Minerva cuenta la historia de una chica que busca libertad política, expansión creativa, apertura, y que nacida en el seno de una familia poliamorosa y de sexualidad fluida conformada por una madre, diseñadora de modas, y dos padres, un antiguo convicto de la dictadura franquista y un director de arte para teatro, ha sido criada en un país pacato, periférico y dividido. Es meditativa y callada, a la vez curiosa y contestataria, bailarina de ballet desde chica, y debe aprender desde temprano a luchar contra los prejuicios, a explorar límites y enfrentar fronteras. Hay un gran secreto en su familia que ella se propone descubrir al tiempo que también decide develar otro misterio: cuál es su propia identidad. Viniendo de la familia de la que viene, ella tiene permiso de ser lo que desee, salvo una persona tradicional o conservadora. Cuando el autoritarismo patriarcal de la Venezuela de principios del siglo XXI la pone en peligro, Minerva se escapa y termina sola en Nueva York, continúa sus estudios de ballet mientras para redondear su economía y subsistencia trabaja posando desnuda como modelo para artistas. Siendo bailarina, inmigrante y modelo de desnudos, nuevas fronteras, nuevos bordes, nuevos cruces se le presentan. Es entonces que, en medio de aquel misterio familiar aún oculto, gracias a la convivencia junto a otros extranjeros, el personaje experimenta el valor de la solidaridad y los afectos de la familia tanto elegida como verdadera.
Podría decir que esta novela nació de mis recuerdos de infancia en la casa de mis abuelos en Caracas, una casa de muchos cuidos, tradicional pero también cálida, grande, de techos altos y pisos de granito, cincuentera, en la que dos venezolanos llegados del interior fundaron una familia. Mi abuela, costurera desde siempre, tenía un hermano menor diseñador de modas abiertamente gay que vivía en New York y nos visitaba una vez cada año o dos, que igual iba vestido de traje largo emplumado, punk sadomasoquista ochentero, o alardeaba elegancia veraniega en lino. Su léxico, sentido del humor y preferencias gastronómicas delataban su procedencia venezolana de inicios de siglo veinte, aunque llevara un estilo de vida cosmopolita y neoyorquino. Cuando nos visitaba establecía un taller de alta costura en la sala comedor. Maniquíes, máquinas de coser y costureras ocupaban aquel salón y definían la dinámica de la familia durante unos tres meses cada vez. Yo lo seguía a todas partes, tan es así que mi primer trabajo oficial consistió en pegar plumas, canutillos y lentejuelas a corsets, vestidos y telas de tul. Pero hay más y esto es bien importante para Minerva, mis otros dos abuelos, mis yayos, eran inmigrantes catalanes que llegaron a Venezuela después de la Segunda Guerra, en 1947, luego de que un conocido que tenía dos pasajes para emigrar a Venezuela se los ofreciera en venta pues su mujer había enfermado y no podía viajar. Decidieron lanzarse a la aventura y una vez instalados formaron una familia receptiva y acoplada a la cultura venezolana que los recibió, abrieron una fábrica de muebles y así recomenzaron, manteniendo a la vez un estilo de vida muy español y hasta afrancesado (pues ellos dos se habían conocido y casado siendo refugiados en París). Mis abuelos siempre quisieron mucho a Venezuela pero también extrañaban su país, cada vez más en la medida en el que el mío les fue dando la espalda.
Minerva nació de todas estas referencias. Me interesan las historias pequeñas, de personajes que salen de la norma, seres valientes en un mundo conformista que buscando ser tropiezan pero también generan un espacio para sí y para otros en circunstancias análogas. Es desde la diferencia y la disidencia que es posible abrir el mundo un poco más, ensanchar sus fronteras, y entrar en él.
He sido viajera y hoy día soy inmigrante, vivo entre idiomas, entre culturas y entre países, y estoy siempre empujando límites, hablo español en NY tanto como inglés, me he movido en el mundo académico tanto como en el literario, soy mujer, latina y madre, y aunque nunca hubiese pensado que todo esto era informativo sobre quien soy realmente, entiendo que las etiquetas son una forma política activa, permiten decir existo, encontrarse, y con suerte acompañarse y fortalecerse. Las observo con atención porque entiendo su necesidad tanto como su riesgo.
En tal sentido también podría decir que esta segunda novela nació a partir de mi preocupación por la relación entre los centros y las periferias, mi fascinación ante el ubicarse “fuera de” como condición dificultosa y como posibilidad. Soy antropóloga, me interesa la fotografía y la he mirado críticamente y con curiosidad literaria, a lo largo de mi experiencia como escritora he corroborado que estar afuera de es condición para ver mejor. La periferia, creo, ofrece más apertura que el centro, es mucho más rica, y más libre. La experiencia de años como escaladora de rocas y luego como yogini (dos disciplinas que se me hermanan) también me llevó a tener muy presente el poder que ofrece estar y mirar desde fuera: salir del cuerpo. La piel misma es frontera.
Ha sido para mí muy importante escribir esta segunda novela porque me ha dado la oportunidad de trabajar una mirada a la otredad a partir de elementos como el cosmopolitismo, la diversidad de género, las fronteras políticas y culturales, la convivencia, pero también la ternura, la resistencia y la solidaridad. Es algo que en un contexto absolutamente distinto me planteé en la novela Los días animales y también más recientemente en mi segundo libro de cuentos Enero es el mes más largo y el de crónicas El día en que corre Lola corre dejó sin aire a Murakami. Me interesa contar las vidas de quienes empujan los límites, de quienes no abandonan su particularidad porque saben que allí, en la honestidad y la valentía, radica la verdadera libertad. Además, a la luz de la escritura de mi tercera novela, ahora casi lista, siento que Minerva estará bien acompañada. Estoy muy contenta además de ver nacer esta novela en España, pues es para mí también un paso natural volver a mis raíces y también acercarme a un país cuya cultura literaria me ha marcado y en el que espero tener una interesantísima interlocución. Si no es para sentir, cuestionarnos, iniciar conversaciones, para qué escribir o leer. Creo que Minerva es una historia de amor que busca alcanzar esta enorme palabra en toda su extensión.
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