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La palabra excelencia

La palabra excelencia

Manoseada «excelencia»… ¿y quién no quiere ser excelente? ¿A alguien no le han cantado “chico excelente” por su cumple? Y al mismo tiempo, ¿puede haber una voz que apeste más a mediocridad?

Siempre que escucho esta palabra, el escalofrío me atraviesa y un fuerte olor a ramplonería proveniente del interlocutor alcanza mi pituitaria amarilla, sensible, impresionable, como toda yo.

Entonces, especialmente si el emisor me cae bien, me duele su “excelencia” (si se tratara de un hombre atractivo, soltero, o con posibilidades, dejaría de tenerlas en ese mismo instante). Porque el amor es cruel, y la naturaleza misma, y en el vasto universo del lenguaje, ciertas palabras ocupan un estatus de intocabilidad, son la cochambre de nuestras conversaciones, donde el usuario (¿cursi, hortera?) opondrá una invencible resistencia a su reeducación. Y lo sabemos.

Hoy vamos a explorarlas, despiadados. ¿Por qué nos provocan repugnancia? ¿Cuándo dejaron de ser sexys en nuestro idioma contemporáneo? Bienvenidos, queridos, a este tour veraniego por la «anti-excelencia» verbal.

Empoderamiento: El empoderamiento sonaba bien hasta que media humanidad fue empoderada de manera artificial, es decir, sin merecerlo, desde el populismo, la rentabilidad política e institucional, o simplemente desde la imbecilidad. Por lo que a mí respecta, todo empoderamiento que no sea orgánico es mierda, y ese vocablo un triángulo de las bermudas neuronal.

Sostenible: La sostenibilidad es el nuevo “negro”, lo digo desde la perspectiva más fashionista posible. ¿Pero hasta qué punto infame, hombres y mujeres civilizados, se puede burlar la coherencia y la moral? Cada vez que escucho a una megacorporación hablando de sus prácticas «sostenibles», me avergüenzo de ser humana. Porque claro, nada dice «sostenible» como una camiseta del Bershka.

Resiliencia: ¿No estáis hasta el mismísimo de tanta salud mental de pacotilla y tanto superpoder emocional? En el siglo XXI todos los terrícolas debemos ser como el bambú, doblándonos olímpicamente y nunca rompiéndonos. Tal vez sea hora de partirse de cuajo y lamernos un poco las heridas (ninguneadas) solo para variar. Y porque todo lo que nos saque del sopor de la existencia es oro, amigues.

Éxito: El éxito solía significar algo elevado, algo a lo que aspirar después de mucho trabajo, batido con talento incuestionable y suerte. Ahora, con la definición de éxito reducida a la cantidad de followers, uno empieza a cuestionar si realmente queremos ser «exitosos» e incluso trabajar. Perros saltarines, babeando por el refuerzo intermitente del cochino like. Uno de los espantos que nos ha traído el siglo XXI, si no el peor de todos, es el éxito en TikTok (no quieran que analice lo que hay detrás de un tiktok bailongo parejil).

Inclusivo: La inclusividad es crucial, no me malinterpretéis. Pero ¿cómo se dice retrasado en «inclusivo»? En serio, si alguien es tonto por naturaleza, ¿cómo se dice? No creo que existan películas tan clasistas, racistas ni machistas como La Cenicienta, Blancanieves o La Bella Durmiente… (joven apocada, obtusa y pobre, frente a un tipo inteligente y poderoso que la rescata cautivado por su belleza estrictamente física…). Y, sin embargo, ¿cuánto nos gustaban, y cuánto nos aburre Disney ahora que es igualitario e inclusivo, eh (aunque sea más sano y justo)? ¿Han visto Mulán? Creo que va de una niña china, que se hace guerrera y heroína en la batalla, pero lo que realmente me resulta una heroicidad es llegar despierta al final de la película.

Racializado: Comprendo que la palabra «racializado» se creó en el ámbito de los estudios sociales y académicos para referirse a personas o grupos que han sido clasificados o definidos en función de su raza. La cuestión es que… ¡¡Hoy se utiliza mal!! De manera asquerosamente contraproducente, en boca de los autómatas menos agudos del buenismo, con el resultado más insultante y menos inclusivo posible. Un verdadero ejemplo de “formación reactiva” para cualquier sano intérprete de la lengua española.

Fascista: «Fascista» se ha convertido en un insulto de uso diario. ¿No te gusta la pizza con piña? ¡Fascista! No obstante, esa mentalidad reduccionista e infantil del “nosotros contra ellos” que ha costado la vida a tantas personas en la historia hay que revisarla. La madurez consiste en no creerse el “bueno” de la película y conocer que la ira nos enfrenta al idiota que todos llevamos dentro, así como la duda nos permite aproximarnos a nuestra potencia inteligente.

Feminista: Todo lo que existe es finito pero cíclicamente renovable. Los días, el agua, la corteza terrestre, la pareja. Todo menos el feminismo, un movimiento crucial y necesario, pero malinterpretado y caricaturizado hasta el cansancio. ¿Y qué persona moderadamente formada dice que no es feminista? La causa del feminismo y los feminicidios debería estar fuera de toda controversia e incluir también a los hombres en su convocatoria; es un asunto de sensibilidad humana. Con todo, prefiero que mi exmarido me rompa una silla sobre la espalda antes que tragarme la soflama egocéntrica y rabiosa de muchas de mis congéneres, donde el gran feminicidio reside en no entender la naturaleza femenina y relegarla a una lastimera condición de víctimas de su sexo.

Disfrutón: El cateto disfruta enormemente de los destinos playeros (yo, cada vez más) y de las altas temperaturas. Al cateto le molan los calores, el veranito e innegablemente el “tardeo”.

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