Vaya por delante que las causas de nuestra última guerra civil son muchas, entrelazadas y complejas de explicar aquí. Pero uno de los golpes que ayudó a precipitar su caída fue un escándalo menor, relacionado con un juego de azar.
La ruleta (del francés roulette, literalmente “ruedita”) fue un invento (accidental) del matemático del siglo XVII Blaise Pascal, que trataba de construir una máquina de movimiento perpetuo, construyendo una rueda que giraba sin apenas rozamiento, aunque corre la leyenda de que el inventor (o al menos inspirador) fue el Diablo, pues si sumamos todos sus números, del 0 al 36, nos sale, precisamente, 666. Diabluras aparte, la probabilidad de que salga nuestro número es bastante baja: 1/37, o lo que es lo mismo, 2,7%.
Al parecer este porcentaje resultaba demasiado alto para David Strauss y su socio Joachim Perlowitz, que se propusieron, simplemente, inventar una ruleta controlada por la banca para estafar a los jugadores. Beneficios 100%, riesgo 0%.
En los años 30 no corrían buenos tiempos para la ruleta convencional. En muchas naciones europeas estaban prohibidos los juegos de azar. Por ello, el “Straperlo” (acrónimo de los apellidos de los dos socios) se patentó como “un juego de habilidad y cálculo mental, sin el factor azar”. Se trataba de una máquina electrónica con forma de ruleta pero de solo 13 números. Al mover la bola mediante electricidad a una velocidad constante, era posible para el jugador (al menos en teoría) calcular dónde se detendría. Y al no ser de azar, no se vulneraba la ley. Muy bonito y tal… si no fuera porque la Straperlo llevaba un botón oculto que permitía al croupier regular las ganancias, pues variaba la velocidad del motor eléctrico, desbaratando cualquier cálculo.
La decadente república de Weimar parecía el marco idóneo para presentar el nuevo invento, así que en 1933 la primera Straperlo empezó a funcionar en un hotel de Aquisgrán, pero el rápido ascenso al poder de Adolf Hitler y su furibundo antisemitismo asustaron a ambos socios (Strauss era judío, y hay fuentes que señalan que Perlowitz también), así que decidieron irse con su invento a tierras más propicias. Poco después ya funcionaban máquinas en tres casinos de los Países Bajos (Scheveningen, Zandvoort y Noordwijk) con una licencia temporal. Enterados de las irregularidades de las Straperlo, las autoridades neerlandesas no otorgaron la licencia definitiva y esperaron a que la temporal caducara. Entonces, la policía entró en los casinos y simplemente arrojó las máquinas por la ventana. Hubieran detenido a sus dueños por fraude, pero estos huyeron a tiempo.
Tras varias tentativas en Bélgica (Ostende) y Francia (Niza), en junio de 1934 llegaron a España. Allí encontraron terreno abonado para sus planes en el absolutamente corrupto Partido Radical. A través de Joan Pich i Pon (cabeza del partido en Cataluña y subsecretario de la marina civil) contactaron con el entonces delegado del ministerio de comunicaciones en la Compañía Telefónica Nacional de España, Aurelio Lerroux, sobrino del líder del Partido Radical, Alejandro Lerroux. Mediante lisonjas, promesas, sobornos y regalos (se cuenta que regalaron relojes de oro como quien reparte caramelos) lograron de la Dirección General de Seguridad una autorización provisional para el funcionamiento de la máquina Straperlo en el Gran Casino de San Sebastián. La máquina se puso en marcha la noche del 12 al 13 de septiembre de 1934… durante solo tres horas, antes de ser retirada ante las protestas (cada vez más agresivas) de los jugadores. ¿Qué sucedió? Quizá el croupier encargado de la máquina no entendió bien las instrucciones de funcionamiento de la misma, o quizá al dueño le pudo la codicia. Lo cierto es que en esas tres horas ningún jugador ganó ni una mísera peseta. Al día siguiente la policía retiró las máquinas.
Strauss y Perlowitz no fueron acusados de nada, al contrario que en Holanda, y se dispusieron a esperar tiempos mejores, o que al menos los ánimos se calmaran un poco. Tampoco tuvieron que esperar demasiado: el 4 de octubre de 1934 es nombrado presidente del consejo de ministros Alejandro Lerroux. Con la creciente influencia del Partido Radical no les es difícil conseguir que el Ministerio de la Gobernación comunique al Gobernador Civil de Baleares que se autoriza el uso de la máquina Straperlo en el Hotel Formentor de Pollensa a partir del 1 de diciembre. Esta vez fueron más cautos con su funcionamiento, que la estuvieron utilizando diez días, hasta que las quejas del diputado de la CEDA por Baleares Luis Zaforteza Villalonga provocaron su clausura.
Rota la sociedad, a David Strauss aún le quedaba un as en la manga: el chantaje. En la primavera de 1935 escribió desde La Haya a Alejandro Lerroux, solicitando 85.000 pesetas como “compensación económica” por las gestiones realizadas para el negocio de la Straperlo. Strauss afirmaba tener documentos comprometedores que salpicarían a Lerroux y todo su Partido Radical. Lerroux no aceptó el chantaje. Escándalos más grandes habían comprometido a su persona (y su partido) sin que tuvieran demasiadas consecuencias (como el turbio asunto Nombela-Tayá, por ejemplo). Pero el líder del Partido Radical no contó con el rencor que le profesaban sus enemigos políticos, ni con el poder de la prensa. Indalencio Prieto y Manuel Azaña se mostraron mucho más receptivos que él, e hicieron llegar los documentos de Strauss al presidente de la república, Niceto Alcalá Zamora, que a su vez ordenó que la Fiscalía del Estado estableciera la correspondiente denuncia ante el Tribunal Supremo.
El llamado “escándalo del estraperlo”, como lo llamaron los periódicos, estalló el 19 de octubre de 1935. Strauss declaró que Alejandro Lerroux estaba asociado al negocio, recibiendo un porcentaje de los beneficios. En concreto, Alejandro Lerroux recibiría el 25%, Juan Pich y Pon un 10%, y Aurelio Lerroux, Miguel Galante y el periodista Santiago Vinardell un 5%. Además, para asegurarse la cooperación del ministro de la Gobernación, Rafael Salazar Alonso, Pich i Pon se había comprometido a hacerle llegar un soborno de 100.000 pesetas, y otro soborno de 50.000 pesetas para el director general de Seguridad, José Valdivia y Garci-Borrón.
Lerroux dimitió en septiembre de ese mismo año (según el historiador Gabriel Jackson obligado por Alcalá-Zamora, aunque no hay pruebas documentales de ello). Se disolvieron las Cortes el 7 de enero de 1936, convocándose elecciones el 16 de febrero. En ellas el Partido Radical sufrió un descalabro completo (Alejandro Lerroux no llegó siquiera a ser diputado), ganando las elecciones una coalición de izquierdas, el Frente Popular.
Y eso inquietó a las élites, claro. Lerroux era revolucionario solo de boquilla, y tras sus encendidos discursos anticlericales era un hombre con el que se podía pactar (y pactaba: de hecho formó gobierno de coalición con la CEDA). En el Frente Popular había reformistas dispuestos a hacer bien las cosas, pero también elementos descontrolados, como Francisco Largo Caballero, que no ocultaba sus deseos de realizar una revolución comunista en España, a la manera de la sucedida en Rusia (de hecho, hizo una primera intentona en 1934, cuando la revuelta de Asturias). La Iglesia, los grandes financieros y empresarios, los aristócratas y los militares (sobre todo los africanistas), empezaron a conspirar, conscientes de que la mejor defensa es el ataque.
Y de esa ruleta nos quedó su nombre. “Estraperlo”, según la RAE, significa:
“Comercio ilegal de artículos intervenidos por el estado o sujetos a tasa.
Conjunto de artículos que son objeto de dicho comercio.
Chanchullo, intriga”.
Poca rigurosidad en el artículo. Ni los nombres de los inventores de la ruleta son correctos: Daniel Strauss y Jules Perel, no David Strauss y Joachin Perlowitz.
Este caso está perfectamente relatado hasta en sus últimos detalles en: «Historia del straperlo» (Una ruleta contra la República. El affaire del straperlo y sus protagonistas), obra de José Carlos García Rodríguez, con prólogo del hispanista Stanley G. Payne, editada por Almuzara en mayo de 2022.