La Numancia de Cervantes, la tragedia escrita en los años ochenta del siglo XVI, a la vuelta de su interrumpida carrera militar y los cinco años de cautiverio, ha vuelto a la Corte, a Madrid, al espacio que la vio triunfar en los recién inventados corrales de comedias. Y lo ha hecho de la mano de Nao de Amores, en coproducción con la Compañía Nacional de Teatro Clásico. Hasta finales de diciembre Madrid se viste de fiesta gracias al Teatro de la Comedia. Una oportunidad única para disfrutar de casi hora y media de TEATRO con mayúscula, de ese teatro que te traslada, que te sorprende, que te emociona, que te hace pensar, que te enriquece como solo la literatura, como las verdaderas experiencias vitales, son capaces de hacerlo.
El reto era grande, inmenso. Recuperar a Cervantes en el CNTC —que le ha dado la espalda ni más ni menos que en sus últimos centenarios— y, sobre todo, recuperar, devolverle la vida, al Cervantes de los orígenes, a ese escritor al que todavía faltan más de veinte años para que nos regale algunas de las obras que han cambiado nuestra forma de entender la literatura y de ver el mundo. Pero no es un escritor primerizo. Dice Javier Hernández Herráez es la desilusionante nota biográfica que le dedica a Cervantes en el programa de mano, y cito, porque de otra manera no me creerías, lector amigo, que esto aparezca escrito en el programa de mano de un teatro serio y estatal: “La familia regresa a Madrid y Cervantes publica un soneto”… Bueno, me temo que el soneto no lo publicó, lo que sí que aparecen en 1568 publicados fueron cuatro composiciones poéticas dedicadas a la muerte de Isabel de Valois…. y la destreza del poeta, como ha sabido muy bien rescatar José Montero Reguera en un libro de título más que sugerente, El poeta que fue novelista, está en alguno de los versos de la Numancia, que ahora cobran vida en la voz de los excelentes actores de la compañía. Un reto enorme, un primer impulso racional, que se ha convertido en una apuesta sentimental, y así lo percibimos todos los espectadores. Y así lo cuenta Ana Zamora, la directora de esta magia, en el citado programa de mano: “Hay proyectos que uno tiene que montar con irrefrenable urgencia porque le va la vida en ello, porque siente que no puede pasar un instante más sin enfrentarse a ese material literario dramático que reclama, desde el papel, convertirse en materia escénica. Y hay otros proyectos, entre los que se incluye esta Numancia, que se eligen con la frialdad de lo que se debe hacer y con los que, poco a poco, va surgiendo una relación personal que va madurando, y que pronto trasciende un primer atisbo de enamoramiento para constituirse en verdadero amor eterno”.
Hay mucho de confesión y mucho de viaje compartido en estas palabras. Y más cuando a este inicio se une la guía que le ha llevado a la directora al buen puerto de su propuesta teatral: Luis Rosales y su canto a la libertad en Cervantes. No podía haber elegido mejor norte, sin duda.
El desafío de montar una nueva Numancia cervantina era, por un lado, externo. ¿Una nueva Numancia, la obra teatral de Cervantes más representada, y eso que se instala en un momento inicial del teatro de los corrales de comedias que será barrido por el éxito de las nuevas propuestas posteriores? ¿Cómo insertarse dentro de una tradición y, al mismo tiempo, sortearla y superarla? Y lo ha hecho, sin duda. Una propuesta que será estudiada con el paso del tiempo, como olvidadas han sido ya algunas de las propuestas sobre la misma obra de los últimos años. Pero, sobre todo, el desafío era interno: el género (la tragedia), el tema (patriótico) y así como el verso, que se mueve en una mezcla de épica y sentimiento al que no estamos acostumbrados. ¿Cómo hacerlo accesible, cómo compartirlo con un espectador del siglo XXI?
Pero, curioso lector, como habrás podido ir esperando por lo que vas leyendo, el éxito ha sido total. Llegados a este punto de esta crónica personal de un cervantista que ha llorado en varias ocasiones a lo largo de la obra, no sé por dónde empezar con los aciertos de esta nueva propuesta. Un acierto, un poco llevado al límite, el mantener la fonética del castellano medieval, pues permite comprender desde el principio que esta obra es “otra cosa” a los versos ligeros que vendrán luego y que serán marca de la casa de los autores triunfantes en los corrales de comedias. Otro acierto: algunas de las marcas de la casa “Nao de Amores”, como la música en directo y el repertorio elegido; la precisión del vestuario y de la escenografía; la dicción y expresión de todos los actores; los hallazgos de luces, o algunas maneras ingeniosas y “sencillas” de resolver problemas teatrales complejos, como la aparición de las figuras morales, como España, la Guerra, el Hambre o la Peste, defendiendo el orgullo con que Cervantes confiesa de sí mismo: “Fui el primero que representase las imaginaciones y los pensamientos escondidos del alma”, o el tema de la magia, sin olvidarse de cómo representar al coro de mujeres, teniendo solo una actriz en el escenario… y no sigo para no desvelar algunos de estos hallazgos.
La destrucción de Numancia es el título que le dio Cervantes a esta obra cuando la recordó en el prólogo de sus Ocho comedias y ocho entremeses publicados en 1615. Y esta “destrucción” es lo que nos cuenta la obra, una destrucción donde quedan claramente delimitados los espacios —y el espectador forma parte de uno de ellos, lo que es también una cuidada y buscada reflexión—, y donde la derrota termina siendo una victoria… es la victoria de los ideales y de la libertad frente al pragmatismo y a las circunstancias. Frente a los deseos de fama de Cipión, del general romano, de cumplir con las órdenes del Senado, la voluntad del pueblo numantino de conservar su honor y su fama, su libertad. “La libertad, Sancho, es uno de los más preciosos dones que a los hombres dieron los cielos; con ella no pueden igualarse los tesoros que encierra la tierra ni el mar encubre; por la libertad así como por la honra se puede y debe aventurar la vida”. Estas son las palabras que escribirá un maduro Cervantes en la segunda parte del Quijote. O como dirá Teógenes en la obra, “el camino, más llano que la palma, / de nuestra libertad el cielo pío / nos ofrece, nos muestra y nos advierte / que sólo está en las manos de la muerte”.
Si Luis Rosales, como recuerda Ana Zamora en su texto del programa de mano, nos dice que Cervantes “nos ayuda a vivir, nos enseña a vivir”. La Numancia de Cervantes ha vuelto a los nuevos corrales de comedias, de la mano de Nao de Amores, por fin. Y lo ha hecho para ayudarnos a vivir, a enseñarnos a vivir en un mundo donde es necesario rescatar la libertad, esa que nos permite sentirnos y formar parte de una sociedad, esta sociedad que tenemos que seguir construyendo entre todos, dejando a los vendedores de famas y de privilegios a las puertas de sus triunfos.
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