Hace algunas semanas el vicepresidente del gobierno de España lanzó un tuit en el que alababa una serie y además daba las gracias al presidente del gobierno por recomendársela. Baron noir había gustado mucho en Moncloa.
Se trata de una serie francesa de la que he visto cuatro capítulos. En el primero, por ejemplo, el protagonista parece Antonio de la Torre en El reino, pues vemos mucho su cogote mientras camina histérico de un sitio para otro buscando la manera de que anti-corrupción no lo meta en la cárcel. También suena techno.
El alcalde de Dunquerque se libra de ver destapada su compra de votos pidiendo dinero a un mafioso y gracias al suicidio de un colaborador suyo, que era confidente de la policía. El alcalde se inventa que el suicida era ludópata, y que para satisfacer su vicio robó todo ese dinero.
En otro momento de la serie, el presidente del gobierno francés, electo en el primer capítulo, hace saber al alcalde de Dunquerque por medio de un consejero o secretario —muy parecido físicamente a Iván Redondo— que si no cumple órdenes harán que cierre una importante fábrica de su municipio, lo que afectará a su popularidad. Hay otro lance en el que el alcalde, enterado de que verdes y comunistas se unen de cara a las elecciones locales poniendo en riesgo su triunfo, decide robar de los buzones la publicidad electoral de esta nueva formación. También organiza un altercado en un colegio electoral para, llegada la derrota, impugnar todo el proceso debido a este incidente. Pero esto no es necesario, porque gana. Una colaboradora se da de baja, incapaz de soportar tanta inmoralidad.
Finalmente, nuestro héroe se lía con la mano derecha de su íntimo enemigo, el presidente francés, lo que genera conflictos de intereses y suspicacias de ida y vuelta, pues el presidente no tarda en enterarse, y le muestra fotos a la joven, cuestionando con ellas sus lealtades.
En este punto dejé la serie —notable sin duda— porque el giro romántico me pareció maniqueo y poco verosímil. Y también porque, como no gobierno un país, no tengo mucho tiempo.
Pero los cuatro capítulos que —incluso— disfruté me dieron para algunas reflexiones realmente novedosas. Nunca había considerado qué piensa alguien cuando hacen una serie que le toca de cerca. De hecho, no recuerdo a ningún jefe de policía tuiteando que Canción triste de Hill Street o True Detective le gustaran particularmente. Tampoco me suena que ningún director de hospital recomiende series sobre hospitales. ¿Les gusta a los consejeros de Educación de Madrid o Aragón Breaking Bad, donde un profesor de instituto acaba fabricando éxtasis? De estas derivas especulares sólo puedo recordar la anécdota de que la mafia de Nueva York trató de sabotear, o fiscalizar al menos, las películas de Francis Ford Coppola sobre ellos.
Así, es interesante pensar de nuevo que un vicepresidente del gobierno de España ha recomendado esta serie, y después de que se la recomendara a él nada menos que el presidente del país. O sea, Pedro Sánchez ve una serie donde los políticos son unos hijos de puta y le dice a Pablo Iglesias: “Tienes que verla”; y Pablo Iglesias la ve y nos la recomienda a los demás. Realmente hay algo aquí que no entiendo.
En cierto sentido, es como si una asociación de maestros de educación infantil, o su presidente, o su portavoz, o la cuenta oficial de la asociación, publicara un tuit donde dijera que Cuties, donde niñas de 11 años se contorsionan como bailarinas de striptease, les parece estupenda, y que todos debemos verla. O como si Nixon estuviera vivo y dijera que la película Nixon, de Oliver Stone, es buenísima. O como si el PP recomendara justamente El reino, de Sorogoyen. ¿Ha recomendado el PP El reino? ¿Ha recomendado el papa Francisco Spotlight? Los curas violan niños, ¡es muy buena!
Pues Pablo Iglesias ha recomendado Baron noir, una serie sobre políticos corruptos, tramposos, inescrupulosos, diabólicos que debemos disfrutar, sabiendo que quien nos preside y quien nos vicepreside lo han pasado en grande viéndola. A ver si se les pega algo. ¿Es eso lo que debemos pensar?
No va de nada
Según el último CIS —y, de hecho, todos los anteriores—, en España la mitad de los principales problemas que confiesa el ciudadano de a pie son los propios políticos: “la corrupción y el fraude”, “los problemas políticos en general”, “el mal comportamiento de los políticos”, “lo que hacen los partidos políticos”, “el gobierno y los partidos políticos”, según rezan los enunciados. Así, el principal problema de este país es que tiene que gobernarlo alguien.
Atendiendo a Baron noir y a la actualidad política española, debemos comprender que este oficio es simplemente gangsteril. De hecho, Baron noir se emite en algunos países como Republican gangsters. Ser político es ser un gangster. Voy a ver si me lo explico a mí mismo en el siguiente párrafo.
En política entra uno con apenas veinte años movido por el deseo de cambiar el mundo, llevar unas ideas a la práctica y (cliché) “mejorar la vida de la gente”, pero también entran algunos simplemente por la ocasión que ven en la política de hacer dinero; con el paso de los años, las almas puras son exterminadas por los conspiradores natos y los mafiosos, que pueden ser tanto los que entraron para ganar dinero como muchas de aquellas almas puras, que se han pasado al lado oscuro; así, en un partido político se da la verdadera batalla de la política, que es eliminar y pisotear al hermano de formación, para hacerse con el mando; cuando esto sucede, puede llegar el momento en el que uno hasta gobierne, pero eso es irrelevante frente al logro de mantenerse a la cabeza del partido, pues fuera de ese liderazgo está el mundo real, donde uno tendría que encontrar un trabajo, incluso decente; si acaso se llega al gobierno, uno sigue adelante con sus habilidades para el engaño, la mentira, la filtración, la destrucción de reputaciones, el chantaje y el soborno, entre otras aptitudes. Cuando se pierde el gobierno, no pasa nada, pues queda un bonito camino de cobro de favores y conferencias millonarias y sillones en eléctricas y dinero en Suiza.
¿Es así? Por favor, díganme que estoy loco.
De hecho, mientras veía la serie con mi novia exclamé, iluminado: “¡La política no va de nada!”. Y mi novia dijo: “Va de ellos”.
Esto hay que decirlo antes, hay que avisar, hay que poner en las escuelas una asignatura obligatoria llamada Política y decirle a los niños que la política no va de nada, va de ellos. Los políticos se levantan simplemente pensando en qué tienen que hacer para sobrevivir, qué tienen que hacer para aniquilar a otro político y qué tienen que hacer para acumular más dinero. Y qué tienen que hacer para que no les pillen. Punto.
No hay, en política, ideales, ideas siquiera, satisfacciones samaritanas, logros comunes, amor ninguno por nadie ni por nada. La política está vacía, son personajes meta-identitarios que generan su propia ficción ideológica mientras dedican el 100% de su tiempo a trapichear detrás del decorado. Trabajan mucho, porque la corrupción da mucho trabajo, pero no trabajan apenas en lo que sea que les da el sueldo: un ministerio, un escaño, una concejalía. La política es una tapadera de una cosa que también se llama política, pero cuya auténtica naturaleza es mejor que el país no conozca, porque acabaría con los políticos.
Baron noir España podría ser la bomba: piénselo, productores. Tenemos por ejemplo un gobierno que crea ministerios de chufla para que la novia del líder del partido asociado pueda ser ministra, así como un catalán con camisetas; tenemos otro gobierno que encarga a la propia policía del país espiar a su tesorero 24 horas al día, y robarle cosas y hacerle fotos; tenemos a una gente conservando durante años la cinta de vídeo de un puto Eroski donde vemos a la que ahora es presidenta de una región recluida en el cuartucho de seguridad por robar unas cremas, vídeo que es difundido cuando conviene. Tenemos masters y doctorados y títulos universitarios regalados alegremente a todos los políticos. Tenemos a un presidente del gobierno hablando de un comité científico que no existe, a otro hablando de armas químicas que no existen, a otro matando etarras. Tenemos a José Luis Corcuera diciendo entre risas en la tele (13TV) que él hizo cosas como ministro de Interior mucho peores que las que estaba haciendo el entonces ministro de Interior, Fernández Díaz.
“La política es el campo de acción de cerebros mediocres”, dijo Nietzsche. Ojalá sólo fueran mediocres. Lo malo es que sean, sobre todo, canallas.
Vídeo: serie Baron noir
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