Los años, la pereza, el aburguesamiento son malos para la buena lectura. Antes, cuando era pobre (quiero decir, más pobre; este eco gramatical se lo he copiado a alguien, pero no recuerdo a quién) y, además de pobre, animado y, en fin, voraz, leía los libros con gran aprovechamiento. Eso se debía a que los libros no eran míos. Sacados de la biblioteca, doblaba la esquina de la página que contenía algo valioso, incluso marcaba con lápiz el párrafo o la frase. Luego, terminado el libro, iba revisando página a página y desdoblando esquinitas y borrando lapicero y pasando a un documento de Word las citas bonitas de la novela. Para mí eso es leer bien.
Sin embargo, si el libro es mío, regalado, recibido, tomado del montón de libros de la redacción del periódico, hago lo mismo (esquinitas y subrayados), pero no trascribo los pasajes mejores. Esto quiere decir que, transcurridos dos años, no recuerdo nada, y ponte tú ahora a abrir el libro a voleo, o página a página (esquinita doblada a esquinita doblada) buscando quién sabe qué. Cuando el libro es mío, pienso que lo tengo controlado y a mano, y es justo al contrario.
Ahora me he leído La calle Estrecha, de Josep Pla, con el método de los pobres. Es un libro delicioso. También simplísimo. Contagia esa simplicidad, como pueden ver.
Trata de un veterinario que llega al pueblo de Torrelles en autobús, se instala en la calle Estrecha y, más que cuidar de vacas o pollos, observa a sus vecinos y levanta un retrato de cada uno de ellos. A lo mejor salen cuarenta personajes.
La novela se publicó, según detalla con curiosa exactitud la edición de Destino que manejo (1991), en mayo de 1952. Google dice que fue en 1951. Luego dice Google que se escribió entre 1949 y 1951, y que se publicó en el 52. El caso es que La colmena, de Camilo José Cela, apareció en 1951. Son novelas muy parecidas, la de Cela y la de Pla, corales, como suele decirse.
Si La colmena es una novela como Dios manda, La calle Estrecha no lo es. Tiene mucho de diario, o de columnas no publicadas publicadas de pronto todas juntas. Quiere decirse que el libro no avanza, no articula un sistema o estructura, no produce ecos. La colmena resulta mucho más virtuosa y admirable que La calle Estrecha porque hay que hacer entrar y salir personajes, recordarlos, llevarlos de la página 30 a la página 300, y querer con eso (con ese jaleo) decirnos algo. La ciudad como colmena, tampoco es que se quiera decir una cosa muy complicada.
La calle Estrecha, por su parte, va toda en línea recta, acumulando retratos y pequeñas historias. Sólo reincide la criada del protagonista; iba a decir “la criada de Pla”. Por supuesto, nadie se cree el oficio de veterinario del narrador, pues esa labor apenas asoma, sólo una o dos veces, cuando Pla se acuerda de que su protagonista es veterinario, y entonces su trabajo ni siquiera se describe en detalle, porque supongo que Pla no tenía ni puta idea de cómo trabajaba un veterinario. Simplemente dice que fue a ver a una vaca. Y ya.
Así que la obra es todo prosa, estilo, gracia, gracejo. Cada libro vale por unas cosas u otras, y es injusto tumbar una novela por lo que la novela no quiso ser. Pla no quiere contar una historia, no quiere hacer experimentos y sólo quiere pintar realidades. Y eso lo hace con mano maestra.
Cuando la gente sabía escribir, y sobre todo, leer, se decía que un gran prosista lo era por los adjetivos. Fue cierto y lo sigue siendo. Pla describe el pueblo, su desarrollo desigual, con estas palabras: “…dos poblaciones totalmente distintas, una población antigua, ruinosa, de gran carácter, dorada por el sol de los siglos, desordenada, deliciosamente pintoresca, con rincones de sombra decrépita y tejados de cadmio incandescentes —en suma, una vieja población payesa— y una población nueva, fría, insignificante, vulgar, de color ocre, caótica, polvorienta o embarrada, según el tiempo, un guirigay para mal vivir y mal morir, la creación exacta de la degeneración del gusto de nuestros contratistas de obras y albañiles”.
La pericia con los adjetivos se ve mejor en este ejemplo breve: “El asno es menudo, joven, negro, brillante. Está muy sano y redondo”. La sucesión de adjetivos, bien hecha, ensancha las sensaciones del nombre al que acompaña. Es habitual hoy ver a la gente adjetivar, por ejemplo, una situación como “peligrosa y arriesgada”, o una plaza como “grande y descomunal”, o una mujer como “guapa y atractiva”. Pla describe un asno con seis adjetivos y cada uno va dando cuerpo al asno, haciéndolo más asno todavía, hasta que lo vemos aparecer.
Siendo esto difícil (la adjetivación justa, simple, enriquecedora), Pla juega también en la liga de describir sorprendiendo: “La cuñada, la señora Carmen, era una mujer de mucha edad, de una blancura evaporada, extremadamente flaca, rígida, de una flaqueza tubular, que se parecía a una sardina erguida sobre la cola”. Aunque el símil con sardina no es de mi gusto, ese participio, “evaporada”, me vuelve loco. “Blancura evaporada”. Le daría el premio Nobel a un señor sólo por haber juntado esas dos palabras que nadie antes (seguramente) había puesto siquiera en el mismo párrafo. También “flaqueza tubular” nos impresiona.
“Al pasar hoy bajo sus ramas caligráficas…”. “La fachada casi ocupa el centro de la calle y el edificio dibuja una concavidad que presta un poco de gracia a la ondulación del urbanismo”.
Luego hay frases directas que también son muy de mi paladar, porque yo leo casi siempre buscando estas frases, y no me suelo enterar de las historias o argumentos, salvo que no haya otra cosa en que fijarse. “Los hombres presumidos suelen ser felices”. “Son personas que les gusta padecer”. “No hay como tener razón para pasarlo bien”.
“Tuve suerte, que es siempre lo mejor que se puede tener en una oficina administrativa”.
La calle Estrecha habla de un tiempo olvidado y de una realidad prácticamente aniquilada. Sin embargo, la prosa es inmortal. No diría que la prosa o la escritura salvan esas calles de pueblo catalán exterminado, pues sería una cursilada. Quizá puedo decir que gracias a la realidad que hubo, y a la mirada que un escritor proyectó sobre ella, queda un puñado de páginas literariamente inamovible. El realismo es una forma de fabricar fantasmas.
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El único adjetivo que conoce hoy la gente es brutal.
He pedido la calle estrecha por Reyes por recomendación de Alberto Olmos. Lo he devuelto. Me ha dado cuenta de que puedo leerlo en idioma original. Me lo acaban de mandar a través de Amazon de segunda mano desde una libreía de Barcelona. Ya os contaré. Leí La Colmena hace muchos años. El personaje Cela me caía gordo, peo la novela me encantó. Una sensación parecida a Manhattan Transfer. Desafortunadamente hace mucho que no tomo notas de los libros. Será el tiempo. Además ya casi no leo novelas, solo ensayos. Me cuesta encontrar novelas que me interesen…
Gran artículo, muy olmosiano (un lujo que se pueda leer gratis). Pero dos cosas me han sorprendido en él: que no se hable del traductor (nada menos que Néstor Luján, otro lujo) y que se cite esta frase incorrecta como ejemplo de frases excelentes: “Son personas que les gusta padecer” […A LAS QUE les gusta…] .
Me han entrado unas ganas enormes de leer a Pla con este artículo. Siempre lo he observado en la distancia, supongo que sin una razón aparente. Quizás por ser un autor catalán que queda muy lejos de mi herencia cultural. Puede ser que por su pinta. Quién sabe. Gracias Olmos por leer a lo pobre y desempolvar este autor para mí. Leeré algo suyo pronto
Ese eco gramatical lo he visto en László Krasznahorkai