Las líneas del frente constituye uno de los grandes ensayos literarios de esta temporada. Miguel Martínez, profesor de Literatura española en la Universidad de Chicago, escribe una bella historia cultural de lo que él denomina «república soldadesca de las letras», estudiando cómo, durante la Edad Moderna, las estructuras e instituciones imperiales favorecieron y vehicularon una enorme cantidad de producción y traducción textual elaborada por los soldados que las servían. Incluso localiza en los lugares de impresión de las obras el rastro de los caminos que recorrían las tropas para desplazarse entre ciudades, moviéndose por los diversos frentes. Aquello que valía para hacer la guerra remaba a favor de esta literatura, que desafiaba al poder hasta el punto de integrarse en motines y rebeliones.
En esta épica de la pólvora, cuya forma dominante era la poesía narrativa en octavas, hallamos crítica social, denuncia de clase, contrarrelatos frente a la visión imperial, un nuevo reparto de lo sensible (de lo que es audible, visible…) y, en definitiva, una estructura de sentimiento que va del yo al nosotros; en ocasiones, cuenta Martínez, los altos mandos sabían que la lectoescritura podía ser una práctica subversiva, ya que, por un lado, permitía que los soldados leyeran críticas a sus penosas circunstancias, pero por otro abría la puerta a los motines a través de la difusión de mensajes incendiarios. El poeta brindaba las obras a sus compañeros de armas (compañeros que, por supuesto, disfrutaban de ellas). Aunque el grueso de la soldadesca tenía orígenes humildes, alejados de la clase noble, su tasa de alfabetización era alta si la comparamos con la de otros miembros de su misma clase. Por ejemplo, la tasa de alfabetización de las tropas de conquistadores españoles en América a principios del siglo XVI se colocaba, en la mayor parte de los casos, por encima del 70 %.
Encontramos poetas-soldado aquí y allá, que se las arreglan para, en condiciones precarias (sin papel o con restos, que ni pueden dar cabida a los ocho versos estróficos de una octava real), y si nos atenemos a sus palabras (a veces puestas en duda por la moderna historiografía, aunque, como en Ercilla, no hay motivo de peso, sostiene Martínez, para negar que redactara sus versos en los espacios de la guerra), robarle tiempo al esfuerzo bélico y componer sus poemas in situ, como ocurre con el propio Alonso de Ercilla, Pedro Cieza de León, Cristóbal Rodríguez Alva o Baltasar del Hierro. La materialidad del cuerpo y la materialidad del texto se hallaban en juego en plena guerra. Entonces, ser testigo cambia la geografía emocional, te lleva a implicarte afectivamente en la asunción de un papel. Verse cerca del fin, en continuo riesgo por la guerra, favorecía esta literatura, pues «dar testimonio y recordar mediante la escritura era una de las formas más sólidas de amistad militar que unía a la república de los soldados» (p. 123). De hecho, según Gombrich, los autores del Renacimiento creen que están recogiendo la figura central de los antiguos: el testigo ocular, aunque en el testigo ocular moderno la visión no se produce fuera de él —ni siquiera en los ojos, como en teorías de la visión pasadas—, sino que la imagen se forma en el alma y esto la dota de verosimilitud. Me vienen a la cabeza aquellos versos de Pedro Espinosa: «No dan pequeñas lides gran vitoria / descargaré en la pluma la memoria».
En Las líneas del frente hallamos, por tanto, una revisión y ampliación del Siglo de Oro a través de una poesía la mayor de las veces cruda, con pretensión realista, al despojar a la épica del remanente ficcional que la había caracterizado en la tradición. Así, se fue formando casi un género propio de esa república soldadesca de las letras. La aparición en los espacios de la guerra del arcabuz y la pólvora modificó por completo el paradigma, siendo esta el arma plebeya por antonomasia, utilizada para atizar a los nobles y a la antigua figura del caballero; el cambio fue tal que adquiere un importante papel en un texto de las resonancias del Orlando furioso. Saltando entre continentes y géneros literarios, escapando de la sociedad y reinsertándose en ella, Miguel Martínez rastrea las «vidas andariegas, trasegadas, que en muchas ocasiones hicieron del desarraigo y el acomodo una forma permanente de vivir y, así, alimentaron nuevas formas de escribir» (p. 9).
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Autor: Miguel Martínez. Título: Las líneas del frente. Traductora: Ana Useros. Editorial: Akal. Venta: Todostuslibros.
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