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La otra ecuación de Majorana

La otra ecuación de Majorana

Si algo tienen las novelas de Leonardo Sciascia (Racalmuto, Sicilia, 1921 – Palermo, 1989) es que no son lo que parecen. No nos referimos a que no parezcan novelas, sino que no parecen las novelas que se nos prometen. Quien conozca las enseñanzas literarias del autor de El caso Moro reconocerá pronto que las investigaciones que emprenden los personajes de sus libros acaban, sin caer en el cinismo absoluto, en callejones sin salida o bien en salidas que no son las que se esperan en narraciones en las que la indagación conserva la potencia de las tramas detectivescas tradicionales. Sciascia les da la vuelta, reordena el mundo circundante y nos viene a decir que la vida es más simple: a veces no todo tiene solución; a menudo, incluso llegando a un descubrimiento final, poco importa porque la vida ya es otra desde en el camino que se emprendió en los albores del suceso hasta el ocaso de su conclusión, o inconclusión. Pasó con A cada cual, lo suyo, pasó con Todo modo, y ahora también ocurre en la reedición con aires de novedad de La desaparición de Majorana (1975), acertadamente rescatada tras el estreno de Oppenheimer (2023), la película de Christopher Nolan a propósito del físico teórico que fue fundamental en el desarrollo de las primeras armas nucleares como parte del Proyecto Manhattan, cuyo resultado marcó el comienzo de la era atómica.

"El viernes 25 de marzo de ese mismo año tomó un ferri hacia Palermo dejando tras de sí dos cartas, en las que anunciaba su propósito de no llegar a destino"

Franco Battiato se acordaba de Majorana (pronúnciese la j como i) cuando cantaba en el tema “Mesopotamia” (1988) aquello de “¿Qué quedará de mí? ¿Del tránsito terrestre? / ¿De todas las impresiones que he tenido en esta vida? / Me gustan las elecciones radicales, / la muerte consciente que se autoimpuso Sócrates / y la desaparición misteriosa y única de Majorana, / la vida cínica e interesante de Landolfi, / opuesto pero cercano a un monje  birmano, / o la misantropía celeste en Benedetti Michelangeli”. Ese es nuestro Majorana, un discípulo de Werner Heisenberg y de Enrico Fermi, el físico italiano padre del primer reactor nuclear (la pila CP-1 de grafito y uranio) que ganaría el premio Nobel el año de la desaparición de nuestro misterioso científico y que luego se exiliaría en Estados Unidos para integrar el núcleo duro de científicos que desarrollaron la bomba atómica. A Fermi también se le recuerda porque, al enterarse de la desaparición de quien había sido su discípulo en Roma unos años antes, dijo: “Hay varias clases de científicos. Están los de segundo y tercer orden, que hacen correctamente su trabajo. Están los de primer orden, que hacen descubrimientos que abonan el progreso de la ciencia. Y luego están los genios como Galileo o Newton. Ettore Majorana era uno de ellos”.

Recuérdese que Majorana llegó a la Universidad de Nápoles a principios de 1938 para hacerse cargo del curso de Física Teórica. El viernes 25 de marzo de ese mismo año tomó un ferri hacia Palermo dejando tras de sí dos cartas —una dirigida a su familia y otra al director del Instituto de Física— en las que anunciaba su propósito de no llegar a destino. “He tomado una decisión inevitable”, decía, “y espero que no vistan luto por mí”. Sin embargo, al día siguiente envió un telegrama desde Palermo en el que explicaba que “el mar lo había rechazado” y que pronto volvería para aclarar lo sucedido. En efecto, al día siguiente tomó el barco de regreso, pero esta vez nunca llegó a puerto. Lo demás es silencio, un silencio roto con la novela de Sciascia.

"Tal vez Ettore Majorana sea algo más que un simple desaparecido. Tal vez, como atestiguan algunos, se apartó y ahora vive puerta con puerta con Elvis Presley, avecinados con Stendhal"

Majorana, amante de Pirandello y de Shakespeare a partes iguales, se avanza a lo que más tarde imaginara Enrique Vila-Matas en su Doctor Pasavento, pero la investigación que emprende el narrador de Sciascia busca alternativas a la mera desaparición oportunista o a la conjura política que en otras ocasiones se oculta en los intersticios de las ficciones del escritor siciliano. Aquí se plantea la posibilidad de que el científico hubiera intuido el peligroso camino que la física estaba tomando y hubiese querido quitarse de en medio. El momento fue retratado diariamente entre los meses de julio y diciembre de 1938, en la sección “Personas buscadas” de todos los diarios italianos, donde se pedía información sobre el paradero de Majorana. Se sabe, además, que en el sumario judicial del caso, después de las dos notas de despedida que dejó Majorana, apareció un curioso aforismo del senador fascista Arturo Bocchini que rezaba: “A los muertos se los encuentra; son los vivos los que desaparecen”. Entre críticas al estamento policial, al jurídico y al gubernamental —Sciascia no deja títere con cabeza— plantea que la ciencia, como la poesía, están a un paso de la locura, pero es, como toda locura, un avance a contracorriente, el mismo que le hizo abogar por una política que no tuviera que ver con el dictado de las masas.

Con una competencia narrativa fuera de lo común y una conciencia de la escritura expuesta por la invención de su narrador (“nos hemos alargado un poco gratuitamente”), lo que viene a contarnos Sciascia es una intuición que concierne al genio y a la naturaleza, a la vida en suma, “una vez que se ha revelado un misterio, en el orden del conocimiento o, en general, de la belleza, tanto en ciencia como en literatura o arte, no queda sino morir”. Tal vez Ettore Majorana sea algo más que un simple desaparecido. Tal vez, como atestiguan algunos, se apartó y ahora vive puerta con puerta con Elvis Presley, avecinados con Stendhal, mientras un Shakespeare convertido en jardinero para la ocasión les arregla los setos. Es lo que tienen las teorías cuánticas. Uno nunca acaba de saber qué hacer con todo ello. Por eso siempre es elección segura regresar a Sciascia. Con él todo son ganancias. Como apuntara Pier Paolo Passolini, “Majorana es tan bello precisamente porque no es una indagación sino la contemplación de un misterio”. Y es que, a veces, la intuición es ya una forma de conocimiento. Parafraseando la sentencia de Bocchini, cabría decir que a los buenos escritores se los encuentra; son los malos los que desaparecen. Leonardo Sciascia es de los primeros, así que no tengan prisa. Tarde o temprano se dejará ver.

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Autor: Leonardo Sciascia. Título: La desaparición de Majorana. Traducción: Juan Manuel Salmerón. Editorial: Tusquets. Venta: Todos tus libros.

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