Las novelas de aventuras son el puente levadizo que nos ha permitido a muchos lectores acceder al castillo de la alta literatura. Stevenson, Salgari, Verne o Dumas nos hicieron viajar al centro de la tierra, descubrir islas repletas de tesoros, tigres de Mompracén y mosqueteros solidarios que se partían el alma todos para uno, uno para todos.
Estas líneas visitan hoy Ruritania y no se sienten prisioneras en Zenda, sino libres entre mis compadres de la hermandad de los amantes de los libros. Decidí escribir La república de los ladrones con la idea de recuperar esa tradición hoy casi olvidada que pocos escritores cultivan. Y ya puestos a la faena de juntar palabras, recorriendo el mundo de la mano de un puñado de personajes tan simpáticos como golfos y canallas, tratar de actualizar el género añadiéndole elementos nuevos, la reflexión, la melancolía, historias desgarradoras que conviven con pasiones y amores sinceros, ciegos que ven mejor que nadie y chamanes que hacen vudú. Cada vez que publico un libro lo hago con dos preocupaciones y un objetivo final.
El oficio de fabulador es tan extraño como hermoso. Algunos bienintencionados —que necesitan gafas para ver de lejos— sostienen que es un mero entretenimiento, un pasatiempo agradable pero prescindible. Yo, en cambio, pienso que es la tarea más necesaria a la que se puede dedicar un ser humano, porque sin imaginación y sin sueños no somos más que animales de carga, condenados a vagar por un laberinto de tristeza y mediocridad.
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Autor: Natalio Grueso. Título: La república de los ladrones. Editorial: Almuzara. Venta: Amazon, Fnac y Casa del libro
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