«La verdad es la verdad, lo diga Agamenón o su porquero». Cuando se menciona la frase del Juan de Mairena machadiano, convertida en tópico, suele omitirse que la cita, para ser completa, debía terminar en un cuestionamiento de parte, el «no me convence» del porquero. Quedémonos sin embargo con la aseveración inicial, para señalar que incluso los que nos educamos en esa convicción (o alguna de sus variantes) tenemos forzosamente que reconocer lo extraña y ajena que resulta a la sensibilidad actual. ¡Si el bueno de don Antonio levantara la cabeza! La propia distinción epistemológica entre certeza y error o incluso, en el plano ético, entre verdad y mentira llevan camino de perder todo su sentido en un mundo líquido —¡otro tópico!— que diluye sus perfiles y acentúa la impresión de un continuum entre ellas. La ejemplaridad en este sentido aparece como valor obsoleto, hasta en las élites (o, mejor dicho, sobre todo en ellas). Y —¡por supuesto!— no estoy hablando de política (o no tan solo de ella) ni de algo que ocurra en exclusiva en nuestros lares. Es más bien signo de los tiempos.
Seamos francos: esta reacción que acabo de mencionar no ha estado hasta ahora a la altura del desafío. Dicho de otra manera: la ofensiva posmoderna es tan fuerte y resuelta, tan prepotente —si se me acepta el adjetivo— que la resistencia a sus embates no ha pasado de ser una actitud un tanto dubitativa —fruto quizá de la sorpresa— y ciertamente acomplejada —por temor a ser tildados de desfasados o reaccionarios—. Para expresarlo todavía con más rotundidad, la respuesta al huracán woke en cualquiera de sus formulaciones no ha pasado de ser una actitud a la defensiva. Quien más quien menos ha deplorado sus excesos —boicots, censura, persecuciones— o se ha escandalizado de las perfomances más audaces, sin que sus promotores, naturalmente, hayan cejado en el empeño. Antes al contrario, como los matones de taberna, se han sentido embravecidos aún más al encontrar tanta pasividad y tal renuencia.
Pero, por encima de todo, lo que se ha echado más en falta es una actitud asertiva —firme, seria, contundente— en dos sentidos complementarios: el primero, una defensa firme y sin complejos de los valores que han propiciado la supremacía occidental durante toda la época moderna y contemporánea; el segundo, una crítica a fondo de ese pensamiento débil (Vattimo) o líquido (Bauman) que se ha extendido por las universidades, centros culturales y círculos intelectuales de América y Europa como nuevo paradigma cognoscitivo. Porque lo que necesitamos urgentemente es que se aplique a todos estos su propia medicina: si ellos hablan continuamente de deconstrucción, esta también podría ejercitarse contra su improvisado andamiaje, mostrando su debilidad intelectual y los contrasentidos que lo sustentan.
Quien haya leído ya el nuevo libro de Darío Villanueva habrá visto sin duda reflejados en los párrafos anteriores el espíritu que anima su tenaz empeño. Y empleo el adjetivo —tenaz— como otro guiño para el que haya seguido su trayectoria última. Darío Villanueva, ahora ya profesor emérito en la Universidad de Santiago de Compostela, miembro de la Real Academia Española (de la que fue director de 2014 a 2018), no necesita presentación alguna. Ahora bien, lo que necesita, si no presentación sí un énfasis inevitable, es la deriva intelectual del autor, cada vez más volcado hacia planteamientos filosóficos, como si las disquisiciones estrictamente filológicas le resultaran insuficientes para dar cuenta precisa del estado intelectual de cosas en el mundo que vivimos.
Y así, ya en la excelente Morderse la lengua (2021) ponía de relieve que la censura o, peor aún, la autocensura, podía afectar —claro está— al mero decir, pero en último y fundamental término la gran afectada venía a ser la razón misma: la libertad de expresión no es nada, naturalmente, sin la previa libertad de pensamiento. Su siguiente obra, Poderes de la palabra (2023) ya reflejaba en su propio subtítulo hasta qué punto se expandía el universo mental de la lengua: Retórica, política, derecho, literatura, publicidad.
Ahora, con El atropello a la Razón se da un paso más y, recogiendo gran parte de lo que ya estaba contenido en las dos obras anteriores (sobre todo en la primera de ellas), se llega a lo que bien podría considerarse culminación de una trilogía: por un lado, exposición precisa de la ofensiva posmoderna en todos los ámbitos, pero en especial en la filosofía, desde sus raíces (Rousseau) hasta sus representantes actuales, deteniéndose especialmente en los considerados gurúes intocables (los Foucault, Derrida y compañía); por otra parte, una defensa sin complejos de la razón ilustrada en todo su recorrido y en todas sus manifestaciones desde la revolución kantiana hasta casi nuestros días, con las aportaciones de autores como Mario Bunge o George Steiner.
No es el menor de sus logros en esta empresa haber condensado todo lo que acabo de exponer —y muchas cosas más que no me caben en esta crónica— en algo más de doscientas cincuenta páginas —sin notas y con el solo añadido de una bibliografía selecta— que pueden resultar lectura atractiva para todo tipo de lectores y no solo para los especialistas. Estos últimos encontrarán, en todo caso, un buen esquema o un excelente resumen de lo ya conocido, sin que se le pueda reprochar en general a Villanueva una simplificación excesiva o distorsionadora en su búsqueda del amplio público.
Es probable, sin embargo, que los abanderados más enragés de la posmodernidad achaquen al autor —no sin cierta razón, todo hay que decirlo— una defensa excesivamente unilateral o inequívoca de la Razón (sí, a veces con mayúsculas), que llega al punto de ignorar o escamotear los excesos que se han cometido en su nombre a lo largo de toda la historia contemporánea. No olvidemos, por ejemplo, que el marxismo y todas las utopías socialistas y comunistas se han considerado siempre herederas y continuadoras de la Razón ilustrada. Los sueños basados en la Razón o sedicentemente amparados por esta también producen monstruos. ¡Y qué monstruos!
No quiero sugerir que Villanueva diluya y mucho menos oculte las responsabilidades que le tocan al ideal racionalista en su larga trayectoria, pero sí que a veces le falte la cintura necesaria o simplemente el espacio físico —más páginas— para dar pinceladas de una gama cromática que vaya más allá de la contraposición maniquea de claroscuros. Se puede defender, pongo por caso, el «canon occidental», pero esa defensa es compatible con el señalamiento de las insuficiencias o limitaciones con el que muchas veces se ha entendido o aplicado. Esos pequeños reparos —quizá no llegan ni a eso— no empañan el balance global de excelencia que debe merecer este libro modélico, una obra imprescindible para todo el que quiera conocer las raíces del debate cultural e intelectual en el siglo XXI.
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Autor: Darío Villanueva. Título: El atropello a la Razón. Espasa: Espasa. Venta: Todos tus libros.
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