El libro sobre la mesa / Le abro las alas / y vuela.
La gaviota, / libro abierto que vuela. / ¿Quién lo habrá escrito?(José Mateos)
A finales de marzo salió la primera edición de La razón en marcha. Conversaciones con Félix Ovejero (Alianza Editorial, 2023). Recoge el contenido de las videoentrevistas que, durante la pandemia, tuvieron el escritor y periodista Julio Valdeón —licenciado en Historia— y el profesor universitario Félix Ovejero —doctor en economía, filósofo de la ciencia, ética y política—.
Consideramos que Valdeón ha realizado un magnífico trabajo: todo el «coloquio» (así lo denomina Trapiello «en sentido cervantino) se despliega en preguntas reflexivas e informadas y en respuestas con argumentaciones francas, claras, razonadas y de generoso esmero para mejor comprensión de las cosas. En su descargo, decir que la gran mayoría de las reiteraciones añaden fuerza explicativa adicional, pues recuperan ideas en asuntos diferentes pero conectados. Además, dinamizan la regularidad reflexiva y evitan la constricción de un orden rígido. Valdeón consigue muy bien mantener la dirección conversacional. Logra un encuentro sin cierre, un acople de horizontes entre el cuestionar de uno y el exponer(se) de otro. Y sin nada de esas entrevistas donde uno hace de animador para que el otro se exhiba complaciente y ufano en la orla de impostadas imágenes del mundo. Además, pensamos aquello del pintor Gaya de que en la repetición está el buen gusto y la verdad. O sea, lo opuesto al preboste que, en la redundancia de la mentira, fabrica falsas verdades.
A la coda le sigue nota final de Ovejero con una explicación sustanciosa y los agradecimientos. El libro también lleva un prólogo del escritor y poeta Andrés Trapiello y un epílogo del catedrático de Filosofía del Derecho Pablo de Lora. El primero rescata «el verde y dorado árbol de la vida» —Fausto de Goethe— acentuando la disposición de Ovejero —humilde y empeñoso— para «llevar la teoría a la vida». El segundo recurre —con cita mediante— a la figura del ilustrado León de Arroyal para situar la obra de Ovejero en las coordenadas programáticas de la Revolución Francesa.
Los tres epígrafes de apertura —en su urdimbre— aluden al sentido de «la razón en marcha», divisa del himno de la Internacional: realización colectiva del proyecto ilustrado de emancipación humana. Leídos en detalle, anticipan el mensaje: la razón porta —y ella misma es— el fuego de la civilización en su travesía de la historia. Es esencial cobertura en los momentos de peligro, extravío, incertidumbre o desaliento ante lo imprevisto. O sea, que el hombre afronta y trata de resolver con racionalidad los problemas que crea la propia razón. De otro modo: el fuego se mantiene con conocimiento bien fundado y sabia prudencia. Porque, como dice Ovejero en un guiño al poeta Ángel González, con convencimiento se conquista la esperanza.
Ahora bien, la razón puede dejarse llevar por sesgos, aunque esto no signifique ausencia total de racionalidad. Nada asegura su viabilidad ni un paso firme y sereno. Se necesitan condiciones para mantener el fuego de la civilización, para ir a favor de la razón. Tenerla como criterio-guía para avanzar hasta donde la verdad o los argumentos nos lleven (Camus), manteniendo el «temple» y la «entereza» para «ser seriamente humanos». Lo de Gracián: «Nunca perderse el respeto a sí mismo. Su misma entereza debe ser norma propia de su rectitud».
UNA RAZÓN COOPERATIVA
La razón en marcha es una biografía conversada —integral y con integridad donde las haya— siguiendo el cauce de la producción bibliográfica de Ovejero. Trata aspectos de su vida personal, académica, docente, cívico-política, intelectual, etc. Aborda temas e ideas de la obra publicada, y también de un libro en proyecto. Muestra su invariante propósito: que el trabajo filosófico sea conforme a la afanosa marcha de la razón histórica —que no historicista—.
Las conversaciones estimulan la lectura de los libros de Ovejero, pero también la de numerosos autores referidos con generosidad, en sazón del asunto abordado. Sin jactancia de erudición ni argumentos de autoridad, se citan y refieren obras y autores. Incorpora a las explicaciones, acertados versos poéticos, ostensivos y claros ejemplos y golpes de humor para remozarlas. Un libro, pues, en que razones son obras y amores.
En la nota última, Ovejero desea «reconocer la trama de deudas del propio quehacer». Lo hace citando palabras de Trapiello que aplicará para su obra: «Diría, si no temiese la mistificación, que (mi obra) ha sido escrita …como si me hubiese sido dictada, como si alguien la hubiera depositado en esa mano abierta de mendigo en la que el pintor Goya cifraba la suya de pintor, pidiéndole a la vida un poco de realidad verdadera. (…) ¿Cómo podríamos envanecernos de lo que nos ha sido dado? … Lo mejor de uno es de todos; lo peor, solo de uno. Así es como lo siento». Y añade Ovejero: «Pues eso, la obra es de todos, la responsabilidad de uno».
Este es quizá el lema principal —de partida y de llegada— de La razón en marcha. Ovejero ofrece otras formulaciones: «Todo lo sabemos entre todos» y «todo lo conseguido lo hemos conseguido entre todos». En este y otros de sus libros hay además dos escolios del repertorio de Marx: [1] «De cada uno según sus capacidades, a cada uno según sus necesidades» y [2]: «Una asociación donde el libre desarrollo de cada uno es la condición del libre desenvolvimiento de todos». Son divisas todas ellas que especifican la andadura de la razón como una empresa colectiva que requiere de coordinación en una acción cooperativa. Así, sirva como ejemplo, sus significaciones armonizarían, y sin forzarlos en exceso, una agrupación de algunos títulos suyos: Intereses de todos, acciones de cada uno, que a pesar de la libertad inhóspita, podrían cimentar —a través de un proceso abierto— las razones del socialismo, de manera que incluso un pueblo de demonios pueda sobrevivir al naufragio.
Desde esta óptica, las conversaciones refrendan la enseña con una conjugación de la autonomía del juicio —informado y formado— y el quehacer cooperativo que mira a fines (libertad, igualdad, fraternidad y unidad). Asimismo, ético-políticamente, comportan una racionalidad práctica de raigambre democrática: afán de verdad y veracidad, debate racional, coraje cívico, etc.
EN EL MARCO DE UNA RACIONALIDAD FILOSÓFICA
La racionalidad pues —como temática-contextual— nos parece buen ángulo de lectura completa y comprensiva del libro. Puede perfilarse atendiendo a dos figuras filosóficas, importantes para Ovejero al final de los años 70 y primera mitad de los 80. Hablamos de Manuel Sacristán y de Javier Muguerza. Así se lo transmite a Valdeón. Ovejero fue alumno y discípulo de Sacristán, que dirigió sus tesis doctoral. Colaboró en la revista mientras tanto, fundada por Sacristán y Giulia Adinolfi. En lo relevante, Ovejero comparte con Sacristán el mismo trato teórico (honesto y no dogmático) dispensado al pensamiento de Marx en tanto que es un proyecto racional enraizado en los principios ilustrados.
Y sobre Javier Muguerza, dice Ovejero que en aquellos años que entró en el departamento e inició la tesis tuvo gran importancia La razón sin esperanza (1977) de Javier Muguerza. Libro dedicado a Sacristán y del que Ovejero toma algunas de las últimas palabras que son epígrafe del libro que reseñamos: «Con esperanza, sin esperanza y aun contra toda esperanza, esa razón es, sin embargo, nuestro único asidero, por lo que la filosofía no puede renunciar sin traicionarse a la meditación en torno a la razón». Muguerza había expuesto en el libro su concepto de racionalidad y del «preferidor racional» en el contexto de un debate entre él y otros filósofos a los años 70. (Pedro Pacheco recogió muy bien —en un artículo de 1980— el inicio y desarrollo de aquellas discusiones).
LA RAZÓN DEL MAESTRO: MANUEL SACRISTÁN
De algunos trabajos de Ovejero sobre Sacristán (mientras tanto, nº 30/31, 1987; Claves de Razón Práctica, nº 163, junio 2006; y Revista de Libros, 8 dic. 2021) nos interesa señalar dos apreciaciones: la excelente valoración que hace del estudio de Sacristán sobre la gnoseología de Heidegger (1959); y su manifestación de que aprendió de él la mejor manera de pensar y sus virtudes emparejadas.
En el trabajo sobre Heidegger (1959), Sacristán afirmaba que «la razón vive hoy doblemente solicitada por la historia, la cual le impone la tarea de comprenderse en su génesis y de luchar por su futuro en un mundo con sus dificultades y perspectivas». Y aludiendo a Paul Langevin añadía: «La razón es el camino “esencial” por el que se descubren horizontes que superan los antiguos. Y la razón ha superado ya tantos, se ha superado ya a sí misma tantas veces entre dolorosas contradicciones que no parece insensato esperar con un gran cosmólogo contemporáneo que sepa también esta vez aplicar su tactique intellectuelle».
Langevin —en La pensée et l’action (1964)— descifraba dicha táctica en recibir «respuestas efectivas a cuestiones planteadas con más precisión» a los hechos. Y, a su vez, al objetivo de que «a las instituciones», de cara a su mejora y progreso, se les aplicaran los estudios y métodos de la ciencia y de la técnica que «hacen posible la liberación material de los hombres, condición necesaria de su liberación moral», y —por tanto— en «poner al servicio de la justicia los resultados de la ciencia». Y Sacristán, respecto del desarrollo científico técnico, mantenía una perspectiva contraria a las soluciones simplistas (progresismo radical en apariencia o de un romanticismo edénico). Para él, toda mixtificación de la razón humana «es en definitiva la destrucción de la razón, el descuaje de la razón de su verdadera tierra, que es el proceso del desarrollo de la humanidad en su lucha y unión con la naturaleza». Y en su aventura histórica, «la razón busca que la realidad dé una respuesta. Aquí radica la base para la esperanza de que el hombre no sustituya su diálogo racional con la realidad por cualquier otro diálogo reglado en las historias mixtificadoras de la razón».
Quien lea ahora La razón en marcha y esos tres trabajos, podrá percibir el legado de Sacristán en el obrar filosófico de Ovejero. Nos referimos a que también este ha mostrado interés por «el programa de las leyes sociales» o a la opinión de que «al intervenir en la sociedad, la validación de la conjetura que fundamenta la acción, no se realiza con informes de laboratorio, sino con la realidad misma, con el mundo a cambiar». O a cómo la dedicación a la filosofía de la ciencia no ha de convertir a alguien en un inquisidor epistemológico imponiendo criterios estrictos del “método científico” según modas. O a potenciar «las sensibilidades políticas y éticas» frente a «la izquierda reaccionaria». Y, asimismo, a que la crítica de Ovejero toma igualmente energía de «una fibra racionalista e ilustrada nada despreciativa de la ciencia». De otro modo no podría Ovejero, como hacía su maestro, «percibir las ambigüedades civilizatorias». O, por último, al hecho de que sus reflexión se fue haciendo «cada vez más urgentemente política». En el caso de Ovejero prueban sus trabajos sobre socialismo, liberalismo, republicanismo, democracia, nacionalismo, etc.
LA RAZÓN A DEBATE: JAVIER MUGUERZA ET ALLI
Dos modelos de racionalidad
Jesús Mosterín pensaba que la razón no era una facultad, sino un método. Y la racionalidad, pues, una «estrategia para optimizar la consecución de nuestros fines». Distinguía entre racionalidad teórica (creencias e ideas) de racionalidad práctica (conductas/acciones y decisiones). La segunda «presupone» la primera, que aporta la información para alcanzar fines. Entre estos hay que son medios para otros fines, los cuales justifican aquellos. Sin embargo, contamos con fines últimos que no son medios para ningún otro fin; y no pueden ser justificados racionalmente, pero «a veces pueden ser explicados por los millones de años de evolución biológica que pesan sobre nosotros y que forman parte de nuestro destino». Por lo demás, distinguía racionalidad incompleta (racionalización desigual con la consiguiente crisis del sistema sociocultural) y racionalidad completa (ampliar en toda la totalidad socio-cultural el conocimiento técnico-científico bajo la dirección de los técnicos).
Por su parte, Javier Muguerza hablaba de «la aventura inacabable que es para el hombre la razón» sin que esto conduzca necesariamente a la desesperación, por mucho que —al ser «razón con minúscula»— haya dejado de «asociar esperanza y trascendencia». Y dado que la razón tiene por fines que el hombre se conozca a sí mismo, al mundo y lo transforme, aún «crepitan problemas teóricos y urgencias prácticas». Por lo que «tal vez alguna brasa de ese fuego inextinguible logre avivar el aliento de una cierta esperanza en la razón».
Lo que estaba en juego era la confianza en la razón. De ahí que la ratificase con enfático sentido de su apertura: «Mas cuando la razón se nos revele insuficiente, lo que hay que hacer no es arrumbarla, sino ensanchar sus límites, estando por lo demás dispuestos siempre a recordar el venerable aviso de que cuanto más sólido sea el edificio construido por la razón mayor será la urgencia de la vida que nos incita a escapar de él hacia la libertad… que es en lo que, en definitiva, consiste la razón».
Y desde estos supuestos de crítica a la conceptuada «racionalidad» de Jesús Mosterín, sostuvo Muguerza que la aceptación de un fin o un valor, para poder tasar alternativas y tomar decisiones, no está excusado de «la exigencia de dar razones en apoyo» de lo evaluado y decidido. Y esto valía para los fines últimos. Por tanto, no procedía dar prioridad racional «a los fines que son medios para otros fines» en detrimento de «la racionalidad de los fines últimos o valores». Muguerza reconocía así que la razón conlleva la «unidad consciente de una teoría, una crítica y una práctica».
Según tales considerandos concluía que la racionalidad tenía que ver «con la capacidad para hacer frente a nuevas e imprevistas situaciones». O sea, con términos de Bloch, que «la razón es la manera como el hombre experimenta la novedad, lo novum». Y, segundo, que ser racionales no consiste en «la adhesión inquebrantable a estereotipadas reglas de procedimiento, sino con la manera como seamos capaces de cambiarlas y la oportunidad con que lo hagamos». De resultas, Muguerza dilataba su concepto de racionalidad:
«Puede aplicarse a cualquier otra manifestación de la racionalidad, desde el arte a la política pasando por la filosofía. En ninguno de dichos casos podría la racionalidad ser reducida a una regla de procedimiento que canalice de antemano su caudal de creatividad, su poder de innovación y, en última instancia, sus posibilidades de gratificarnos y contribuir así a nuestra felicidad. En la medida en que la historia constituya un proceso abierto, y puesto que ignoramos qué nuevos desafíos haya de depararnos, sería quimérico intentar planificar de una vez y por siempre las estrategias de la razón».
Y en una nota a pie aclaraba: «Para apoyar esta caracterización de racionalidad cabría invocar tal vez argumentos neurofisiológicos o psicológicos —desde el estudio del funcionamiento del sistema reticular ascendente al del pensamiento creativo—». Pero él prefería remitir al texto de S. Toulmin titulado La astucia de la razón, conclusión del primer volumen del libro La comprensión humana.
Las preferencias racionales
Hemos dibujado el marco general (detallado en La razón sin esperanza 1977) en que Muguerza trató dos importantes problemas de la ética: la relación entre hechos y valores (falacia naturalista) y las preferencias racionales («si además de las buenas razones que [un grupo de personas] puedan tener para vivir como lo hacen, cabría o no aducir otras razones, mejores razones, para vivir de modo diferente»). Problemas estos que interesaron al joven, pero muy esclarecido, Félix Ovejero, y que siguieron interesando a lo largo de su obra como bien se comprueba en el capítulo IX de El compromiso del creador y en la conversación XV de La razón en marcha.
La cuestión del «preferidor racional» introdujo un segundo estadio del debate. En este terciaron Antoni Domènech y Miguel Ángel Quintanilla, y algunas tesis de Manuel Sacristán —que no intervino personalmente— pero al que estos recurrieron incorporando su concepción de racionalidad de la praxis, es decir, del conocimiento de lo concreto.
Aunque hemos de decir que Sacristán en 1981 escribió una reseña del libro de Mosterín —Racionalidad y acción humana (1977)— e impartió también una conferencia —«La función de la ciencia en la sociedad contemporánea»—en las que habló de este. Criticaba la estrechez de la racionalidad completa de Mosterín. Para Sacristán, la solución a los problemas provocados por el desarrollo técnico-científico necesitaban de la razón, pero no en el sentido de «completa» (más y más extendida aplicación tecnológica a cargo de técnicos) sino en el de «ampliada» con un sentido distinto (y que reconocemos también en la obra de Ovejero): «De aquí que piense —dijo Sacristán— que aunque haya una manera de salvar esta idea de Hölderlin o de Hegel, según la cual de donde nace el peligro nace la salvación también, habría que referirlo no a la tecnología solo sino a la razón en general». No obstante, en ediciones posteriores del libro de Mosterín, nada aparecía al respecto. Por contra, sí dedicó un apartado a criticar las objeciones que Muguerza le planteo en un artículo de 1986. Entre estas objeciones, una sobre la noción de razón completa, y que coincidía con la que acabamos de citar de Sacristán, aunque tampoco Muguerza mencionó a este.
El objetivo del debate sobre las preferencias era superar los residuos idealistas, dogmáticos y subjetivistas de la «racionalidad» en Muguerza. Quintanilla discutió su visión culturalista de la ciencia: propuso un «racionalismo parcial» o «relativismo sociológico» críticos de la racionalidad ideológica que encubre -con el pretexto del método científico- intereses institucionales. Intentaba reforzar la idea de una racionalidad comprometida socialmente y, al vez universal, la cual extraía de algunas «notas marginales» de Sacristán. (Según Quintanilla la clase obrera era la parte racional —en una sociedad irracional— que encarnaría la racionalidad universal de una imaginada situación ideal de participación y decisión democráticas).
Resumimos. El debate partió de la idea de un «preferidor racional» (posibilidad de un código moral mejor) hasta llegar a la de «un preferidor parcial-universal» que asumía la fuerza crítica del «preferidor radical» y la racionalidad de la praxis del «preferidor comprometido».
Efecto de Mateo, la mengua de racionalidad
El debate en esos términos filosóficos se disolvió. Y Félix Ovejero, que procedía del campo de la economía, dedicó buena parte de su reflexión y estudio al problema de la unidad metodológica y la racionalidad de las ciencias, además de ciertos aspectos éticos. Sobre esto, trató el libro de su tesis De la naturaleza a la sociedad (1987), el epílogo de Intereses de todos, acciones de cada uno (1989), el capítulo VII y Apéndice de La quimera fértil. El despropósito de la teoría de la historia (1994) —(cfr. conversaciones II, III y IV de La razón en marcha)—, y el epílogo de Mercado ética y economía (1994). (En esas fechas, tres o cuatro artículos de Ovejero -con temáticas tratadas en las mismas obras- se publicaron en un par de revistas del CSIC).
Preguntándole Valdeón sobre el recibimiento de sus primeros libros, Ovejero responde tajantemente, pero sin signo de vanidad dañada ni arrebato de memoria herida: «Ninguno, no tuvieron ningún tipo de recibimiento. Supongo que son trabajos muy académicos. Eso pasa en casi todo el mundo con ese tipo de ensayos… hasta Proceso abierto [2005], no apareció ninguna reseña» (114-115). Ahora bien, pensamos, que el no haya memoria herida por su parte, dice mucho y bueno de él, pero si aquí no reflexionamos un momento sobre este particular efecto de Mateo, sería señal de que no nos tomamos en serio nuestra tarea. Por supuesto, interesamos solo de «causas» estructurales, no la intención de los agentes.
El hecho es que no hubo recepción ni en los suplementos culturales (ni en hojas parroquiales), pero tampoco en la década de los 90, cuando algunos reescribieron y revisaron sus conceptuaciones en libros recopilatorios de materiales anteriores o nuevos. Así que en estos (igualmente ensayos académicos, y hasta docentes) volvían a pintar bastos para los enjundiosos estudios de Ovejero. Estos tenían miradas que hubiesen estimulado una enriquecedora discusión en lares filosóficos. Pero es que además, otros conceptos de racionalidad —que emergieron en esa década— tampoco dispusieron de ese importante fondo de razón crítica (y valga esta expresión, a pesar de tener algo de pleonasmo).
Nos preguntamos, pues, si es que acaso no era suficiente, por ejemplo, la fineza reflexiva de Ovejero al analizar el pensamiento de Kant, ubicándolo —con solvencia filosófica y profusión— entre conceptos de racionalidad ya elaborados en sociobiología, economía, teorías de la decisión, etc. ¿O más bien era escasa o deficiente —y menguante diremos— la racionalidad de instituciones u organismos que —teniendo entre sus funciones promover eficazmente el intercambio y el debate racional en materia de conocimiento—, sin embargo, dejaban que buenos estudios madurasen en el limbo de la incomunicación de saberes? ¿A la espera de que una caprichosa fortuna epistémica hiciese su trabajo? Hombre, una cosa es la gracia providente de la serendipia, y otra elevarla a principio de políticas empistemológicas. Y ya si eso, que encuentros casuales —en el metro de Madrid o de Berlín, por decir algo— nos provean de información.
En fin, mal está lo que estuvo mal. Y bueno está lo que nos llegó tarde siendo bueno: Ovejero volvió a retomar la temática (El compromiso del método, 2004) y la fue extendiendo al campo de la razón práctica: La libertad inhóspita, 2002; Incluso un pueblo de demonios: democracia, ciudadanía y republicanismo, 2008; El compromiso del creador. Ética de la estética, 2014 —joya de la corona, o del gorro frigio—; La deriva reaccionaria de la izquierda, 2018 y Sobrevivir al naufragio, 2020. Una obra toda de quehacer creativo de razón en marcha, y donde no faltan —en afinidad al maestro Sacristán— rectificaciones de tesis o conjeturas si unos datos avalados por conocimiento cierto, y las mejores razones, así lo inquieren. Valgan estas citas de La razón en marcha:
«Exploré ciertas alternativas para prescindir de las intenciones a la hora de hacer teoría social. Hoy no creo que se pueda prescindir de las intenciones, del individualismo y la racionalidad» (82-83); «La economía, de alguna forma, podría encarnarlo [el sueño de una gran ciencia social. Hoy creo que es una ilusión. Habría que entrar en muchas matizaciones acerca de las leyes que esta obtiene» (94); «Hoy no creo que podamos disponer de leyes de la historia, el modelo de las leyes de la naturaleza tan idealizado. Ni siquiera estoy tan seguro de que sea lo más común en ciencias de la naturaleza. Eso lo argumenté en el apéndice de El compromiso del método [2004]» (110); y, por último: «En teoría social nos explicamos atribuyéndonos conciencias y deseos. Ese concepto de racionalidad se depura con la teoría económica. Esa atribución de racionalidad es central en las ciencias sociales. No pocos se preguntan si ese esquema no será una especie de pseudoteoría, que aplica los conceptos de la vida cotidiana a la teoría social» (112s).
Tenemos impresión de que aquella frase final («como no podemos cambiar el mundo, cambiemos de conversación») de la novela Antifaz —de J.M. Guelbenzu — se transforma en el caso de Félix Ovejero en algo así: Como nuestra finalidad es cambiar el mundo, comencemos por cambiar de conversación. Lo cual significaría: «Ampliar la conversación, sugerir caminos en donde completar y mejorar los argumentos. No se olvide: todo lo hacemos entre todos» (459). Es decir, que la praxis de comunicación argumentativa o explicativa, o formativo académica, recrea saberes, explosiona —controladamente— el potencial de conceptos, teorías y debates. Es como una variante de reflexión metaostensiva —perdón por la palabrota—. Por eso es que según Ovejero —se verá luego— incluso hay artes que cumplen una función importante para desplegar la razón práctica. Se trata de ampliar posibilidades y horizontes de racionalidad. Al cabo, de la praxis como conocimiento, reforzada con la idea de racionalidad como labor cooperativa.
EN MARCHA: EL COMPROMISO DE LA RAZÓN
Esa idea de racionalidad que transita en La razón en marcha, denota serias responsabilidades. Primeramente, «restaurar la dignidad de las [grandes] palabras maltratadas» (456). Compromiso con la matización, porque como dice Ovejero en La quimera fértil, «la buena reflexión tiene su residencia en el matiz». Compromiso para dar con la raíz de los problemas. Si Valdeón ve una grieta por la acera en que caminan juntos, la indica y hace su pregunta-comentario. Ovejro asiente más o menos —o algunas veces no asiente— pero siempre tiene a mano su piqueta. Así que la coge, levanta un par de baldosas y, señalando lo que asoma a buena vista, dice: «Sí, pero lo inquietante es…». Moraleja: como decía Gracián, «el que camina a la luz de la razón va siempre muy atento al caso».
En segundo lugar, para Ovejero, además de capacidad de captación de problemas, hace falta lucidez objetiva al plantearlos y proponer soluciones. Se necesitan conocimientos contrastados y no ideologías que —al no confirmarse por el buen saber— se rebotan y lo desacreditan desde las instituciones que presiden. Hay que acotar cuestiones, problemas, posibilidades y límites. Y esto entronca con el racionalidad ilustrada: la información y formación que son buenas se basan en la investigación metódica y científica. Quien habla de razón aquí, se refiere a un compromiso por saber, o sea, por salir de la ignorancia fruto de la pereza mental, el fetichismo, el relativismo absoluto o el dogmatismo doctrinario.
Y, en tercer lugar, hay que tener conciencia del reto que supone un compromiso con la verdad. Aunque el compromiso impulse y mantenga la dinámica de la razón, esta ha de reajustar el ritmo y los caminos más óptimos —que con frecuencia son los más sinuosos e inhóspitos— para el mejor conocimiento y la mejor acción. Podríamos hablar —si se permite— del compromiso de una razón que tiene carácter modal. Es decir, razón concernida por conocer lo que de necesidad hay en lo inédito o imprevisto, por determinar lo mudable de lo contingente y lo reconstruible de los horizontes perdidos (del naufragio). Las posibilidades intactas.
En suma, compromiso con una matizada lógica modal conectando razón teórica y razón práctica. El envite obliga estar a la altura de lo mejor de la mejor razón. Conlleva mantener la tensión entre verdades de hecho y verdades de razón, por así decirlo, porque de ese voltaje depende la energía necesaria para que la voluntad (de verdad, libertad y justicia) tome cuerpo político en hechos de razón. Y es que —como proclamó Ovejero en aquella manifestación— «nuestra aspiración es ahondar la democracia y la justicia. Lo dicho: la civilización» (457). Y esto comporta avivar el fuego, pero el de la razón; y sabiendo bien lo se piensa, se siente, se dice y se hace.
… DE LA RAZÓN DEL ARQUERO
En un artículo titulado «Manuel Sacristán. Un marxista socrático», Ovejero se hacía eco de una nota escrita por este en homenaje a Ortega. Acentuaba el quid de la filosofía socrático-aristotélica que Ortega convirtió en máxima: «Seamos como arqueros que tienden a un blanco». Por si ayuda, el fragmento de la Etica a Nicómaco: «Si existe, pues, algún fin de nuestros actos que queramos por él mismo y los demás por él, y no elegimos todo por otra cosa (…) es evidente que ese fin será lo bueno y lo mejor. Y así, ¿no tendrá su conocimiento gran influencia sobre nuestra vida, y, como arqueros que tienen un blanco, no alcanzaremos mejor el nuestro? Si es así, hemos de intentar comprender de un modo general cuál es y a cuál de las ciencias pertenece» (Libro I, 1094a 20-25).
O sea, el arquero aristotélico —tal como lo ve Félix Ovejero desde la mirada de Sacristán—-es el «sabio que señala fines», «que se conoce a sí y al mundo» y «que acompasa vida y pensamiento». (Idea esta última que Ovejero decanta del texto de Aristóteles y de un verso de Fernández de Andrada, que en su día fue comentado por Cernuda). De resultas, dirá: «Quien haciendo de la propia vida un empeño reflexivo empieza por no ignorar la complejidad de la vida».
Buscando demarcar más la «racionalidad» presente en La razón en marcha, extractamos varios fragmentos formando la siguiente secuencia: «Con la razón como pauta» —«afán de verdad» y «entereza»—«cambiar de ideas» y «exponerse a escenarios que le harán a uno mejor»— «temple moral» —«no querer lo que no valoras desde tu mejor yo»— «formar la sensibilidad con la práctica para disfrutar de bienes de autorrealización no espontáneos» —«gestionar las emociones desde su sustrato racional y para el mejor disfrute»— «felicidad inseparable de la razón». Final de secuencia que —con su sutil tono de hedonismo solidario— nos desempolva esta máxima de La Rochefoucauld: «Goza y haz gozar sin dañarte a ti o a los demás; a esto se reduce, creo yo, toda la moral».
Apelando a la razón dinámica, Ovejero reafirma su historicidad (o temporalidad) a la par que la autonomía individual y colectiva. Pues la razón se piensa como rehaciéndose y rehaciendo el mundo según principios —universalizables— para el mejor bien común. Pero habiéndoselas con preferencias que a veces —así lo advierte Ovejero— son «no meditadas y que precisan de metapreferencias» que las evalúen para decidir «a la altura de tu mejor idea de ti mismo», o sea, para «la construcción del carácter, de tu mejor yo» (365ss). Y, ojo, que el criterio de la razón en marcha lo es también como razón de amor:
«Y algo parecido sucede en la construcción del carácter, en la construcción de tu mejor yo, y con la idea de amor que estábamos comentando, como un modo de mejorarte en compañía, en un reto elegido por las cosas que queremos desarrollar en nosotros mismos. Con la gestión de las emociones, al final» (369).
¿Y cuál es, con todo y todo, el interés filosófico de Ovejero que le empuja (y nos empuja) a ejercer de arquero? Hay un par de asuntos esenciales que, según él mismo, le mueven a pensar. Uno: «Preocupación por la mirada realista de la democracia, que tuviera en cuenta humanos de verdad, no ángeles virtuosos». Dos: «Interés por la teoría de la racionalidad, por los límites más explicativos de su versión más estricta en la teoría económica y el homo oeconomicus. A estas tres habría que sumar las que en cierto modo contribuyen a despejar las incógnitas de las otras dos: interés por la biología, por los resultados de las ciencias cognitivas y la economía experimental y, por ultimo, por la importancia de las emociones. (359-360).
Este interés está relacionado con lo que Ovejero entiende por política: «La política, como el diseño institucional, ha de modular las tres dimensiones del comportamiento humano: razones, emociones e intereses» (371). De modo que «la política se justifica por la calidad de las decisiones», dado que «la sabiduría práctica del político consiste en ponderar los valores en las decisiones sobre intereses. Toda decisión conlleva un trade off, un juego de equilibrios» (376-379). (¿Por una vez, preguntamos, Aristóteles a compás de Platón?).
¿Y cuál es el fin al que apuntan esas preocupaciones? Sin rodeos: «Hacer de la política el territorio de la racionalidad» (168), es decir, «la intervención racional para hacer y mejorar la vida compartida» (255). Claro, que para tal fin, se necesita una disposición inicial: mantenerse fuerte frente a la irracionalidad ideológica. (¡Qué relevancia tiene el «frente a» de un Sacristán con humor para comprender lo de «izquierda reaccionaria» que dice Ovejero!). Seguimos. Se precisa no «entronizar a posteriori lo que es simple destino o historia o instituciones como si fueran de necesidad virtud». Es decir, no «engañarnos y presentarnos como decisiones o elecciones lo que nos ha venido dado». Por tanto, mantener el «afán de verdad», puesto que «el engaño incapacita para mirar los problemas de frente, para una mirada más inaugural y para salir de una senda, mirar de otro modo, limpiamente, el mundo, reconociendo ciertas derrotas sin mentirnos», sin apologías de glorificación simbólica. Resumiendo, permanecer frente a la falsificación de lo real. Esta frustra la «emancipación», impide el acople racional de la verdad, la libertad y la felicidad. Porque «la emancipación consiste en quitarse todas las telarañas mentales y mirar limpiamente el mundo (255-256).
Esa disposición va acompañada de una estrategia en la que se proyecte «el horizonte mental de persona limpia intelectualmente» (255). Y esto porque «lo debido intelectualmente es descubrir los mecanismos debajo de los procesos de cambio, si es que hay alguno» (272). De forma que «la clave es pensar en el horizonte de posibilidades» (212), «contemplar todos los mundos posibles, no solo los visibles o existentes [que siguen] un guión» [presentista]». Todo lo cual significa no «reconciliarse con el mundo», ya que esto sería «negar la política» (255).
Concretemos aún más: Ovejero no se olvida de los elementos tácticos. Habla de «plantear alternativas y marcos conceptuales que eviten los parcheos [malas o deficientes soluciones]» (255s). Y es que, en último término, el criterio de la razón en marcha que propone Ovejero se deja reconstruir — eligiendo su plano de «racionalidad»— como el trazado de un circuito a través de lo concreto en las conversaciones. Algo extenso, sí, pero delineado para comprender una racionalidad de la praxis en clave de un preferidor democrático. Veámoslo:
«Lo de que “todo lo hacemos entre todos” hay que tomárselo en serio. Quizá al final, lo que importa es lo que uno añade para mejorar el mundo. La ciencia es una empresa acumulativa y colectiva (47). Al cabo, toda empresa productiva es cooperativa (68). Se trataría de ampliar el foco del debate dando lugar a diseños institucionales más permeables a los problemas reales, [para que si es posible] generemos resultados justificados desde el punto de vista de la eficacia política y la libertad y participación de las gentes. Ese es el reto. No digo que la participación sea buena sin más, sino que mejora la calidad de las decisiones, que la puede mejorar (166). Pues, lo que siempre importa, los principios de la Revolución francesa, de una tradición ilustrada, radical, en la que se reconocerán socialistas y comunistas, la que ha forjado nuestro mundo político, incluida la moderna democracia del sufragio universal, la jornada de ocho horas, la educación pública y la sanidad (247). Estar instalado en la racionalidad, con la mejor información, emanciparse, que es lo que importa (397). Lo debido intelectualmente es descubrir los mecanismos debajo de los procesos de cambio, si es que hay cambio. Por lo demás, en este caso, cuando afecta a inercias sentidas, no es fácil que se produzcan los cambios (272). Hay que insistir en los mensajes. Batallas de ideas, atacar los fundamentos, mostrar la anatomía aberrante [de dinámicas sociales y culturales identitarias, de políticas disgregadoras (nacionalismo) y de economías desigualitarias]. Y, sobre todo, constancia. Si te mantienes firme, si no cedes, hay posibilidades. Con convencimiento se conquista la esperanza» (213). Así lo dice el habla de Ovejero.
… DE SU RAZÓN DEMOCRÁTICA
Lo expuesto conlleva una activación del vínculo entre pensamiento y acción, (saber y hacer, teoría y praxis, etc.). La andadura de la razón es una empresa de todos y entre todos en la que se reconstruye —parafraseando Muguerza— el ethos racional de la trama del todo configurada por el conocimiento científico, la autonomía moral, la libertad y la igualdad política. Eso sí, contando con la incierta orientación histórica del proyecto de mejora del mundo. Proyecto abierto que en última instancia se dirige a reubicar (históricamente) la razón moderna ilustrada, autorreferente y democrática, sin mixtificaciones.
No quiere decirse aquí que Felix Ovejero identifique, de manera acrítica y bidireccional, ciencia y democracia. Ya el sociólogo de la ciencia Robert K. Merton reconoció que «el orden democrático integrado con el ethos de la ciencia brinda oportunidad de desarrollo a esta», pero «no significa que la actividad científica esté limitada a las democracias». En este sentido, por ejemplo, Ovejero reconoce los avances científicos y tecnológicos de China, pero es contundente en su preferencia racional de arquero: «Por supuesto, a mí me importa más la libertad que la ciencia… Hay valores superiores al conocimiento. La decisión misma de conocer no es una decisión científica, es práctico-moral» (247 y 448).
Pero es que, además, la lógica de esta racionalidad no cede a los falsos dilemas. Ese reconocimiento de Ovejero —así lo entendemos— es acorde a la buena lógica de la razón, la que avanza según la ética de la ciencia. Es ajustada a la idea —diríamos— de que las reglas éticas de la ciencia facilitan su avance hasta en una comunidad científica en/de un Estado de demonios. Con lo cual este ya tendría instalado —dentro de sus murallas— el caballo de Troya del ethos democrático. Porque, en efecto —como escribió Merton—, «por muy inadecuadamente que se lo ponga en práctica, el ethos de la democracia incluye el universalismo [criterios impersonales preestablecidos] como principio dominante», pero también adiciona «el carácter comunal de los hallazgos de la ciencia», «el desinterés como elemento institucional básico» y «el escepticismo organizado». El caballo puede parecerle poco a algunos, pero bueno, no es de menor monta para que la razón democrática reinicie su marcha con debates racionales de la ciencia.
En cualquier caso, además, Ovejero insiste en diferenciar ciencia básica y técnica. Distinción importante al abordar como lo hacen Valdeón y Ovejero (en el tercer y en el último capítulo del libro) el problema del avance científico —con sus peculiaridades— en nuestro tiempo. Algunas de las reflexiones de Ovejero son estas que entresacamos a continuación:
1: «consideraciones de rentabilidad son muy importantes [porque hoy es] una ciencia que requiere grandes presupuestos [y] se da un estrechamiento del vínculo entre ciencia y tecnología]. 2: las dificultad principal «comienza no en en los problemas que resolvemos, sino en los imprevistos, en los que creamos; en los resultados no intencionales de acciones intencionales». (En esto quizá cabría una reflexión sobre Muguerza —«situaciones inéditas imprevistas»—, Mosterín —«racionalidad incompleta y completa»— y Sacristán —«desarrollo descontrolado de fuerzas productivas» y «razón general»—. 3: «Son retos que no resolvemos diciendo que la apuesta por la ciencia es incondicional», [o sea que cuentan] «las razones prudenciales —ético-morales— porque el conocimiento se justifica porque proporciona una vida mejor; estamos a favor del conocimiento, pero hay terrenos donde has de pensarte si abrir la caja de Pandora». 4: sobre los «retos tecnocientíficos [también ha surgido] una literatura, sazonada de algún aval empírico puro… pura especulación incontrolada, espolvoreada con algunas estadísticas o simples noticias periodísticas que acuden como remaches cuando la argumentación muestra cartón al servicio de un relato». 5: a la postre, «en nombre de la ciencia no se justifica cualquier cosa… en su desarrollo y aplicación, no es algo situado más allá de una valoración moral… La tecnociencia tiene muchas ventajas, pero el peligro es infinito. Por eso es tan razonable que se apliquen protocolos tan severos… Cuidado con derrumbar todo de un día para otro, y sobre todo con hacerlo en nombre de resultados también provisionales… y cuando las implicaciones políticas son arriesgadas. Hay que pensarlo. En fin, la hora de la prudencia» (cfr. conversación XVIII).
… SÍ, DEMOCRÁTICA, PERO REALISTA Y AMPLIADA
En un artículo de 1983, Sacristán se preguntó por el Marx que se leería en el siglo XXI. Y sobre la intención epistemológica de este, decía Sacristán que «una producción intelectual» que «busca un conocimiento muy abarcante [economía, sociología, política e historia]» y que «incluye una proyección no solamente tecnológica, sino globalmente social, hacia la práctica, (…) no puede ser teoría científica positiva en sentido estricto, sino que ha de parecerse bastante al conocimiento común, o incluso al artístico, e integrarse en un discurso ético, más precisamente político. Es principalmente saber político».
[1] Democrática y realista. A nuestro modo de ver, esta sería la tradición racionalista que deja legado en la filosofía de Ovejero. Y que esta reflejado y actualizado en esto que sigue: «La gran pregunta es cómo se relacionan las grandes filosofías políticas, con los grandes conceptos… para preguntarme por el sentido de la actuación política… con un afán de realismo en los proyectos, defendiendo la democracia deliberativa, pero hacerlo asumiendo que los ciudadanos no son santos omniscientes. Hay que buscar una reflexión política realista, acorde con una naturaleza humana frágil, débil, no idealizada acerca de lo que somos para defender la mejor democracia… Y también quisiera ampliar el foco a nuevos retos políticos. Por ejemplo, la comida de masas y los recursos energéticos» (334-338; 409s).
Ovejero ha escrito (El Mundo, 23-9-2022) que «la paradoja de la guerra cultural» consiste en que la victoria de la razón, por desgracia, no se alcanza solo con argumentos. Afirmaba con lucidez realista que «la extensión de las buenas ideas, de las ideas correctas, no puede prescindir del penoso ruido de la batalla política. Más claro: no puede prescindir de las emociones. Una lección importante muchas veces olvidada». De ahí su firmeza en defender, como vimos, la gestión del sustrato racional de las emociones en el terreno político.
Pero retengamos esto otro que advierte finalizando la segunda conversación: «No quiere decir que tengamos que adoctrinar, pero sí proporcionar unas condiciones de autonomía, que cada uno esté en condiciones de elegir su guión de vida. Pero antes hemos de asegurar las condiciones de autonomía económica y de información para que los juicios de las personas sean razonablemente autónomos». Y apostillando este sentido, complementa un verso de Sabina al que alude Valdeón: «Que ser valiente no salga tan caro… “Y que ser cobarde no valga la pena”» (cfr. 70). Lo cual, en cierto modo, nos evoca algo de Brecht que citaba Sacristán: «La buena sociedad en la que no hay que ser héroe»
Esta concepción de Ovejero no está huera en experiencia de lo concreto. Durante una estancia en Bogotá, concluyó el texto de La libertad inhóspita (2002). En el apartado de agradecimientos, recordaba la enseñanza recibida de la situación cívico-vital colombiana. Y con una sentida escritura pasaba a rodillo la perspectiva del liberalismo. A nuestro modo de ver, era una declaración de principios que quizá lleve a pensar al lector en una especial razón vital política. Y que de paso hace saltar por los aires el concepto de una razón cordial situada. Dice así:
«En Colombia, la reflexión moral y política tiene que ver inmediatamente con la vida, con las elecciones más elementales de cada vida. (…) La dignidad, el ejercicio y la exigencia de respeto, el derecho a combatir la injusticia y el uso arbitrario de la fuerza nunca se presumen; son conquistas que hay que defender en cada hora, y el precio, a veces, es la vida. Allí, la continuidad entre ética y política es un quehacer común y callado de muchas gentes, cuyas vidas constituyen lecciones prácticas de crítica a miradas —como la liberal— que parecen asumir que las ideas acerca de lo que es justo y bueno para todos nada tienen que ver con las razones que rigen la vida de cada cual».
[2] Por tanto, confluyendo con Sacristán, para Ovejero el proyecto emancipador está exigido de racionalidad ampliada: «Hemos de tener —dice— una concepción de racionalidad que incluya la ciencia, pero que la subsuma ante un concepto más amplio, que es el tipo normativo general. Entre otras razones para anticipar en lo posible los problemas a los que nos podemos enfrentar con las intervenciones» (444). En efecto, en su artículo «ChatGPT locuta, causa finita» (El Mundo, 6-4-2023) Ovejero escribe que «hay muchos ejercicios de la razón que no son ciencia, incluso afirmaciones que se hacen en la actividad científica». Lo cual significa que «la ciencia es solo un ejercicio de la razón: el más sublime y riguroso, sin duda. Pero no el único». Y así concluye: «En la razón estamos instalados todos. Todos, menos quienes vetan los debates en nombre de la razón».
Para esta racionalidad ampliada encontramos un plus de clarificación en el capítulo VI de El compromiso del creador. Ahí habla de la potencia reflexivo-moral de algunas artes. Sostiene que «la argumentación moral es algo más que anatomía conceptual.(…) Que la literatura suministra un excelente material para la práctica del razonamiento moral, (…) y que expone a los lectores a emociones matizadas “desde el punto de vista interno” de otras personas». También escribe que «el cine, el teatro, la novela favorecen una particular comprensión de las decisiones morales y sus entornos». Y, por último, señala la importancia de estas «desde el punto de vista del aprendizaje de la práctica de la experiencia moral». Sin que todo esto «reste importancia a la reflexión teórica y a la exploración conceptual».
Proponemos leer este aporte textual último de Ovejero a la luz recíproca de otro significtivo texto de Sacristán —editado por Salvador López Arnal—: «El lenguaje poético no es inferior. Lo que pasa es que el lenguaje científico —del conocimiento en general— no lo cubre todo, deja insatisfecho. Y el poeta penetra en el vacío, estableciendo conexiones nuevas, no garantizadas porque no quieren serlo, por principio. Y las nuevas conexiones le sirven sobre todo para intentar rellenar una laguna: la del conocimiento de lo singular en general, y, en particular, el de su individualidad (lírica) como representante de toda la humanidad —toda ella inevitablemente— insatisfecha siempre de lo que sabe garantizadamente».
Ovejero acompañaba a esas consideraciones con sabias y hermosas palabras del crítico cultural Lionel Trilling y hacía una referencia a Aristóteles. Y será en el capítulo IX que Ovejero lanzó una advertencia a quienes le tomaran por uno de esos filósofos «acostumbrados a escamotearse de los problemas con conjuros que pretenden pasar por argumentos». Esta es la misiva que creemos aclara aún más su concepto amplio de razón: «No camino solo, sino en la compañía de los cultivadores de la ciencia sombría y cínica, de los economistas, al menos de unos cuantos que, insatisfechos con los supuestos antropológicos habituales de sus modelos, han explorado y precisado analíticamente una idea más sofisticada de racionalidad que la que ha abastecido tradicionalmente a su disciplina, la del homo oeconomicus, un sujeto que es racional porque se limita a perseguir una meta, sin echar más cuentas».
HAZTE LA RAZÓN QUE ERES, HOMBRE Y CIUDADANO
Este libro de conversaciones entre Valdeón y Ovejero nos recuerda que somos hombres y ciudadanos. Y, como si lo hubiera escrito Píndaro, impulsa a que seamos lo que somos. De ahí que en su idea de razón esté incluida la enseñanza sobre en qué consiste ser y vivir como tales. Dicha racionalidad, no por ilustrada, ha de ser solo la de nuestro tiempo moderno. Ya sabemos, todo de todos y entre todos. Ilustración hay donde hay razón y esta está por todas partes y en todas épocas en las que ella marcha. Una veces es razón desnuda, otras lleva mejor abrigo; en unas ocasiones está sana, en otras enferma y hasta ha habido razón enferma de puro sana (que dijo un frankfurtiano de minima moralia, uno que ni en todo se equivocaba ni en todo acertaba, pero que sí apuntaba, como a la razón del arquero sucede).
Ahora bien, hay que saber elegir y cuidar las mejores compañas (Gracián). Se trata también de razón de compañía. Pero hacerlo sin la arrogancia que lleva a adueñarnos en exclusiva de la razón. Ni tampoco hay que permanecer en esa actitud prejuiciosa que no consiente siquiera abrir algunos libros, no vaya ser que vuelen en libertad. Cuidado con la presunción romántica que hace sentirnos libres al margen de la libertad —en diáspora— de la razón en marcha (como le ocurría a aquel preferidor amigo del hogar que Sacristán supo poner en su sitio). Y, por supuesto, hay que cuidarse de la libertad del paroxismo narcisista, que ante la mínima indicación, abre la boca para decir algo parecido a lo que Chamfort contaba de alguien: «Odio tanto el despotismo, decía M… que no puedo soportar siquiera la palabra receta del médico». Anomia esta de razón huera y solipsista. Para quienes así se conducen —y para todos, pues nadie está a salvo de caer en piadosos autoengaños— también Chamfort avisaba: «Dejamos de tener razón en cuanto ya no esperamos encontrarla en los demás».
FINAL Y CAMBIO DE POSTAS…
La razón de La razón en marcha aquí comentada, viene de lejos: de Atenas, de la razón griega clásica, pero sin tics románticos ni coqueteos nihilistas. Al hacer nuestra propia lectura del libro, hemos notado en ciertos momentos el viento de la razón soplando desde Delfos («conócete a ti mismo»; «ten trato con los sabios», «haz lo mejor que tu condición mortal te lo permita», «nada en exceso»); y en otros hemos escuchado unas eólicas sentencias que parecían impulsar su escritura («Lo que no sé no creo saberlo»; «Recibir el argumento de un sabio y tratarlo en su justa medida»). Por eso mismo es que, acabando ya nuestra lectura, expresamos un deseo con versos de Píndaro: «¡A mí me sea dado / vivir entre los buenos al par que serles grato!».
Llegó el final, pero solo de etapa. Pues como decía Juan Ramón Jiménez, «un estado permanente de transición es la condición más noble del hombre». De manera que ahora cambiaremos de postas sin cambiar de razón, sólo de sendero. Iremos por donde la razón en marcha nos lleve. Aunque ya tenemos un blanco al que dirigirnos. Este lo pensamos en consistencia racional con La razón en marcha y sus libros. Salvo que el viento nos viene también de otro sitio, de Jerusalén. Este nos trae unas hojas donde está señalada diana: «Buscad el conocimiento de la sabiduría que da el buen fruto de la esperanza. No tratéis a nadie como extranjero, andad en justicia y hablad en verdad. Pregonad la liberación y la libertad. Haced que terminen los tiranos. No sigáis a quienes hablan de violencia. Poned como gobernante la paz y por gobierno la justicia». En fin, cosas y asuntos que en verdad importan a todos, quehaceres humanos de todos y entre todos. Y claro es, huérfanos de Trascendencia, pero libres de sus sucedáneos. Amigo de la razón en marcha, salud y gracias.
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Autor: Julio Valdeón y Félix Ovejero. Título: La razón en marcha. Editorial: Alianza. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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