Durante los estertores del franquismo, la conexión entre un grupo de intelectuales y ETA hizo posibles dos atentados que cambiaron la historia de España: el del almirante Carrero Blanco y el de la cafetería Rolando (Madrid). Este libro reconstruye aquellos hechos y, de paso, nos devuelve al país que fuimos.
En este making of Xuan Cándano desvela los caminos que le llevaron a escribir Operación Caperucita (Akal).
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Con Operación Caperucita me pasó algo parecido a lo acontecido hace ya unos cuantos años, cuando abordé el asunto de la rendición de los nacionalistas vascos a los fascistas italianos en la Guerra Civil en un libro de 2007, El Pacto de Santoña. Tanto este episodio como el atentado de la calle del Correo en Madrid en 1974 eran temas que me interesaban mucho porque incentivaban mi curiosidad y mi interés en aclarar misterios y oscuras lagunas en los relatos oficiales o conocidos, que es la esencia del periodismo.
Franco no tardaría en fallecer, la Transición política se abrió paso y los encarcelados fueron liberados antes de las primeras elecciones de 1977 y más tarde se beneficiaron de la amnistía, por lo que nunca se celebró el juicio. El turbio, oscuro y misterioso asunto del atentado de la calle del Correo, y aquella conexión entre ETA y unos cuantos antifranquistas de la gauche divine, pasó al olvido, como las víctimas.
No ocurrió lo mismo en mi cabeza. Como con el Pacto de Santoña, del que había tenido noticias por primera vez por un excombatiente republicano también en mis años del Bachillerato, sobre el atentado preguntaba e intentaba saciar mi curiosidad con los historiadores más próximos, algunos buenos amigos. Incluso les incentivaba y les proponía abordar la matanza de la calle del Correo, que provocó la escisión en ETA entre los milis y los polimilis. Como no convencí a ninguno me lancé yo mismo a la aventura de despejar dudas y buscar la luz en un episodio muy relevante en la Historia reciente de España, que supuso la pérdida de la inocencia para la izquierda revolucionaria. O sea, escribí el libro que quería devorar como lector. Esto tampoco es una rareza o una excentricidad: la literatura, sobre todo la que linda con la Historia y con el periodismo, está repleta de experiencias parecidas.
Ya había iniciado el largo y lento proceso de la elaboración del libro, previo a la escritura, cuando caí en la cuenta de que estaba próximo el cincuenta aniversario del atentado. Lo tomé más como causalidad que como casualidad y me obligué a mi mismo a marcarme plazos inevitables para que el ejemplar estuviera en las librerías el 13 de septiembre de 2024. Solo tenía un año por delante.
En este tipo de trabajos hay que combinar la investigación y las entrevistas personales a los protagonistas. Para la primera era esencial e imprescindible el sumario judicial, que nadie sabía exactamente donde estaba, un desconocimiento relacionado con el malditismo del Caso Correo y con las diferentes jurisdicciones por las que pasó el asunto, incluida la militar, que fue la primera. Alguien o algo me orientó hacia el Archivo General de la Administración en Alcalá de Henares. Allí me dijeron que habían tenido el sumario, pero que lo habían enviado al Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. Allí fui, tras las gestiones pertinentes, para comprobar que no era cierto, aunque aquella visita a Salamanca no fue baldía. Entre la documentación consultada apareció información de interés para la investigación. Es algo que suele ocurrir en este tipo de trabajos. Los archivos también son misteriosos y caprichosos, a veces te ocultan lo que buscas pero en ocasiones te dan sorpresas maravillosas. En el histórico del Partido Comunista de España en Madrid, excelentemente gestionado, también encontré valiosa documentación.
Tras muchas pesquisas y negociaciones —que contadas en detalle darían para otro libro que evidenciaría la pervivencia en España del “vuelva usted mañana” de Larra y lo imprescindible de los contactos personales— localicé el sumario judicial en el Archivo Judicial Territorial de la Comunidad de Madrid, ubicado en un polígono industrial de Vallecas. Hubo dificultades para poder acceder a sus miles de páginas en tiempo y forma, pero las solventé con tesón, cabezonería y la ayuda inestimable de varias personas, para mí desconocidas hasta entonces, a las que cito en los agradecimientos del libro. Fui el primer periodista que accedí a ese sumario.
En relación a las entrevistas personales con los protagonistas, sobre todo con aquel grupo de personas de izquierdas, activistas antifranquistas que lideraba Eva Forest, no hubo sorpresas. Desaparecidos Eva, Alfonso Sastre y otros de los encarcelados, comprobé que algunos de los supervivientes no querían hablar de un tema que prefieren olvidar. Tampoco los hijos de la pareja que formaban Eva y Alfonso. En cambio fueron excelentes informantes Lidia Falcón, que ya había publicado un valiente libro sobre el atentado en 1981, y Eduardo Sánchez Gatell, que acaba de publicar otro contando su experiencia personal. Además de estos dos libros leí otros muchos vinculados al atentado y a su contexto histórico, por supuesto los publicados por Eva Forest y varios de Alfonso Sastre, un escritor prolífico que no solo se dedicó al teatro. Y los de historiadores que publicaron sobre aquella época y sobre las actividades de ETA, como Gaizka Fernández Soldevilla, que también se ocupó del atentado en un monográfico, en su caso volcándose con las víctimas.
Iniciar la elaboración de un libro como este es adentrase en un camino desconocido. Partes con algún conocimiento, pero sobre todo con dudas e incógnitas. Algunas las resuelves, otras probablemente van a permanecer siempre envueltas en una nebulosa que da pábulo a interpretaciones interesadas y a leyendas alejadas de la realidad. En el fascinante proceso del parto de Operación Caperucita —que es como bautizaron al atentado sus autores, que primero pensaron en perpetrarlo en la siniestra Dirección General de Seguridad, ubicada al lado de la cafetería Rolando— vi confirmadas algunas intuiciones y desechadas otras. Nunca abordo estas aventuras con prejuicios. Son los hechos constatados y las comprobaciones documentales las que deben guiar el relato, sin adaptarlo a convicciones o apriorismos. Una vez conseguidos los datos, que a menudo encajan como en un puzle, y agotados los plazos, esa guillotina inevitable en el periodismo y en la edición, llega el momento de aderezarlos con una buena dosis de literatura, como el cocinero combina ingredientes, materiales y talento antes de presentar el plato en la mesa. Y, como los comensales, son los lectores los que deciden finalmente si el esfuerzo mereció la pena. A ellos me remito.
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Autor: Xuan Cándano. Título: Operación Caperucita: El Comité Karl Marx y el atentado de la calle del Correo. Editorial: Akal. Venta: Todos tus libros.
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