teniendo un amplio público y se benefician del fenómeno fan. Ante la enorme fila de lectores que tenía Defreds, Carmen Pascual, editora en una caseta cuyo nombre no recordamos, apuntaba, como justificación: «La poesía de supermercado tiene cola de supermercado».
Finalmente, y enlazado con el principio, ¿por qué ha disminuido el interés por esta poesía de redes que fue todo un fenómeno social hace dos o tres años? La respuesta quizás nos la sugiera Irene Tomás, editora de MueveTuLengua, al comentar que por una parte se han multiplicado, y de una forma caótica, los nombres. Y por otra —y esto es la importante— la pandemia, el encierro y la falta de contacto con el público han propiciado que el lector mitigue su interés por estos libros, que se mueven entre la inmediatez del sentimiento y la ingeniosidad de una frase. No sabemos si será un paréntesis o algo definitivo. «Nosotros siempre estábamos haciendo cosas: presentaciones, recitales, concursos, conciertos, quedadas… —señala Irene Tomás—. Siempre había algún invento para arropar estos libros, y el público respondía muy bien. Participaba. Le gustaba sentirse integrado en esa comunidad poética».
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