La Historia está resultando ser un filón para los creadores. Ambienta películas y series que inundan las pantallas, el apasionante mundo de la recreación histórica cada vez encandila a más adeptos, el pintor de batallas Augusto Ferrer-Dalmau se consolida como el pintor más mediático del momento, y la novela histórica es el subgénero narrativo que lidera las ventas.
Pese a esta saturación, en la Literatura es difícil elegir una obra de calidad que contenga lo que se considera la clave del éxito: elección de una historia interesante, rigor histórico, eficacia narrativa, entretenimiento del lector y favor del público. Casi «ná», como dicen en el Sur.
Es habitual que el fenómeno musical one-hit wonder, (grupos que sólo llegan a tener un hit) sobrevuele también sobre los autores literarios que impactan con su debut. No vamos a dar nombres que están en la mente de todos, pero es relativamente frecuente que escritores que han triunfado con su primera novela no estén a la altura en su segunda obra. Algunos tienen suerte de que la inercia de la primera les mantenga en órbita y el resto simplemente caen “en el sueño de los justos”.
Este no es el caso de la autora extremeña Rafaela Cano (Campanario, 1960). Escritora indie, su obra primigenia, Los ojos de Dios, fue editada por la Diputación de Badajoz y alcanzó el éxito gracias al boca a boca y la recomendación en las redes. Su segunda novela histórica, de reciente publicación, La senda del rey, la supera en varios aspectos. Por ello, ha sido distinguida con el sello «talento caligrama» de su editorial.
El contexto: la expulsión de los moriscos
Existe abundante bibliografía sobre el tema. Siguen publicándose trabajos de investigación e incluso hace pocos años se descubrieron nuevas fuentes como los códices de Tombuctú o Argelia.
Historiográficamente, ha sido abordado tanto por clásicos como Henry Kamen, Domínguez Ortiz, Caro Baroja o Marañón como por modernos historiadores como Pérez Moreda, Riosalido, Abboud Haggar Soha y Díaz Esteban, que coordinados por este último ponen al día el estado de la cuestión en la obra Los moriscos: Una mirada de cuatro siglos después de su expulsión, de Editorial Actas,
Pero sin dejar de citar la novelita morisca de Cervantes contenida en el Quijote o el episodio del tendero Ricote y de su vuelta disfrazado al pueblo de Sancho, donde había enterrado su tesoro, puede decirse que es un tema muy poco tratado en la Literatura, aunque hace algún tiempo Ildefonso Falcones lo abordó en La mano de Fátima.
La palabra «morisco» designaba a los miles de musulmanes que se habían convertido al cristianismo tras la Conquista de Granada, y que en su mayor parte siguieron practicando el Islam en secreto.
Felipe II, temeroso de tener “el enemigo en casa” y que se aliaran con los otomanos para atacar la península, se propuso erradicar toda huella musulmana. Ello desató episodios de violencia. Todo culminaría en la rebelión de las Alpujarras, que ocasionaría la deportación y dispersión de los 80.000 moriscos granadinos por la Corona de Castilla. La novela se ubica en una villa de Extremadura, Magacela, uno de los lugares donde se estableció una de las comunidades.
Fue un hecho tan impactante que el propio Juan de Austria se lamentó: «Cuánta miseria humana… tanta gente… confusión y lloros de mujeres y niños». Richelieu, que no se caracterizaba precisamente por su sensibilidad, comentó que era «el acto más bárbaro de la historia del hombre».
La dispersión no fue la solución, pero no se instaría al forzoso destierro hasta el reinado de Felipe III. De nuevo, el problema era la creciente amenaza para la seguridad interna que suponían los moriscos, aunque en este reinado la conspiración involucraba al Rey de Francia, Enrique IV. Tampoco eran argumentos baladíes la presión demográfica musulmana y que la reputación católica de España en Europa pareciera tiznada por la presencia de falsos conversos, ya que tras más de un siglo transcurrido seguían practicando el Islam en la clandestinidad. Al fin, entre 1609-1610, un total de 300.000 moriscos son expulsados de las tierras en las que se habían asentado. Las consecuencias fueron graves en Aragón, por el descenso en la recaudación impositiva y la despoblación, que afectó a la agricultura, artesanado, comercio… En concreto, la producción de seda constituye un interesante apartado de la novela.
Para Castilla, la pérdida fue menor, si bien agravó su crisis poblacional, un problema crucial, sobre todo para el control y para la explotación del Nuevo Mundo, pero eso ya es otra historia.
Y este es precisamente el tema que ha elegido Rafaela Cano para su segunda novela, La senda del rey. Con hermosa portada del pintor de Historia Gabriel Puig, abre el relato en la villa de Magacela, actual provincia de Badajoz, con la publicación del bando de expulsión que obligaba a los moriscos a abandonar las tierras y viviendas que ocupaban.
Escenarios simultáneos
Lo que podría parecer una novela centrada en un espacio concreto, casi claustrofóbico, en una comunidad amenazada por una expulsión inminente, cambia de tornas y amplia horizontes a diversos escenarios muy alejados en tiempo y espacio. Apasionantes subtramas se desarrollan en la maravillosa y populosa Sevilla del XVI, una de las urbes más importantes del planeta, en la fascinante biblioteca de San Lorenzo de El Escorial, en el místico convento de las Clarisas en Peñafiel o en las exóticas ciudades de Berbería, Rabat y Marrakech.
En la obra, la autora va entremezclando con maestría personajes rigurosamente reales y ficticios, dejando de manifiesto una intensa labor de investigación y conocimiento de todas las ciudades que describe, sin que las licencias literarias la hagan apartarse un ápice del rigor histórico.
Destacan con brillantez personajes reales como el Sultán de Marruecos Muley Zaidan, que busca infructuosamente su valiosísima biblioteca, el regidor de la fortaleza de Magacela y sus esfuerzos ímprobos por detener la inminente expulsión, Fray Lucas de Alaejos, bibliotecario del Real monasterio de El Escorial o el secretario del sultán, el extremeño Ahmad Qasim, tan singular que parece inventado por la autora. Esos últimos protagonizan una de las tramas más interesantes e intrigantes de la obra: el misterio que encierran las pinturas de la biblioteca y el libro El Enchiridiom.
Junto a ellos, un abanico de personajes literarios en los que recae el corazón del relato, ficticios pero tremendamente verosímiles. Tramas y ambientes que se van entrecruzando y entretejiendo como en las novelas bizantinas del Renacimiento, en las que todo quedaba engarzado cual piezas de un rompecabezas.
Un interesante epílogo, marca de la casa, acaba ilustrando al lector sobre el devenir de todos los protagonistas y ampliará datos de los personajes históricos que sorprenderán a más de uno.
La senda del rey versus Los ojos de Dios
La senda del rey exhibe los grandes aciertos de su obra anterior, tanto lo que se refiere al lenguaje, perfectamente vertebrado, como a su dominio de modismos, sin resultar cargante, y no adolece de la machacona erudición que tanto lastra algunas novelas históricas, convirtiéndolas en plomizas.
También sigue sobresaliendo por su documentación histórica, que permite profundizar con rigor en la hondura del problema de la expulsión de los moriscos, describiendo a la vez de forma magistral, quizás con mayor desarrollo que en la obra anterior, tanto la vida diaria de las gentes populares como de los poderosos. Paisajes, términos, hábitos, ropajes, alimentos, costumbres, fisonomías urbanas, están perfectamente ensamblados en la época y en su tiempo, sin caer jamás en vocablos anacrónicos que solemos encontrar en novelas exitosas.
Otro de los grandes puntales de Los ojos de Dios se repite aquí: no cae en el presentismo histórico, pese a que el tema y las concomitancias de cierta islamofobia/islamofilia actual lo hacía “pintiparado” y aparezcan conceptos tan actuales como la convivencia en la multiculturalidad.
Como gran diferencia, se detecta una evolución en lo que concierne a la complejidad de la trama, aquí mucho más rica y con escenarios más trabajados —son espectaculares las descripciones de la corte del Sultán o la Biblioteca del Escorial—, dando como resultado una obra de mayor altura. Por ello, satisfará a un público muy amplio, tanto el que busca recrearse en un escenario singular y viajar en el tiempo como el que disfruta de una historia entretenida, no importe el tiempo y lugar. Y además es una novela —si nos permite decirlo la corrección política— mucho más femenina, con más espacio para las pasiones tormentosas y el auténtico amor, que tanto gusta sobre todo al perfil de lectora mujer de mediana edad…
Porque si tiene un valor añadido esta novela es su capacidad de “enganchar” al lector, de atraparlo y conseguir que su curiosidad le anime página tras página a ir hacia el final. Algo que para muchos es, ni más ni menos, el placer de la Literatura.
Probablemente, esta obra acabará engarzando a Rafaela Cano en la panoplia de escritores de novela histórica que en este siglo están liderando el género favorito de los fieles a la lectura. La senda del rey jalona la carrera de una autora que tiene los visos de dejar de ser “prometedora”, para convertirse en una realidad.
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