La filosofía no es un discurso cerrado, críptico y anquilosado, que se mueve en la pura tautología de sus razonamientos. Filosofar, si es que aquí podemos dar algunas tentativas de abordaje, es abrir espacios, hurgar, agujerear, interrogar, mantener la fractura de la inquietud siempre abierta, moverse en la pesquisa de las respuestas, pero jamás detenerse en ninguna de ellas (ya que siempre serán parciales). Lo interesante del planteamiento filosófico es la apuesta por la duda y, en consecuencia, por la necesidad de adentrarse en la aventura y, por ello, tener en cuenta los riesgos de errancia que puede conllevar. El diálogo con otras disciplinas, áreas, o espacios del saber, en consecuencia, será algo trascendental en su devenir.
Pues bien, esta senda será la que transitará Juan Arnau en su último libro, En la mente del mundo. Sirviéndose de su vasto conocimiento de la filosofía oriental (sāṃkhya, upaniṣad, budismo…), pero vinculándola en todo momento con los planteamientos occidentales (Berkeley, fenomenología, vitalismo, Whitehead, Rorty…), Arnau consigue realizar un lúcido y contracultural, por qué no decirlo, análisis de diversas problemáticas filosóficas (qué es la realidad, interacción entre mente y cuerpo, elementos últimos de la naturaleza, la lógica del deseo, de la percepción…) así como de temas diversos de la historia de la culturas. En esta tesitura, Arnau establece que determinados dogmas deben ser sometidos a un profundo enjuiciamiento. El principal de ellos es la predominancia incuestionable del discurso cientificista y de las verdades que establece como leyes. La ciencia, dirá Arnau, es un discurso más, como otros, que por razones pragmáticas y de dominio utilitarista se ha establecido como la forma idiosincrásica de abordar lo real. Ahora bien, si realmente pretende ser rigurosa, debe entrar en un profundo cuestionamiento por lo que hace referencia a la validez de su puesta en escena. Lo científico debe nutrirse de otras perspectivas, de otros discursos, de prerrogativas múltiples e incluso antagónicas, para poder ofrecer una explicación verdaderamente óptima del funcionamiento de la realidad. Y es así porque, en definitiva, no deja de ser un discurso más, como los otros con los que debería interaccionar y dialogar.
Así pues, dirá Arnau, debemos desembarazarnos de todos aquellos dogmas cientificistas que parecen irrechazables como, por ejemplo, el carácter subsidiario, relativo, y casi irreal de la conciencia. Desde una corriente materialista y cientificista pura, la conciencia efectivamente es un epifenómeno, subproducto, del cerebro. Sólo existe, en consecuencia, la realidad cerebral, siendo la conciencia el producto de las conexiones sinápticas de determinadas regiones del cerebro. Según Arnau, hay que invertir esta lógica. El cerebro no es lo primero, sino que, verdaderamente, será la conciencia aquello que cobijará a la sustancia cerebral. A partir de aquí, habrá que adoptar una perspectiva que aúne planteamientos de la sāṃkhya y de la fenomenología como, por ejemplo, limitarse a describir, y no explicar, la conciencia y los diferentes actos que la caracterizan.
De esta forma, Arnau plantea, siguiendo la tesis fenomenológica, pero al mismo tiempo invirtiéndola, separar la actitud natural o científica de otra que apuesta por la imaginación, la mente, la percepción y el deseo. Es decir, una perspectiva en la que la mente se constituirá en el auténtico sustrato de lo real, donde la percepción se encargará de vincularnos íntimamente con la realidad; un planteamiento en el que, pese a que el mundo no será una creación de nuestra mente, no podremos desembarazarnos de compartir una misma raíz común con él; una perspectiva en que la imaginación tendrá un papel crucial y necesario para ensanchar nuestra experiencia, en la que la materia del mundo no serán los átomos o las partículas subatómicas, sino la percepción y el deseo.
Una concepción, en todo caso, que busca transgredir la perspectiva dominante. Y es que la intencionalidad está entretejida con el mundo, vemos siempre la realidad, según Arnau, desde una teoría (la dominante). Percibir es imponer una determinada visión a las cosas, no hay una apertura real, absoluta, desinteresada para con la irrupción de lo real. Buscamos pautas y las encontramos porque imponemos a la realidad, tal y como ya apuntaron previamente autores tan dispares entre sí como son Bergson o Horkheimer, un lenguaje que los sujetos han creado previamente para someterla, por un lado, y, por el otro, para que responda en todo momento a sus exigencias.
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Autor: Juan Arnau. Título: En la mente del mundo. Editorial: Galaxia Gutenberg. Venta: Todostuslibros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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