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La perspectiva del esclavo

La perspectiva del esclavo

La idea que llevó a Percival Everett a escribir James es bien sencilla: ¿cómo serían Las aventuras de Huckleberry Finn si las leyéramos desde el punto de vista del esclavo? Lo que no es sencillo es la respuesta. En primer lugar, porque a juicio de Everett, Mark Twain (de quien, por otra parte, se considera discípulo) nunca habría sido capaz de escribir la historia desde los ojos de Jim. Al menos no como lo haría un autor negro, que contaría con la experiencia vital de haber sufrido racismo. En segundo lugar, porque el concepto de raza, una vez más a juicio de Everett, es una construcción destinada a justificar la discriminación y, por tanto, no proviene de diferencias reales. Es decir, que por mucho que los trabajos forzados y la privación de libertad pudieran mermar el desarrollo humano de los esclavos negros, centrar la narración en un personaje con estas limitaciones (un personaje que, además, ya ha alcanzado la condición de representativo) podría leerse desde una perspectiva racista.

"Las conversaciones de este libro difieren de las de aquel pero trasladan de maravilla el encanto del lazo entre estos dos personajes"

Por estas y otras razones, la respuesta de Percival Everett es esta novela. Una novela que parte de una vuelta de tuerca ingeniosa: aquí Jim es un hombre perspicaz, observador, pero además es reflexivo, amante de la lectura, y tiene un mundo interior rico. Como no puede mostrar estas cualidades porque ofenderían y asustarían al hombre blanco, finge simpleza y superstición (en el fondo es, como era Mark Twain, un hombre descreído). A escondidas instruye a su familia y a otros negros de la comunidad para que aprendan a leer, a escribir y a fingir que son lo que los blancos quieren que sean: dóciles, ignorantes, básicos. Un elemento clave que refleja esta dualidad es el lenguaje (por desgracia, diluido en la traducción): la jerga sumisa de los esclavos es en todas partes una escenificación, destinada a salvaguardar la imagen de paletos inofensivos que les sirve como escudo.

Aunque este cambio suponga una diferencia radical con respecto al clásico (lo que conocíamos como Jim aquí es sólo una fachada y el verdadero Jim resulta ser un personaje nuevo), la novela de Everett está hermanada con la de Twain en varios puntos: el conflicto que detona la trama es el mismo, el tono irónico y la mala uva se parecen y, sobre todo, en el centro de la historia y del retrato de los alrededores del Misisipi antes de la Guerra de Secesión se encuentra igualmente la relación entrañable y sincera entre dos parias de la sociedad tan diferentes y tan complementarios como Huck y Jim. Las conversaciones de este libro difieren de las de aquel pero trasladan de maravilla (una tarea nada fácil) el encanto del lazo entre estos dos personajes.

"Consciente de la sombra de la inminente guerra civil y, aun así, consciente también de su incapacidad para huir de la opresión, no tiene otro remedio que llevar la historia hacia un desenlace distinto del que escribió Mark Twain"

La diferencia radica en que la astucia de Huck (niño intuitivo, al margen de todo y de todos, enemigo de las convenciones) tiene aquí una contrapartida en Jim, cuyos nuevos atributos permiten que a lo largo de las páginas de James asistamos a una transformación. Porque la lucidez de Jim y su condición de negro en una sociedad esclavista tiñe el paisaje de una oscuridad que no tiene la obra original. Esto es, probablemente, lo que da verdadero sentido a este libro como complemento al clásico. Frente al fresco mordaz y variado de la sociedad sureña que se presenta en Las aventuras de Huckleberry Finn, asistimos aquí a la cara oculta de la luna: una escala de negros sobre lo que significa verse despreciado por el color de la piel. Hay esclavistas violentos, violadores, otros amables, pero aun así esclavistas, otros contrarios a la esclavitud, pero en el fondo hipócritas. Por eso el personaje y sus iguales sienten miedo y desconfianza ante cualquier nimiedad (el robo de un lápiz, una palabra demasiado culta, una opinión no solicitada). Por eso el humor de la primera parte casi se esfuma en la segunda, cuando los caminos de los personajes divergen, dando paso al horror. Y por eso, cuando la narración vuelve a su cauce, el protagonista ha cambiado. Consciente de la sombra de la inminente guerra civil y, aun así, consciente también de su incapacidad para huir de la opresión, no tiene otro remedio que llevar la historia hacia un desenlace distinto del que escribió Mark Twain.

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Autor: Percival Everett. Título: James. Traducción: Javier Calvo. Editorial: De Conatus. Venta: Todos tus libros.

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