Como un “excelente registro histórico que permite conocer la historia, la religión, la filosofía, las tradiciones, los proverbios y el lenguaje de los tiempos de las dinastías chinas más antiguas”: así describen el libro del Yijing, en la ejemplar edición de Atalanta, los autores Jordi Vilá y Albert Galvany, encargados del inmenso trabajo (en un sentido de esfuerzo, pero también de valor) de traducir, anotar y explicar el Yijing, o Libro de los cambios, junto con el valiosísimo añadido que supone el comentario heterodoxo de Wang Bi, confuciano y taoísta —en un mundo de confucianos o taoístas—, muerto, en la pura genialidad, a los veintitrés años. Compuestas hace más de treinta siglos, en el tiempo de los primeros soberanos Zhou, las páginas del Yijing abarcan todas las parcelas del conocimiento, y podría decirse que, también, de la conciencia humana: Wang Bi lo consideraba “el ensayo más audaz a la hora de afrontar la realidad en su totalidad.”
Según la tradición china, los trigramas del Yijing, en los que se sostiene el sistema completo de adivinación, fueron diseñados por el emperador mítico Fu Xi a partir de las marcas en el costado de un caballo-dragón que surgió de las aguas del río Amarillo. Los recogió en un libro carente de textos, apoyado solamente en las imágenes. Gracias a ellas —una combinación de líneas enteras (yang) y partidas (yin), agrupadas bajo el nombre de bagua (ocho trigramas)—, la “estructura interna de las cosas” se convierte en caligrafía interpretable. Fu Xi, que conocía la relación entre los asuntos del cielo y los hechos de la tierra, puso nombre a cada uno de esos trigramas (Qian, Kun, Zhen, Kan, Gen, Xun, Li, Dui), y los vinculó a un atributo (Cielo, Tierra, Trueno, Agua, Montaña, Viento, Fuego, Lago) que bastaba para describir su particular esencia. Todo ello constituido a partir de la “unidad gráfica más simple” dentro de un sistema “de complementariedad bipolar”: el yao, término que en su forma original —la grieta— se remonta históricamente a un método de adivinación sustentado en el fuego, y que en el Yijing designa “las líneas individuales de la figura llamada hexagrama”, formas fijas de las muescas que aparecían en las escápulas quemadas por los chamanes Shang para comunicarse con los dioses.
En Occidente, Richard Wilhelm se encargó de la primera edición completa del texto tras la clásica de James Legge (1899), que había hecho una traducción más o menos reluctante del “polvoriento mamotreto” y sus “grotescos emblemas”. La versión de Wilhelm apareció en 1967, con un prólogo de Carl Gustav Jung. En él, y siguiendo tentativamente los pasos de Wang Bi, Jung infería una relación de parentesco entre el Yijing y “el cosmos tal y como lo contempla el físico moderno”, y desde esa intuición consiguió aproximar el mundo de lo nanoscópico al de los “hechos microfísicos”: “Quienquiera haya inventado el Yijing”, escribió, “estaba convencido de que el hexagrama obtenido en un momento determinado coincidía con éste en su índole cualitativa, no menos que en la temporal. Para él, el hexagrama era el exponente del momento en que se lo extraía, por cuanto se entendía que el hexagrama era un indicador de la situación esencial que prevalecía en el momento en que se originaba”. Confiado en que “el hecho microfísico incluye al observador exactamente como la realidad subyacente del Yijing comprende las condiciones subjetivas de la situación del momento”, Jung entendía que los textos de los hexagramas obtenidos por el lanzador/observador equivalían “a una versión fiel de su estado psíquico”. Los útiles para la adivinación —las tres monedas o el manojo de ramitas de milenrama, cuyas diferentes técnicas se explican en el ilustrativo apéndice escrito por Jordi Vilá— establecían esa instantánea psíquica a partir de la cual se podía interpretar la cadena de acontecimientos futuros, obedeciendo a la norma de que todo cuanto sucedía en ese momento, incluido el lanzamiento de las monedas o las ramitas, “pertenecía a éste como parte indispensable del cuadro”. Su dibujo constituía así “la figura prototípica característica de ese instante”, susceptible de ser interpretada por medio de la glosa de los hexagramas.
Dicho de otro modo, Jung sitúa al lanzador de las tres monedas, o del manojo de milenrama, en un estado de coherencia “cuántica” en el que se hacen simultáneos todos los posibles sucesos a contar desde el lanzamiento. Pero son las tres monedas o las cincuenta varillas del manojo las que, una vez lanzadas sobre la mesa, deciden una respuesta que alcanza al futuro de un estado ya establecido en el presente. Respuesta que, naturalmente, precisa de una pregunta: el lanzador, pues, tendrá que dirigirse previamente al “ente animado” del Yijing para obtener la mejor información posible acerca de su destino, que habrá de variar “según la manera en que se formule la pregunta” (lo cual incluye no sólo la claridad y la concisión sino también la ceremoniosidad y el respeto). Soberano conocedor del microcosmos, Jung advierte, además, de que nuestra situación en el lanzamiento original no puede ser reconstruida, y que, por tanto, “en cada caso sólo hay una primera y única respuesta” (que puede ser verificada a través de los hechos ulteriores).
“Las líneas yao”, en palabras, nuevamente, de Jordi Vilá y Albert Galvany, “expresan la polaridad yin-yang en su nivel más elemental, en la forma de respuestas bipolares absolutas (sí/no)”. Pero todo comienza con el primer yao. A partir de esa primera línea solitaria —la viga que cimenta el edificio laberíntico de las posibilidades—, la imagen se desarrolla línea a línea, sostenida por la tensión de los contrarios, hasta establecerse en una forma final que, sin embargo, la precede, pues ya se encontraba previamente fijada como idea en el mundo de lo invisible. Reflejos de una vasta multitud de aconteceres que oscilan y se revuelven en el mar de las imágenes, nuestras vidas se construyen sobre períodos en constante transición, sorteando el nudo de las alternativas y definiéndose al fin como una cadena de hechos consumados que, en realidad, ya habrían tenido lugar en ese mundo de las ideas del que somos destello.
¿Libro filosófico, libro de adivinación? Como el caballo-dragón que Fu Xi vio surgir del río Amarillo, el fascinante Yijing es una cosa pero también es la otra. Nos permite, como explican los autores de esta edición, enfrentarnos a los acontecimientos “bien informados”, pero las respuestas que nos ofrecen dejan entrever a su vez una pregunta acerca del lugar que realmente ocupamos en el universo: ¿somos el resultado de vagar por una de las muchas vías prefijadas en la finitud de las variables, o no somos más que un corcho perdido sobre un mar de reflejos, que va tejiendo a tientas su propio destino mientras oscila “en el cuerpo unitario de las transformaciones”?
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Traducción y estudio: Jordi Vilá y Albert Galvany. Título: Yijing: El libro de los cambios (con el comentario de Wang Bi). Editorial: Atalanta (4ª edición, 2019). Venta: Amazon
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