La ambivalencia y el mimetismo son dos de los conceptos más importantes a la hora de analizar el discurso colonial. Frantz Fanon ya habló del otro como objeto simultáneo de desprecio y de deseo. En ese juego, la ambivalencia representa ese proceso de negación y de identificación con el otro. Fanon, nacido en las Antillas, estudió cómo ese otro, en su caso el negro antillano, construye su identidad a través de las representaciones del colonizador, desde la mirada del blanco y desde los libros del blanco y busca mimetizarse en él. La niña de la portada de esta novela de Maryse Condé ya nos anticipa este dilema: su mirada sostenida nos interroga, entre tímida, temerosa y amenazante, se presenta vestida a la manera occidental como si buscara la inclusión social, pero sus ojos abiertos parecen decirnos que no aceptará nuestro rechazo, hay un germen de rebelión ya en ella. El lector se adentra en el libro teniendo muy presente esa mirada atenta, esos ojos casi ya clavados en nuestra cabeza y se pregunta: «¿Qué se espera de mí?». Porque claro, la ambivalencia recorre un camino de ida y vuelta, y es ahí donde nacen todos los conflictos postcoloniales, incluidas las grandes revueltas de los jóvenes de segunda o tercera generación de las barriadas de París que se descubren con un pie en cada mundo. En esa encrucijada encontramos a los personajes de este libro, moviéndose en esas aguas turbulentas sin encontrar tierra firme, siempre soñando con el regreso a un lugar, La Deseada, al que nunca podrán ya pertenecer. Como sintetiza el taxista que recoge a Marie-Noëlle, la protagonista de esta novela: “Nunca logró sentirse a gusto en Guadalupe. Estaba de más en todas partes (…). Y sin embargo, tampoco se consideraba francés”. También los habitantes de Guadalupe se dan cuenta de que Marie-Noëlle no es ya más de allí: “A su paso los lugareños experimentaban un sentimiento incomprensible, parecido al miedo. Intuían que aquella mujer procedía de un lugar remoto, de una lejanía tan profunda y misteriosa como la selva más frondosa”. Nuestra protagonista vive en la extrañeza.
La Deseada es, pues, ese Paraíso del que fuimos expulsados y al que la humanidad espera regresar después de deambular por la Tierra. Algo que significativamente también aparece representado en la cubierta, enmarcando la figura de la niña solitaria. Condé describe la vegetación, la luz, el color del mar, la música, los bailes, los disfraces, las relaciones relajadas y alegres de los habitantes…de forma que el lector establece, al igual que la protagonista, el lazo inevitable entre belleza y felicidad: “Los primeros años de Marie-Noëlle fueron pura magia”. La Iglesia situó el Paraíso en el Reino, en el más allá. Tras años de luchas teológicas se negó la existencia de un Paraíso terrenal. La Deseada sigue siendo un Paraíso terrenal solo mientras no se regrese, porque es el Paraíso de la infancia. Marie- Noëlle salió de allí siendo niña, y sus recuerdos llenos de luz, color y alegría pertenecen a esa etapa de su vida, a la edad de la inocencia. En contraste, el paisaje lejos de La Deseada es siempre frío, húmedo, desagradable: “el viento corría feroz, con las fauces abiertas”. Condé deja bien claro que después del paraíso el mundo es cruel y duro y el lector llega a sentir en sus huesos la humedad y el desasosiego.
Un desasosiego profundo que va más allá del clima, porque La Deseada es también metafóricamente la madre. Lo que está en juego ya es algo más. Como una condena, tres generaciones de mujeres se muestran incapaces de demostrar su amor a sus hijos. Por distintos motivos, todos vinculados a hechos brutales que la novela va desvelando en parte, estas mujeres sufren el desamor filial y, al mismo tiempo, incapaces de romper esa cadena, transmiten a sus descendientes un doble desarraigo: el de la tierra en la que nacieron y el del amor de las que les dieron la vida. “Para el niño que crece sin el amor de su madre, no existe en la tierra una sola sombra bajo la que cobijarse”.
La Deseada es también, por tanto y finalmente, la felicidad (como reza el verso de la canción martiniquesa que abre la novela, “excepto la felicidad, nada es esencial”). La odisea de Marie-Noëlle, o su travesía por el desierto en busca de esa identidad, de una explicación que le permita la felicidad, es la de todo un pueblo (“el calvario de nuestro pueblo”), y como nos enseña magistralmente Condé, solo la invención, la narración, puede rescatarla.
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Autora: Maryse Condé. Título: La Deseada. Editorial: Impedimenta. Venta: Todos tus libros y Amazon
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