En algún momento de su exitosa carrera J. K. Rowling (Yate, 54 años) se planteó un nuevo reto: escribir una novela de su género preferido como lectora, el negro y criminal, y hacerlo con un pseudónimo para ver qué tal funcionaba sin la referencia a la creadora del universo de Harry Potter. Cuatro novelas y 11 millones de libros vendidos después sabemos cuál fue el grado de éxito. Aunque hace tiempo que la trampa fue descubierta, Rowling sigue firmando las novelas de Cormoran Strike y Robin Ellacott como Robert Galbraith. Aprovechamos la llegada al mercado en español de la cuarta entrega (Blanco letal, publicada en Salamandra, como las tres anteriores) para ver qué tiene de especial esta serie, por qué Rowling ha vuelto a dar en el clavo. Contaremos lo mínimo posible pero, en efecto, en este texto habrá algún destripe de las tres primeras novelas. Los libros se pueden leer por separado, y si hay que elegir uno apostaría por este último. No son procedimentales al uso, y los personajes importan mucho más que lo policial o, en este caso, detectivesco.
El prólogo de esta cuarta entrega es un buen ejemplo de todo lo que funciona. Nos encontramos en un lujoso hotel rural de Yorkshire con un Strike que hace su irrupción estelar en la boda de Robin después de haberla despedido y solo unas horas después de haber resuelto un famoso caso. Allí, gracias a la tensión que imprime el narrador a los acontecimientos desde la llegada del famoso detective, Galbraith hace una declaración de intenciones y pone a los lectores, nuevos o fieles, en situación ante los conflictos de una de las parejas estelares de la novela negra contemporánea.
Así nos lo encontramos en el primer capítulo: convertido, merced a la resolución del caso del destripador de Shacklewell, en el detective más famoso de Londres, lo que no evita que siga sin blanca, en una oficina que admitiría una buena reforma y viviendo en el ático que está encima:
“Tras exprimirle hasta la última gota de interés al ingenio que Strike había demostrado a la hora de capturar al destripador, los periódicos habían decidido desterrar la historia familiar del detective. La calificaban de singular, aunque para él era una lacra, un lastre que había llevado consigo toda su vida y que prefería no sondear: el padre estrella de rock, la madre una groupie fallecida, la carrera militar que había terminado con la amputación de media pierna derecha”.
Galbraith aprovecha el desarrollo de una trama muy bien estructurada en torno a las miserias de una familia con mucho dinero y estatus social para reflejar las frustraciones de una Robin que no se ha curado de sus males, que vive con un miserable como marido y que se encuentra con la continua frustración de no ser capaz de demostrar todo lo que vale. Dice Rowling que es el personaje de toda su ficción más genuinamente adorable. No puedo estar más de acuerdo, aunque diría que más que adorable es un personaje femenino del siglo XXI con todas las letras. También vemos, claro, a Strike con sus limitaciones físicas y sus excesos, sus claroscuros, su bonhomía, su brutalidad en pleno ejercicio cuando es necesaria. Los dos están marcados por las consecuencias de casos anteriores, por las heridas de la vida, pero no son grandilocuentes en su dolor.
La autora de Una vacante imprevista decidió llevar las peripecias de Strike a Londres y no a Edimburgo, donde vive, para no chocar, asegura, con el omnipresente John Rebus. Genial. En este caso estamos en un Londres borracho de euforia preolímpica, una ciudad radiante y corrompida que se ve muy bien. Es difícil que en una novela de más de 700 páginas no sobren cosas, pero es un mal menor que se compensa, por ejemplo, con la capacidad que tiene Galbraith para retratar el mundo cerrado y claustrofóbico del Londres de la clase alta, donde todos se conocen, se ponen apodos ridículos y cursis, se emparentan, se critican y se ayudan o destruyen, pero sin dejar entrar a nadie ajeno a su mundo.
La serie de televisión remata este universo de ficción construido con las mejores herramientas del género. Tom Burke y Holliday Grainger protagonizan la adaptación de las tres primeras entregas (El canto del cuco, El gusano de seda y El oficio del mal), emitida por la BBC y que en España se puede ver en HBO. Se trata de una serie que consigue trasladar lo mejor de los libros a la pantalla y que sus protagonistas y escenarios se proyecten en el imaginario colectivo, o al menos en el mío, cuando vuelvo a una de estas novelas. Me gusta Londres, me gusta la cara de bruto de Burke y me gusta, aunque me la imagino todavía más guapa, la Robin que ha creado Grainger.
Había otra razón para que Rowling escribiera como Galbraith: lejos de los focos, la escritora más famosa del mundo podía dedicarse solo a escribir, que es la parte del trabajo, confiesa, que más le gusta. Una vez destruida la coartada, el genio se impone y el binomio Galbraith-Rowling seguirá en lo que siga teniendo historias que contar. Larga vida.
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Autor: Robert Galbraith. Título: Blanco letal. Editorial: Salamandra. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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