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La paz en la montaña

Los “relatos reales”, dicho con la afortunada locución que acuñó Javier Cercas hace ya un cuarto de siglo, se han convertido en una moda. A veces conservan una vertiente novelesca, caso de la asendereada autoficción. Otras, cada día en mayor medida, trascriben sin la mínima pantalla imaginativa la vida cotidiana del autor. En esta órbita inscribe el murciano Miguel Ángel Ruiz un libro en cuyo escueto título, Almenara, condensa la metáfora de una aspiración vital. Esa “modesta cordillera” situada entre Lorca, Águilas y Mazarrón resume un proyecto de vida, lograr algo cercano al aurea mediocritas horaciano, la vida apacible en un marco de comunión completa con una naturaleza si no virginal, sí redimida de los embates de la modernidad. Al final de la obra recupera Miguel Ángel Ruiz un verso de Virgilio que proclama esa ambición: “¡Oh Melibeo!, un dios nos ha concedido esta tranquilidad”. De este modo alcanza la paz en la montaña.

Miguel Ángel Ruiz, periodista especializado en información medioambiental del periódico La Verdad según él mismo declara, escribe un “diario” —en realidad anotaciones de periodicidad mensual— que se extiende de noviembre de 2018 a diciembre de 2019. Se abre con la compra de una casa en ruinas y una amplia finca en dicho monte, y se cierra con el inmueble ya rehabilitado en el que ha grabado el verso virgiliano en fechas de los primeros y todavía no alarmantes síntomas de la pandemia. El subtítulo del libro, “Diario sobre la naturaleza y la familia” acota su línea temática principal. Un aspecto concreto sirve de eje narrativo a la exposición de ambos asuntos: el laborioso trabajo de reforma de la casa en la que él mismo se implica para que resulte un edificio respetuoso con el paisaje. Muy atento a la narración realista, habla del coste económico a punto de desbordarle, de las proposiciones de un arquitecto notable (real, Pablo Carbonell, cofundador de un estudio de arquitectura sostenible, Ecoproyecta) que sintoniza con sus ideas, de la cuadrilla local que hace el trabajo y del accidente de uno de los obreros.

"La familia trae una visión tradicional harto rara en este tiempo de grandes cambios en las estructuras sociales. Se trata de una solidísima convicción de Miguel Ángel Ruiz, expresa ya en la dedicatoria del volumen"

Las reticencias de la mujer de Ruiz, Inma, empleada en un banco y contrapunto realista al idealismo del autor, abre la vertiente familiar del diario. La enfermedad grave de Inma y la desavenencia generacional con la hija mayor proporcionan dimensión emotiva al cuaderno. La oscura historia del abuelo, masón represaliado por Franco, que el nieto trata de esclarecer, abre otro frente: este pertenece a la prosa reivindicativa que alimenta la llamada memoria histórica. El carácter unitario enunciado por el subtítulo no lo respeta, pues, el libro. A esta última vertiente política se añade una modalidad también habitual en nuestros días, la denuncia socioeconómica que abarca la especulación inmobiliaria, la actuación de la industria agro-alimentaria en manos de multinacionales extranjeras y la explotación de una mano de obra sujeta al monopolio de las empresas de trabajo temporal.

Estos diversos frentes temáticos (y algún otro suelto: el trabajo en el periódico, un tanto enaltecido; la misteriosa aparición de un lince) proporcionan variedad al diario, le aportan un efecto de inmediatez y realismo. Pero también suponen un grado de dispersión. Y además, no justifican la escritura de un cuaderno concebido —no lo perdamos de vista— no para el uso privado sino para su publicación y cuyo núcleo se halla en la familia inmediata (mujer e hijas) del autor y en la amorosa y poemática recreación de la naturaleza. Razones de unidad habrían aconsejado atenerse solo a ambos motivos.

La familia trae una visión tradicional harto rara en este tiempo de grandes cambios en las estructuras sociales. Se trata de una solidísima convicción de Miguel Ángel Ruiz, expresa ya en la dedicatoria del volumen, escrito, dice, “inspirado por el amor de mis padres, mis hermanos, Inma y mis hijas, que son mi naturaleza”. En cualquier caso, es coherente con su valoración de la otra naturaleza, la del paisaje. De la tierra, sostiene en otro momento, “lo que siento es que estas montañas son mis padres, mis hermanos y mis amigos”.

"Se salda, por tanto, Almenara con una visión optimista y positiva de la existencia. A este resultado nos lleva una prosa directa, cuidada y expresiva"

Tierra y familia son un todo inseparable para Miguel Ángel Ruiz. Y ambos elementos constituyen el sostén de un estar en el mundo que busca el contento o, por así decir, la felicidad. Esta no se alcanza del todo, pero se presiente. Inma se recupera del cáncer y se beneficia de un marco propicio: “En la casa de la montaña se siente segura, cuidada por los árboles, los animales y las plantas. Aceptada por zorros, perdices y tortugas”. La hija mayor sigue lejos, “aunque tenemos el presentimiento de que está regresando”. Y él, sin aplicárselo a sí mismo, siente la plenitud “en diálogo constante con un paisaje protector y curativo”.

Se salda, por tanto, Almenara con una visión optimista y positiva de la existencia. A este resultado nos lleva una prosa directa, cuidada y expresiva. Su decir sencillo solo paga tributo a la retórica en largas y encendidas enumeraciones de la flora y la fauna requeridas por el vivo sentimiento de la naturaleza. Por otro lado, no falta una comedida carga emocional como complemento de la fría anotación objetiva —reporteril— del mundo y sus afanes. Almenara no se libra de un punto de fundamentalismo eco-naturalista, pero sobre esta enojosa insistencia se impone un escrito cálido y de muy grata lectura, también valeroso por afrontar situaciones locales candentes. Lo que quedan son unas páginas celebratorias de la vida natural, no maleada por los puros afanes materiales y no prostituida por el monetarismo.

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Autor: Miguel Ángel Ruiz. Título: Almenara. Editorial: Xordica. Venta: Todos tus libros.

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