En verano, Alice Zuckmayer emplea en llegar a la biblioteca más cercana casi una hora; en invierno, puede superar las cinco. En la primera de las circunstancias acostumbra a volver en el día. En la segunda, se queda a dormir varias noches. Aprovecha entonces para comprar lo que necesite su granja. Situada en Vermont, Estados Unidos, en ella se ha refugiado con su marido después de huir de la Europa nazi que les persigue. Hasta entonces han sido personas rodeadas de cultura, que frecuentaban a Bertolt Brecht y a Stefan Zweig y, en el caso de él en particular, un reputado dramaturgo, autor del guion de la película de Marlene Dietrich El ángel azul. Pero en su nuevo hogar todo es distinto:
“Aún hoy me resulta un enigma de dónde sacó el tiempo para escribir una obra de teatro, proyectar novelas y relatos e incluso componer poemas, porque apenas conseguía sentarse en su cuarto uno podía tener la seguridad de que la puerta de la pocilga se desgoznaría, un pato se enzarzaría en una lucha a muerte con un ganso, el fuego de la chimenea comenzaría a ahogarse y le llenaría el cuarto de humareda, o un aguacero se colaría por el tejado inundado de la cocina.”
Estas memorias de Alice Zuckmayer acerca del tiempo que pasaron en la granja representan un afilado contrapunto a la corriente de intelectualización y, en gran medida, idealización de la naturaleza que arranca con Rousseau en Europa y que tiene en Thoreau en América uno de sus principales hitos. Aquí, de nuevo, se nos ofrece un escritor que abandona la pluma para tomar el arado, aunque, en este caso, y al contrario de lo que sucede en los ejemplos canónicos antes mentados, tal proceso no ha sido ni mucho menos voluntario. He aquí, por lo tanto, a una pareja de intelectuales que se ven forzados a abandonar la pluma para tomar el arado. Y que deben desenvolverse en unas dificilísimas condiciones ambientales —allí donde viven nieva seis meses al año— sin poder renunciar del todo a sus inquietudes intelectuales. No hay, sin embargo, amargura alguna en estas páginas, aunque en ciertos párrafos centrales y sobrecogedores se puede llegar a tocar el dolor que los Zuckmayer experimentan en determinadas épocas del año. Hay nostalgia, hay cariño, y una fina ironía que, al tiempo que expulsa cualquier atisbo de amargura, evidencia una lucidez después de todo inexpugnable:
“Encontré en una revista, bajo el título La granja no es diversión, un tratado contra la vida granjera, que leí con alivio y satisfacción, pues solemos alegrarnos cuando otro pronuncia y pone por escrito lo que hemos pensado cien veces con sordo fastidio”.
Son, además, estas páginas, un iluminador acicate para todos aquellos escritores que trabajan en condiciones difíciles, arrancando palabras en medio de trabajos alimenticios, levantando frases en los huecos que dejan las exigencias de la vida familiar moderna o esculpiendo párrafos en su cabeza que no saben si llegarán a plasmar alguna vez en negro sobre blanco. Todos estos obstáculos no son nada frente a los que debía afrontar Carl Zuckmayer porque, tal y como nos desvela Alice, “a veces eran sencillamente los dedos hechos de sangre los que le impedían pasar a máquina las notas tomadas con el lápiz, aun cuando de pronto e inesperadamente se le hubiese abierto un hueco para la escritura.”
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Autor: Alice Herdan-Zuckmayer. Título: Una granja en las Green Mountains. Editorial: Periférica. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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