La retahíla es una figura literaria de tradición oral frecuente en el universo infantil. Se basa en la repetición y en el ritmo, y está vinculada con la canción, con el juego y con los ritos (sorteo, curaciones, conjuros…). El adulto que toma la mano del niño y dice: “Este fue por leña, este la cortó, este compró un huevo…” está recitando una retahíla. En esta ya se aprecia un fenómeno singular: su ocasional vinculación con elementos visuales: la aparición/desaparición de los dedos del niño. Ingredientes habituales de las retahílas son la simplicidad y la repetición (elementos que contribuyen a su fácil memorización). Las retahílas son piezas inolvidables. Pero otro elemento fundamental de ellas, además de este componente formal que contribuye a lo afectivo, es su dimensión estética: como género oral, tradicional, participa de una visión integral y alegre de la vida: el mundo se acumula de forma creciente y gozosa: lo bueno debe crecer y triunfar sobre lo malo.
Este se construye en dos niveles paralelos: a la izquierda, en página en blanco, van apareciendo los versos compuestos por Arnold Lobel, figura señera de la imaginación infantil del pasado siglo: “Esta es la rosa de mi jardín”, “Esta es la abeja que duerme en la rosa de mi jardín”, “Estas son las malvarrosas moradas que dan sombra a la abeja que duerme en la rosa de mi jardín”, “Estas son las caléndulas redondas y anaranjadas que están junto a las malvarrosas moradas que dan sombra a la abeja que duerme en la rosa de mi jardín”, etc. Mientras tanto, a la derecha van apareciendo los dibujos correspondientes (a modo de écfrasis en curso) de su esposa, la gran ilustradora Anita Lobel. El escenario del libro es sobrio y atemporal: una ventana de piedra rematada en arco. Ella da acceso a los elementos naturales del jardín, el cuerno de la abundancia botánico. Sobre ese escenario sencillo y ese doble nivel de palabra y dibujo se articula una sutil forma de hacer visible el crecimiento. Los elementos que irán sumándose (abeja, malvarrosas, caléndulas, zinnias, margaritas, campanillas, lirios, peonías, pensamientos, tulipanes, girasoles…) aparecen en la página par, en un recuadro en blanco y negro. Cuando se incorporan definitivamente a la página impar, aparecen en glorioso color, componiendo un entramado vertical, exuberante y abigarrado. Mientras los versos nuevos van creciendo sobre el verso anterior (de forma que en la cúspide aparece el último y en la base el que comenzó la serie), el jardín va creciendo por alejamiento, como si se abriera el plano. De esta forma, un escenario austero y clásico se vuelve alegre y dinámico, el crecimiento se hace palpable entre las manos.
Este es el gran logro de los Lobel, una inteligente transposición de lo oral a lo escrito. Para el final se reserva una sorpresa explosiva que permite la carcajada, como en la retahíla de los dedos de la que hablamos al comienzo. El libro concluye con el verso de partida y, con él, el nuevo recitado (eterno retorno) de la rosa de mi jardín. Había comenzado —no se dijo— con la dedicatoria que el matrimonio Lobel reservó para William Gray y para la pareja de este, James Marshall, uno de los más grandes autores de libros infantiles del siglo XX.
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Autor: Arnold y Anita Lobel. Título: La rosa de mi jardín. Editorial: Corimbo. Venta: Todostuslibros
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