Julio de 2005. Tras un breve paso por Dinamarca, el Barça de Rijkaard completa una de sus habituales y maratonianas pretemporadas —o postemporadas— con una gira por tierras asiáticas. El día 30 empata a uno contra el Yokohama Marinos frente a más de cuarenta mil espectadores, y a continuación la escuadra formada por estrellas consagradas como Ronaldinho, Xavi o Eto’o —y algunas todavía emergentes, como Iniesta o Messi— emprende el viaje de vuelta a Barcelona.
El vuelo se prevé largo y anodino, uno de tantos. Y así será para todos los componentes del equipo, excepto para uno: un joven extremo de la cantera llamado Francisco Javier Peral, “Javito”, que unos meses antes, en diciembre de 2004, ha debutado con el primer equipo en un partido de Champions contra el Shakhtar de Donetsk.
Javito llegó a La Masía en 2001, con 17 años, procedente del modesto club de su pueblo, Moraleja, en Cáceres. Su físico y su velocidad llamaron la atención de varios ojeadores, y aunque recibió ofertas de varios clubes de Primera División, como el Alavés y el Valencia, finalmente fue el Barça quien se llevó el gato al agua.
Al principio, Javito tuvo algunos problemas para asimilar su nueva realidad. Alejado de su familia y sus amigos, el joven hubo de madurar anticipadamente para adaptarse al equipo, a la ciudad, y también a la lengua y la cultura catalanas. Para colmo, su técnica no era demasiado buena, y durante los primeros meses en can Barça tuvo que esforzarse en pulirla al máximo para lograr su objetivo: renovar su contrato con el club.
Javito mostró una ética de trabajo intachable, y no solo logró que le renovaran, sino que se convirtió en uno de los jugadores más destacados del filial, en el que compartía vestuario, entre otros, con los entonces desconocidos Messi o Iniesta.
Tras su debut con el primer equipo en diciembre de 2004 —en el mismo partido, por cierto, en que Messi debutó en Champions—, la temporada 2005-2006 se preveía la idónea para que Javito se consolidara como profesional. Poco antes había debutado con la Selección Española sub-21, y todo apuntaba a que estaba en el inicio de una carrera, si no de superestrella o de galáctico, al menos sí de jugador de renombre, que podría hacerse un hueco en la plantilla del Barcelona o en la de algún otro gran club europeo.
Pero el destino le deparaba algo distinto.
Durante el vuelo de regreso desde Japón en ese verano de 2005, Javito comienza a sentir unas molestias en el gemelo derecho. Nada fuera de lo normal, piensa. Una sobrecarga, o quizá una microrrotura. Al día siguiente se levanta de la cama y al apoyar el pie en el suelo siente una punzada de dolor. Sigue creyendo que no es nada grave, pero aun así acude a los servicios médicos del club, donde le tratan con bolsas de hielo y lámparas de calor, lo habitual en esos casos. No hay motivos de alarma, le dicen, y menos aún teniendo en cuenta que la plantilla acaba de comenzar sus vacaciones, y que Javito tiene por delante varias semanas de parón para recuperarse.
Están a punto de darle el alta cuando el médico titular del primer equipo pasa casualmente por la enfermería a despedirse de sus compañeros. Al encontrarse al canterano en la camilla y tantearle el gemelo, decide ordenar algunas pruebas más, por descartar que pueda tratarse de una lesión más grave. Esa decisión salva la carrera, la pierna, y posiblemente hasta la vida de Javito.
Lo que tiene en su gemelo derecho no es una sobrecarga ni una rotura, sino un trombo. Aunque no es una afección común en personas de su edad, Javito es víctima del conocido como “síndrome del turista”, una trombosis provocada por la falta de movimiento en viajes de larga duración. De no haberle sido diagnosticado a tiempo, el coágulo de sangre de su gemelo podría haberse desplazado hacia arriba, provocando quién sabía qué tipo de complicaciones fatales.
Este es el punto de inflexión de su carrera deportiva. Durante los meses que siguen, Javito debe mantenerse inmóvil, medicado y bajo supervisión médica estricta. La temporada arranca sin él, y para cuando puede reincorporarse al primer equipo, bien entrado el año 2006 y todavía convaleciente y falto de ritmo, otros han ocupado su lugar en la plantilla.
Hoy, quince años después, Javito recuerda su lesión con resignación, pero no con amargura: es consciente de que, pese a todo, es un afortunado. Nunca sabrá si hubiera triunfado en el Barcelona, pero a pesar de todo ha podido continuar su carrera como profesional. No tuvo que colgar las botas antes de tiempo, como tantos otros colegas.
La temporada termina y Javito, con veintidós años, se siente mayor para seguir jugando en el filial y aspirando a la suplencia del primer equipo, por lo que pide a su representante que le busque una salida. La mejor oferta que recibe proviene del lugar más insospechado: el Aris de Salónica, uno de los clubes más importantes de Grecia.
Javito se lo piensa detenidamente. Ya no está solo: su novia de toda la vida, María —nacida y criada también en Moraleja— convive con él en Barcelona. Esta vez, por tanto, serán los dos los que habrán de adaptarse a una nueva ciudad, una nueva cultura y una nueva lengua. Al final, deciden probar suerte.
En el año 2006, el Aris de Salónica, pese a todo su peso histórico, se encuentra en una situación delicada, tanto en lo deportivo —el club acaba de ascender de la segunda división griega— como en lo económico. El equipo está prácticamente en bancarrota, y como es corriente en cualquier empresa son los de abajo los principales damnificados. En este caso los de abajo son los propios jugadores.
Así, tras una acogida calurosa por parte de la directiva, los compañeros y los aficionados, y tras demostrar en el campo que su trombosis en el gemelo derecho es cosa del pasado, Javito y su esposa enseguida descubren que la conocida cita de la Eneida “timeo Danaos et dona ferentes” —o sea, «no te fíes de los griegos aunque traigan regalos»—, continúa siendo tan actual ahora como en tiempos de la Guerra de Troya. El regalo griego en forma de fichaje resulta ser un caballo preñado de problemas. Javito y el resto de la plantilla pasan meses sin cobrar sus sueldos, y pese a que el equipo va como un tiro en la clasificación, las penalidades económicas por las que pasan llegan al punto de trucar los contadores de luz de sus viviendas, porque no les alcanza para pagar los recibos.
Hubo un día —explica Javito— en que me vi con ocho euros en la cuenta corriente y diez euros en el bolsillo, y tuve que escoger entre echar gasolina al coche o pasar por el supermercado a por comida; me planté en las oficinas del club y les di un ultimátum. O me daban lo mínimo para mis gastos, o hacía las maletas y me volvía a España.
Hacia el final de la temporada, con la consecución de los objetivos deportivos, las finanzas del club mejoran. Siguen unos años dorados para el Aris de Salónica, y también para Javito, que se convierte en el ídolo de la afición, llegando a ganarse incluso el respeto de la afición del eterno rival, el PAOK.
Es en esta etapa, entre 2006 y 2011, cuando Javito logra sus dos mayores hitos profesionales, al menos desde la perspectiva española. El primero ocurre en 2007, cuando un gol suyo elimina al Real Zaragoza de la Copa de la UEFA. Para colmo, el gol se lo mete a César Sánchez, quien más tarde se convertiría en el portero titular del Real Madrid, y que es natural de la ciudad de Coria, en Cáceres, muy próxima a Moraleja, siendo conocido de todos en la región el pique existente entre ambas localidades. El segundo hito ocurre en 2010, cuando Javito marca un gol —más bien un golazo: control con el pecho y disparo con la izquierda cruzado desde el borde del área— al Atlético de Madrid en la ida de la fase de grupos de la misma competición, de la que los rojiblancos eran vigentes campeones. El gol que Javito le cuela nada menos que a David de Gea da la victoria al Aris, que volvería a derrotar al Atlético en la vuelta, sellando así su eliminación.
Javito se convierte en el “verdugo” de equipos españoles en la Europa League y en una estrella en Grecia —además, durante estos años nacen sus dos hijas, Sofía y Naia, la primera llamada así como homenaje al país heleno—. Pero su relación con la directiva del Aris es tensa —»los griegos son muy suyos», insiste Javito—, y al presentársele la oportunidad de fichar por el Olympiakos de El Pireo, acepta el reto. Antes, eso sí, se marcha seis meses cedido al Deportivo de La Coruña; es la temporada 2010-2011, donde Javito asiste en primera persona al traumático descenso a segunda de los gallegos.
En el Olympiakos permanece una temporada, la de 2011-2012, en la que coincide con el entrenador Ernesto Valverde, y en la que vive de cerca el momento álgido de la crisis económica que conduce a la quiebra de Grecia y el rescate de la Unión Europea. Familias enteras de desahuciados se agolpan en las plazas y parques de la ciudad. Javito y su mujer, aun levantando ciertos recelos entre sus vecinos, las ayudan con dinero y comida, y entablan amistad con algunas de ellas.
Javito no termina de encajar en El Pireo tan bien como lo hizo en Tesalónica, y el ambiente se enrarece hasta el punto de que el club rescinde su contrato de mala manera, sin atender a criterios deportivos y pese a la conducta ejemplar del jugador —poco dado a la vida nocturna y otros vicios de los deportistas de élite—. Tras estar cedido media temporada en el Oduspor de Turquía, donde prefiere instalarse él solo para evitarle a su familia un nuevo traslado y evitarse querellas y litigios, regresa a España a esperar que una nueva oportunidad llame a su puerta.
Es el año 2012, tiene casi treinta años y se encuentra oficialmente en situación de desempleo, como algún que otro artículo de la prensa española, redactado con cierta malicia, se ocupa de recordarle —“un ilustre extremeño en paro”, lo denominan—.
Pero la carrera de Javito está aún lejos de su fin. Cuando el entonces entrenador del Hércules, Quique Hernández, antiguo entrenador de Javito en el Aris de Salónica, conoce la situación de este a través de un amigo común —Xavier Tamarit—, no duda en ficharlo para la segunda vuelta de la temporada 2012-2013. El Hércules es el colista de segunda división, y el fichaje de Javito y otros veteranos obra el milagro: el club mantiene la categoría, y Javito se gana con creces su renovación. Este, sin embargo, decide rechazarla: ha llegado a él una oferta mejor, la del Alcorcón, donde juega durante la temporada 2013-2014.
Los griegos vuelven a llamar a su puerta en la siguiente temporada. Parece haber algo en la patria de los aqueos que lo atrae hacia allá. En este caso es el AO Kerkyra, el equipo de la paradisíaca isla de Corfú. Javito está a punto de echar por tierra su fichaje debido a que la isla no cuenta con un colegio internacional al que inscribir a sus hijas, aunque finalmente acepta cuando el club le garantiza que estas recibirán clases particulares de griego para que sean escolarizadas con normalidad.
El Kerkyra no tiene la misma entidad que el Aris, y la situación deportiva no es para tirar cohetes. Javito aguanta allí toda la temporada solo por no trasladar a sus hijas a mitad del curso escolar, y del Kerkyra pasa brevemente por otro club griego, el Panthrakikos, que está aún en peor situación y donde los entrenamientos del equipo consisten apenas en unos rondos y unos partidillos de futbol-playa, tras los cuales Javito asiste con su mujer a clases de crossfit en un gimnasio de la ciudad para no perder el tono muscular.
Del Panthrakikos pasa de nuevo a la inactividad. El Guijuelo lo ficha para un semestre, y al finalizar la temporada 2016-2017 Javito, a sus treinta y cuatro años, es fichado por el Coria para jugar en Tercera División. Los titulares de algunos medios que se hacen eco de su fichaje están otra vez cargados con un regusto de inquina —“De debutar con Messi a jugar en la Tercera extremeña”, dicen—.
Lo que no cuentan esos titulares ni las crónicas periodísticas sobre la carrera del jugador es todo lo que hay detrás de una biografía tan compleja como la suya. Haber compartido vestuario con algunos de los mejores jugadores de la historia del fútbol, y haber debutado como profesional en un partido de Champions; las estrecheces económicas vividas en su primera época en Grecia; ser perseguido como una estrella por la prensa griega y los fans del Aris de Salónica —que aún a día de hoy le siguen recordando con cariño y escribiéndole a través de las redes sociales—; sus goles en la Europa League al Zaragoza y el Atlético; las finales perdidas en la Copa de Grecia; haber conocido una lengua y una cultura tan ajena a la nuestra como la griega, que sus hijas se hayan criado en ella y aún se resistan a perder algunas de sus costumbres —como la tradicional decoración de huevos de la Pascua ortodoxa—; o los cumpleaños y muchas otras festividades familiares perdidas por estar concentrado con sus clubes.
La de Javito es una historia como la de tantos otros futbolistas profesionales. Futbolistas que jamás ganaron fortunas, y que llegan al final de sus carreras —Javito tiene ahora treinta y seis años— sin un colchón millonario. Pero la suya no es una tragedia griega, nada más lejos. Javito ha trabajado mucho, ha sufrido mucho, pero ha sido muy feliz, y con sus goles ha logrado ocupar titulares en España y en Grecia. Actualmente milita en las filas del Moraleja, el club de su infancia, y acaba de obtener la licencia nivel 3 de entrenador de fútbol, lo que le permite entrenar a cualquier equipo, incluso de Primera División. Después de una carrera tan agitada como la suya sobre el césped, quién sabe lo que le deparará el Hado en su nueva aventura en los banquillos.
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