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La profética poesía de Ruth Stone

La profética poesía de Ruth Stone

Franqueaba la entrada al templo de Apolo en Delfos la máxima “conócete a ti mismo”. Antes de consultar al dios, uno debía conocer sus propios límites y, así, desnudo, afrontar la verdad divina que se le entregaba. Pausanias y Pseudo-Plutarco atribuyen ésta en sus obras a Femónoe, quien habría sido hija del dios Apolo y la primera Pitia del oráculo, siendo además la creadora del hexámetro dactílico, el propio de la poesía épica griega, al servirse de él en sus respuestas. Esta relación con el saber divino hizo que en épocas posteriores se la encegueciese, como al adivino Tiresias, ya que el don mántico iba asociado a la ceguera, como consecuencia de establecer una relación directa con la divinidad y su saber, subrayando la idea de que la sabiduría y el conocimiento trascendentes no dependen de los sentidos comunes; así sucedió, por ejemplo, con la figura de Homero. La poeta americana Ruth Stone (Roanoke, Virginia, 1915 – Ripton, Vermont, 2011) perdió su visión a causa de una mácula, lo que acentuó el carácter místico y espiritual de su poética, afianzando su intuición y su conexión con un cosmos en apariencia ininteligible. Publica ahora la editorial Torremozas, por primera vez en castellano, a esta poeta en la obra bilingüe Bayas púrpuras, una antología certera, con traducción y nota de Jimena Jiménez, quien ha llevado a cabo la selección, y clarificadores textos de su amiga y poeta Sharon Olds y su nieta Bianca Stone.

"No rehuye las emociones más crudas, siendo esa franqueza aquella que conecte con el lector. El suicidio de su esposo en 1959 y el amor por él quedan en un presente continuo que cruza su experiencia vital"

Aunque el riesgo de cualquier antología es siempre la parcialidad de un criterio personal, ésta delinea el universo poético de Ruth Stone desde el mismo epicentro. “Visionaria ciega”, enfrenta la escritura desde la vida, el asombro y la necesidad, y por ello se hacen nido y carne en las palabras las ausencias y presencias, la naturaleza y el amor, lo cotidiano y lo cósmico, pero no en una antinomia, sino en una urgente armonía, no exenta de violencia, que va germinando de manera cíclica en los versos. Escribe, entonces, desde su propia existencia, de ahí el tono confesional, a menudo marcado por una honestidad feroz: tú me explicas tu suicidio / atosigándome como un niño enfermo. No rehúye las emociones más crudas, siendo esa franqueza aquella que conecte con el lector. El suicidio de su esposo en 1959 y el amor por él quedan en un presente continuo que cruza su experiencia vital. No obstante, no es el dolor quien toma las riendas de la voz poética, sino la clarividencia de la conciencia, la resiliencia y una cierta ironía, característica de su contundente voz:

¿te acuerdas? Es como la vez
que entré corriendo desnuda al salón
para que se fuera el inspector de incendios.

¿Ves lo que te pierdes por estar muerto?

Recurre a su suicidio como un mantra en el que invocar al dolor por el amor perdido, enraizado en su vida cotidiana. Este amor se desvela ambivalente, estado de felicidad compartida:

Yo me sentía feliz.
Las manzanas verdes resbalaban por el tejado
con gran estruendo.
El viento me estremecía toda la noche;
me estremecía mientras dormía,
como una definición del amor,
decía: la vida es esto,
aquí, ahora.

O, en tanto deseo primordial, parásito que nos devora y entristece:

No me complazcas, pues el placer del amor me ha drenado
hondo como un pozo artesano
(…)
Mucho creció el parásito antes de saciarse.

"La capacidad de Ruth Stone para entrelazar y lanzar el acto cotidiano al hecho cósmico es una de sus virtudes que por sí misma ya justifica su lectura"

El cuerpo se libera de prejuicios e incursiona en el verso, con espontaneidad y sencillez nos desviste su morfología, aunque, a diferencia de otras poetas americanas coetáneas, no hay dramatismo, sino la palpable y esencial naturaleza humana: “Este es mi ovario fértil. / Lo que puede valer el universo también lo puedo valer yo”, o los poemas “Los espermatozoides y el óvulo” donde poetiza el odio que sienten los espermatozoides al óvulo cuando no son los elegidos o el proceso digestivo en “Monjas que almuerzan en el bus”, donde desmitifica la santidad de sus cuerpos: “El cuerpo de la verdad, el cuerpo temporal, el receptáculo del amor”, utilizando para ello un lenguaje no exento de tecnicismos científicos que contrasta con la elaboración artesanal que evocan sus poemas.

La capacidad de Ruth Stone para entrelazar y lanzar el acto cotidiano al hecho cósmico es una de sus virtudes que por sí misma ya justifica su lectura. Mientras la rutina y sus momentos domésticos triviales parecen ensombrecer la vida de los comunes mortales, para ella se convierten en instantes llenos de placer y trascendencia, armonizando la tensión entre lo personal y lo universal. El poema “Cosas que me digo mientras cuelgo la colada”, puede ser un buen ejemplo:

Si una hormiga que cruza la cuerda de tender
entre un manzano y otro,
pensara y pensara,
lo más probable es que nunca llegara a concebir a Albert Einstein.
(…)
Las hormigas cruzan sus grandes bosques de fibras
de pinza en pinza
llevando el mismísimo núcleo de la vida en sus sacos o mandíbulas.
El mismísimo núcleo del universo…

La naturaleza se transforma de paisaje y escenario a fuerza simbólica esencial que refleja cuanto en su cuerpo acontece, una simbiosis imprescindible en la medida en que se impregna e integra en ella:

Unidas a los troncos, sombras imitadoras
yacen en la nieve que se evapora.
Pincelada de nada pintando nada.
No es real. No eres tú
quien camina por el bosque.
(…)
Los brazos se tronchan. Algo es arrastrado.
Le dices al cuerpo: el árbol no siente,
no debes apenarte así. No es real.
No debes pensar que es real.

En la reivindicación de lo cotidiano persiste un sutil feminismo para exponer la experiencia y lucha de las mujeres y, en especial, en cuanto a roles sociales y expectativas de género, sin ser un desafío explícito a las instituciones y dinámicas patriarcales. Su viudez la arrojó a la supervivencia de ella y sus tres hijas y ahí surge la defensa de la independencia de la mujer en un contexto dominantemente paternalista; sólo el linaje femenino abriga el presente y el futuro: hijas, madre, tías, hermanas… porque ellas hacen mantequilla y tejen una sabiduría de mujer en mujer, así poemas tales “Cómo empezó a gustarle a tía Maud eso de ser mujer” o “El fontanero” o “Nombres”, evidencian la libertad desde la que escribió, al margen de modas o cánones:

Mi padre me puso en mi madre
pero él no me eligió.
Yo soy dueña de mi destino.

Forma parte Ruth Stone de esa genealogía de mujeres sabias cuya intuición abre los límites de la condición humana y con un lenguaje más propio de las sibilas griegas, directo y sencillo, se apropia de los tiempos y espacios para alterar su discurrir, porque su proceso creativo adquiere el tono sagrado de a quien los dioses han tocado: “Los poemas me llegaban / como si vinieran de lejos”, la palabra poética se manifiesta como revelada en estado de éxtasis, en tanto “Mero títere del universo”. Si la visión como fuente de conocimiento y de vínculo nunca estuvo ausente, la ceguera le arroja la certidumbre y lucidez, la sensible percepción de aquello que está más allá de la vista: “Ahora veo más que antes; pero aquella que tenía mis ojos / en su felicidad los cerró”, ve lo que no debía ser visto, siendo una “visionaria ciega”. Su poesía ilumina las verdades más honestas desde la honda metafísica de la pena, no obstante, no hay sentimentalismo en su palabra, sino que refulge punzante y abierta, como una herida, que ya no duele, pero se obstina en ser para florecer, como una vaga esperanza.

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Autora: Ruth Stone. Título: Bayas púrpuras. Traducción: Jimena Jiménez. Editorial: Torremozas. Venta: Todos tus libros.

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