El escritor uruguayo, y comunista, Enrique Amorim (1900-1960) supo definir mejor que nadie a Fernando Ortiz Echagüe (1892-1946). Le llamó “historiador del minuto”. Y esa fue, exactamente, la profesión del menor de los muy creativos hermanos Ortiz Echagüe. José triunfó como empresario, piloto y, sobre todo, fotógrafo. Y Antonio, como nada desdeñable pintor costumbrista. El futuro se mostró más injusto con el “historiador del minuto”, quien, al fin y al cabo, solo fue un buen periodista de su tiempo.
El año pasado, Ediciones Espuela de Plata le rescató del olvido con la publicación de Crónicas de la República y la Guerra Civil (Abril 1931 – Mayo 1939). El volumen recoge una selección, a cargo de Luis Salas González, de las crónicas publicadas por Fernando Ortiz Echagüe, corresponsal en París y frecuente enviado a España, en el muy influyente diario La Nación de Buenos Aires.
Cuando Ortiz Echagüe cubre los convulsos años treinta españoles y europeos, ya era un periodista reconocido. Había publicado dos antologías de sus artículos: Al Senegal en aeroplano (1927) y Pasajeros, correspondencia y carga (1928), que incluía crónicas sobre la Primera Guerra Mundial, así como entrevistas con personajes tan relevantes como los dictadores Miguel Primo de Rivera o Benito Mussolini.
“Un periodista moderno”
Este último libro fue prologado por el escritor, periodista y político socialista Luis Araquistain, quien al retratar a Ortiz Echagüe, logró una definición del buen informador: ”periodista moderno”, dotado de “instinto de actualidad”, con una “curiosidad siempre despierta, que no desdeña ningún matiz de información en la gama infinita de la vida”, todo ello complementado con “un tacto y un don de gentes exquisitos”.
El corresponsal de La Nación no se limitaba a escribir. Desde París, coordinó toda la información de Europa para su periódico y ofició de embajador de su cabecera. Contrató a grandes firmas españolas, como Pío Baroja, Chaves Nogales o Alcalá Zamora. Él mismo cuenta en una de sus crónicas cómo “el correo se ha llevado a Buenos Aires una serie de artículos exclusivos para La Nación”. El envío —apenas un mes después de estallar la guerra— incluía cuatro textos de Gregorio Marañón y tres del Conde de Romanones, el punto de vista republicano y el monárquico.
En el prólogo a esta edición, Marta Campomar —destacada especialista en Ortega— explica que Ortiz Echagüe “utiliza el medio de la prensa como vehículo documental irremplazable, permanente, de la historia cotidiana”, Y cita las palabras del mencionado Araquistain, para concluir que ese periodismo “constituye la esencia del género de las memorias y las biografías históricas”.
“Audaz, profesional y crítico”
La prologuista amplía y concreta la aportación del trabajo del corresponsal de La Nación: “La historia y los historiadores tienen una gran deuda con este periodismo audaz, profesional y crítico en que prevalece el hecho, ‘la cosa en sí misma’, como diría Ortega, sobre la emocionalidad parcial y la enmarañada selva de opiniones de una sociedad en permanente ebullición”.
El propio Ortiz Echagüe se refiere con frecuencia a sí mismo en sus artículos y repite continuamente su deseo de ser “cronista veraz”. Llega incluso a autodefinirse, casi de forma poética, como “un periodista capaz de contener la rienda de la fantasía”.
Una de las grandes ventajas de Ortiz Echagüe en España es su acceso a los protagonistas de la historia. Su visión privilegiada, en primera línea, se puede disfrutar, por ejemplo, en la descripción de un encuentro con Miguel Maura, entonces ministro de Gobernación:
“Anoche, después de cenar juntos, le acompañé al ministerio, en donde ha puesto una estrecha cama junto al hilo telefónico, tendido a las 49 provincias de España. Cada vibración del timbre es un gobernador –uno de los 49 brazos del ministro–, que le pregunta: ¿Qué hago?”.
Otro ejemplo. ¿Qué periodista no hubiera querido asistir a una reunión como ésta celebrada en el Pardo, en Madrid?:
“En la sobremesa de una comida inolvidable… con Miguel Maura, Ortega y Gasset y Marañón… razonaba cada cual su fe en la República”.
La lista de entrevistados por Ortiz Echagüe da fe de sus buenos contactos y de la importancia de su periódico, La Nación, para los políticos españoles: Manuel Azaña, Indalecio Prieto, José María Gil-Robles, Julián Besteiro, Joaquín Chapaprieta, Manuel Portela Valladares, Julio Álvarez del Vayo, Augusto Barcia, el conde de Romanones (líder monárquico). A ellos habría que sumar otras personalidades relevantes, toreros o cineastas, como Charles Chaplin, que le dejó este aforismo para enmarcar: “Ya que no podemos ser buenos, seamos por lo menos decentes”.
De la Monarquía a la República
Las crónicas de esta antología arrancan con la proclamación de la República. El periodista, bien relacionado, acompaña a Indalecio Prieto y Marcelino Domingo en su triunfante vuelta a España en tren desde su exilio parisino, incluso describe cómo se encierra con ellos en un vagón, “sustrayéndolos a los colegas internacionales que han invadido el tren”.
Al llegar a Madrid, se sorprende del precipitado cambio de régimen, tras unas elecciones municipales en las que “el resultado no habría sido el mismo si los españoles hubieran sospechado que iban a elegir entre Monarquía y República”. Con una sencillez exquisita describe el impulsivo cambio de régimen:
“No hubo ni siquiera transferencia de poderes; la República los recogió en la calle, que es donde los había abandonado la Monarquía”.
Ortiz Echagüe no repara en críticas a una institución tan decrépita como la monarquía española, que ha perdido el contacto con la realidad del país. Destaca el desprecio de Alfonso XIII por la gente de letras y cómo ignora, y hasta niega, el saludo, por sus ideas políticas, a autores como Azorín o Blasco Ibáñez, ya entonces un best seller mundial. Para rematarlo recurre a la cita de Ramón y Cajal: “El problema de España es un problema de cultura”. Empezando por el mismísimo rey, más preocupado de ser un buen sportsman que de la educación pública.
La “artillería” periodística
Pronto nota síntomas preocupantes en la recién nacida República, que recuerdan al viejo régimen:
“Hasta el maestro Ortega y Gasset, tildado de ser el teorizante del fascismo en España, con su Rebelión de las masas, han llegado los tiros más o menos certeros de la artillería periodística adicta al Gobierno”.
Denuncia la aparición de “esta nueva inquisición española tan severa en los delitos contra la fe marxista”. Y se queja amargamente de que, en ese ambiente, es difícil “dar con gente ecuánime que informe al periodista imparcialmente”.
Una de las grandes virtudes de Ortiz Echagüe es su facilidad para encontrar explicaciones sencillas para problemas complejos. Como muestra, sus análisis de la encarnizada lucha social en Andalucía.
“El obrero pretende pasar de un salto del ‘jornal de miseria’ a las quince pesetas diarias; el negocio del campo o el de la fábrica no da para tanto; se cierra el taller o se abandona el cortijo; gente a la calle, hambre, desesperación, anarquismo…”.
Llega a la conclusión de que “el obrero se encarece la vida a sí mismo” cuando deja en manos del Estado imponer al patrón el número de trabajadores que ha de contratar, aumentando así el gasto de la explotación.
Hay crónicas especialmente estremecedoras. Por ejemplo, la que recoge las amenazantes palabras de Largo Caballero, en el mitin fin de campaña de las elecciones de 1933, advirtiendo de qué sucedería en el caso de que ganaran las derechas:
“Los socialistas tendrán que saltar las fronteras de la ley. Quisiéramos triunfar dentro de la democracia burguesa, pero ellos serán responsables si obtenemos el triunfo por otros caminos”.
Socialismo “cruel y destructivo”
El periodista se ve en la obligación de explicar que…
“ese socialismo reformista que convive en Europa con los partidos burgueses, y comparte la tarea de gobernar en algunos países, no tiene nada que ver con el socialismo español, perseguidor, cruel y destructivo”.
En los comicios de 1933, efectivamente, ganaron las derechas y en 1934 se tomaron esos “otros caminos” de los que hablaba Largo Caballero. Ortiz Echagüe se refiere a los sucesos del 34 como una muestra del “terrorismo endémico español”, de un país que sufre recurrentes “ataques de epilepsia revolucionaria”.
“El cronista ha venido tantas veces a España para estos menesteres revolucionarios —escribe en unas de sus crónicas— que podría repetir anualmente con ligeras variantes su crónica de los pronunciamientos monárquicos o de las sediciones republicanas. Los elementos del drama son siempre los mismos: las extremas izquierdas, las clases conservadoras y el ejército”.
En cambio, no ve mucho futuro para el fascismo patrio:
“Es difícil…, que la llama fascista prenda en el suelo español porque no sería un solo haz sino muchos haces los que irían brotando. Tendríamos en oposición al fascismo castellano de camisa azul el fascismo catalán de camisa verde que ya apunta en los “escamots” de Las Ramblas”.
“El problema catalán”
Cuando Ortiz Echagüe disecciona la crisis en Cataluña, parece estar hablando de hoy mismo. Destaca como grandes problemas “la cuestión delicada de las sanciones” y la situación de los prisioneros del vapor Uruguay, donde están prisioneros Companys y sus ministros tras proclamar su independencia de la República española. Y añade, como elemento distorsionante, la decisiva implicación de la izquierda y la forma en que…
“la Alianza Obrera y comunistas y socialistas, que han adoptado la táctica separatista, soliviantan a las masas a la guerra civil en franca competencia con el Estat Catalá”.
Una vez más, el “historiador del minuto” ofrece claves para entender el presente, como esta descripción de la entrada triunfal en Barcelona de Companys en marzo del 36, su vuelta “del presidio al Gobierno”. Escribe:
“Cuando se ha visto una explosión de entusiasmo popular como la que acabo de presenciar en Barcelona, ya sabe uno a qué atenerse sobre la índole y la importancia del problema catalán. Es necesario descontar, desde luego, la especial aptitud de esta ciudad para organizar y mover a la muchedumbre para esos brillantes movimientos de masas a los que Cataluña es aficionada. Pero con todo resulta tremenda la desproporción ente la fuerza popular de esta ciudad y la debilidad del estado español allí en la Puerta del Sol”.
En sus crónicas de 1934, Ortiz Echagüe, ya vaticina lo que el lector del presente sabe que va a ocurrir. En su análisis, llega a la conclusión de que, tras el “golpe de octubre”, el ejército ha salido reforzado por haber salvado al Estado republicano:
“Las figuras de los generales Franco, Goded y Batet inspiran confianza a muchos españoles temerosos del porvenir de su patria. Los que quieran seguir de cerca los procesos de España deben tener los ojos puestos en el triunvirato militar”.
Una guerra “odiosa” y “estúpida”
Los temores se confirmaron y un golpe militar desembocó en lo que el periodista, en una ajustada definición, describió como “la guerra civil más odiosa que conocen los siglos, la más estúpida, la más inútil, la más ajena al sentimiento español”.
Le sorprende en París y, de inmediato, se traslada a Hendaya. Quiere acercarse, vivir la guerra sobre el terreno, como vivió la proclamación de la República. El 11 de agosto del 36 cree que es el momento de entrar en España y emprenda viaje a Zarauz para comprobar la situación del embajador argentino, al que la guerra le ha sorprendido allí de vacaciones. Se encuentra en el camino con la estrella del torero Marcial Lalanda y su cuadrilla, quienes le aconsejaron dar media vuelta.
Su explicación de lo sucedido rebosa sinceridad:
“Como no pertenezco a la categoría de los reporteros heroicos, cedí al consejo y deshice el camino español, patrullado por los milicianos y amenizado por el estruendo de los cañones”.
Seguir la guerra desde Hendaya no le impide seguir los acontecimientos a través de los testimonios de los que huyen. A través de los testigos, se hace eco de la alarmante situación en la retaguardia republicana: las bandas de malhechores campan a sus anchas y “las facciones andan a tiros; se ha perdido la dignidad revolucionaria”.
“El tenebroso cuadro de Barcelona”
Su descripción no puede ser más desoladora cuando relata los dramáticos sucesos de mayo del 37 en la capital catalana:
“Los socialistas matan a los fascistas; los comunistas matan a los socialistas; los anarquistas matan a los comunistas. Este es el tenebroso cuadro de Barcelona y, quizá, de muchas otras ciudades de España de las que no se sabe nada”.
Su aislamiento en Hendaya no le deja ver el frente, pero sí le permite contar los aspectos más pintorescos y absurdos de la guerra, como cuando el prefecto de los bajos Pirineos se ve obligado a “prohibir el alquiler de balcones en casas fronterizas y la instalación de telescopios para ver la guerra”.
Ortiz Echagüe describe cómo en Hendaya y alrededores…
“El comercio principal consiste en el transporte de curiosos en ómnibus hasta los lugares estratégicos; la venta de gemelos de campaña o el emplazamiento de telescopios más o menos potentes, a través de los cuales, haciendo cola, y mediante el pago de trois francs l’observation, pueden verse en estos días escenas de batalla y el resplandor de los obuses en las cumbres que dominan Irún”.
Y además:
“Se han improvisado bares y merenderos” y se venden “pedazos de metralla y balas más o menos auténticos. Souvenirs de guerre”.
Al opinar sobre sus colegas, deja caer alguna píldora cruel como esta:
“El comercio no tiene entrañas y los víveres disponibles en Hendaya, cuyos hoteles están abarrotados de periodistas comilones, se venden muy bien”.
El pacifismo “cobarde” de Europa
La visión de Ortiz Echagüe va mucho más allá de la guerra civil. Ofrece una visión mundial de los acontecimientos. Y no podía ser de otra manera, ya que la contienda española no hacía más que prologar un conflicto de dimensiones desconocidas.
Se muestra muy crítico con la postura de las grandes potencias con respecto a España. Habla de “la farsa de la no intervención”. Acusa a las democracias burguesas y a las dictaduras de que “en vez de separar a los contendientes se dedican a enzarzarlos”.
Él ya lo veía venir, La guerra ha acabado en España, pero la paz es sólo un espejismo. En mayo de 1939 viaja a Alemania. Se queda asombrado al comprobar que “en Berlín la mitad de los hombres va de uniforme y la otra mitad se desvive por tenerlo”. Cuando el día 22 presencia cómo Hitler y Mussolini sellan ante un millón de entusiastas la entente militar, el Pacto de Acero, sabe que la suerte está echada. La devastadora máquina de la guerra se pone de nuevo a funcionar en aquella “Europa pacifista hasta la cobardía”.
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Autor: Fernando Ortiz Echagüe. Título: Crónicas de la República y la Guerra Civil (abril de 1931 – mayo de 1939). Edición de Luis Sala González. Prólogo de Marta Campoamor. Ediciones Espuela de Plata, Colección España en armas. Editorial: Renacimiento. Venta: Amazon, Fnac y Casa del Libro
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