“No podía seguir siendo el típico cantante folk, ya sabes, dándole vueltas a «Blowin’ In The Wind» durante tres horas todas las noches”. Pocos son los discos de pop que hayan sido más debatidos y analizados que Highway 61 Revisited (Columbia, 1965), y pocos estrenos provocaron escándalos mayores al ocurrido en el Théâtre des Champs-Elysées en 1913, cuando Igor Stravinsky estrenó La consagración de la primavera. Uno de ellos tuvo lugar el 25 de julio de 1965 en el Newport Folk Festival, cuando Bob Dylan decidió encarar el recital enchufando los amplificadores para ampararse en la electricidad y dar una vuelta de tuerca definitiva a su gestación como cantante de rock, con el blues mirando desde las alturas y el rock’n’roll como hijo predilecto a la diestra del padre (“The blues had a baby and they called it rock’n’roll”, cantaba Muddy Waters). Se dijo entonces que Dylan “electrificó a la mitad de su audiencia y electrocutó a la otra”. La puntilla la iban a poner un par de discazos del propio Dylan, quien por aquel entonces se abría paso en el mundo del pop a una velocidad endiablada: Bringing It All Back Home (Columbia, 1965) y el citado Highway 61 Revisited, este último convertido en el recipiente para la que tal vez sea la canción más revolucionaria del maestro Robert Zimmerman, el Bob que afanó su apellido de su amado Dylan Thomas (“un rumor que supongo que corrió porque hay gente a la que le gusta simplificar las cosas”, confesaba el futuro Nobel por aquel entonces). The Byrds habían transformado meses antes “Mr. Tamborine Man” en una plegaria de hermosas armonías eléctricas hasta llevar la canción original de Dylan al primer puesto de las listas internacionales, con lo que un grupo norteamericano rivalizaba de tú a tú con el dominio comercial de The Beatles, al tiempo que inspiraban el giro hacia el alto voltaje que venía fraguándose en el mundo del folk, del que Dylan era mesías. “Like a Rolling Stone” iba a ser el vehículo para que el cantante de Minnesota (Duluth, 1941) emprendiera su particular revolución sonora. El mundo iba a ser otro desde entonces.
Greil Marcus (San Francisco, 1945) ha escrito la biografía de esa revolución fraguada a partir de la canción que da título al volumen, grabada el 16 de junio de 1965, después de que su compositor se empapase de la contracultura que pudo asimilar en los tiempos del Swinging London. La pieza corría paralela a la conmoción que causarían “Help” de The Beatles, el “(I Can’t Get No) Satisfaction” de The Rolling Stones o el “My Generation” de The Who, todos ellos temas aparecidos el mismo año del advenimiento dylaniano, el mismo en el que John Coltrane había hecho testamento con A Love Supreme. El himno de Dylan, empapado en el órgano juvenil de Al Kooper, la guitarra burbujeante de Mike Bloomfield y la pandereta de Bruce Langhorne —no presente en los créditos del disco—, conduce directamente a la fiesta que se fragua en esos 6:09 minutos de canción, ya sin la ceñida mordaza del modelo de los tres minutos radiables con fondo entre místico y protestón.
El libro de Marcus, aparecido en origen en 2005, había conocido una primera vida para el lector en español con la cuidada edición de GlobalRhythm en 2009. Ahora, recogiendo el relevo de aquella traducción de Mario Santana, Libros del Kultrum actualiza la obra con apéndices bibliográficos y discográficos comentados, y un siempre apreciable índice onomástico, para hacer las delicias del fan curioso. Bruce Springsteen dijo de esa canción, cuyo título vino de la mano de Hank Williams y fue la única del elepé que produjo Tom Wilson (del resto se encargó Bob Johnston), que “sonaba como si alguien hubiese abierto a patadas la puerta de tu mente”. Dice la leyenda que Suze Rotolo, la por entonces novia de Dylan (sí, la de la portada de Freewheelin’) tocó junto a Al Kooper pulsando un par de notas sostenidas en el piano. La obra surge del resentimiento y del deseo de venganza contra la misteriosa dama Miss Lonely, ahora caída en desgracia. Con su canción, Dylan liberó el alma del mismo modo que Elvis liberó el cuerpo. Greil Marcus la ha convertido en una biografía del mundo a mediados de 1965. Un ensayo ejemplar en el que, con precisión, elegancia y dotes de cronista estratosférico, el periodista cultural ha narrado la aventura de un pedazo de tiempo encapsulado en algo más de seis minutos, la cuarta toma del segundo día de grabación, tras desechar dos decenas de intentos tratando de apresar lo inasible. Dylan y su grupo eléctrico aciertan para la posteridad; Marcus también. Como dejó escrito el compositor Michael Pisaro, “esa época (¿o acaso es la época creada por la canción?) parece haber sido el último momento de la historia estadounidense en que el país podía haber cambiado, de manera fundamental, para mejor. La canción, incluso ahora, registra esa posibilidad, la pone sobre la mesa, centra en ella tu atención, y entonces te obliga a decidir qué hay que hacer”. Bob Dylan, como antes Robert Johnson, regresaron de la encrucijada dispuesta en sus vidas más sabios y tenaces. Disolvieron y volvieron a coagular como verdaderos alquimistas el signo de los tiempos e hicieron de un canto rodado una gema preciosa que ahora brilla con luz propia para regocijo de todo aquel que se haya topado con ella. Un clásico que jamás acaba de decir su última palabra, haciendo honor a su condición.
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Autor: Greil Marcus. Traducción: Mario Santana. Título: Like a Rolling Stone: Bob Dylan en la encrucijada. Editorial: Libros del Kultrum. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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