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La soledad de la urbe

La soledad de la urbe

No es un ensayo sobre la pandemia, aunque se respira como una presencia abrumadora que ha anulado los tiempos verbales: no sabemos qué es pasado, qué presente y qué futuro. Es un libro sobre la soledad humana dentro de unas ciudades cada vez más inhumanas en las que triunfó el dios del dinero, el tráfico, la especulación y el turismo de masas.

Nació hace dos años en Nueva York, cuando me atranqué en la capital de los averiados, como la define E. B. White en Esto es Nueva York. Me pareció la representación extrema de la urbe fría y dura a la que nos dirigíamos, una pasarela repleta de efectos especiales en la que no existen los pobres, los desahuciados, los tristes, los que padecen soledad, solo hay espacio para el glamur de los triunfadores.

"Pasamos de las conversaciones y los sonidos de la naturaleza a una mole vertical de cemento y asfalto"

Empezó como un proyecto de novela para reírme de mis taras y miedos, y acabó en lo que es, una reflexión sobre las soledades propias y ajenas que nos acechan: la de casa, la de la calle, la de viejo, la de los afectos. También es un recorrido por las ciudades caníbales, las ciudades laberinto, las silenciadas, las destruidas por la guerra o los terremotos. Hemos entregado los espacios amables, los barrios-pueblo, a la ciudad masificada. Pasamos de las conversaciones y los sonidos de la naturaleza a una mole vertical de cemento y asfalto poblada por millones de habitantes sin tiempo para saludarse.

Es un texto que, de alguna manera, conecta con Todos náufragos, tal vez mi mejor libro hasta ahora. Siempre me gustó la soledad elegida, la loneliness frente a solitud que nos aplasta como si fuera una pena carcelaria. Me eduqué en ella como defensa frente al abandono y la traición. Es una soledad egoísta de la que podría salir casi a capricho.

"Cada urbe esconde rutas de silencio, compañía y sorpresa. Mi Madrid se compone de muchas ciudades"

Cada urbe esconde rutas de silencio, compañía y sorpresa. Mi Madrid se compone de muchas ciudades. He añadido bares, parques, plazas, tiendas, librerías, ríos navegables, playas, olores y sabores ajenos hasta convertirla en un urbe única. Un día, debido a la edad o a que los demás se cansan de nuestras rarezas, deja de funcionar la puerta giratoria y quedamos atrapados en el personaje equivocado. Hay muchos en el perchero de Peter Sellers, pero no sabemos qué hay debajo de todos ellos, quiénes somos en realidad.

He escrito Las ciudades evanescentes sin un plan preconcebido, dejándome ir en busca de lo inesperado, y de algún tipo de reparación emocional. Me encanta esa libertad de navegación. Siempre me gustó viajar sin un plan concreto, sin un titular en la maleta, más allá de escuchar y contar. Después (de) un texto así llega la autoedición, un trabajo de ebanista, de renuncias, que da sentido y ritmo al texto. Debajo de la hojarasca hay un libro, decía António Lobo Antunes. Ser periodista me ayuda en esta tarea de separar lo esencial de lo accesorio.

Prefiero Copenhague a Los Ángeles, las bicicletas y los tranvías a los automóviles aparcados el 80% de su tiempo como un Ejército invasor sin nada que hacer en la ciudad ocupada. Madrid perdió sus bulevares para regalárselos a la segunda fila y al mal humor.

"Antes de la pandemia me gustaba abrazar a desconocidos. Ahora habrá que esperar detrás de una mascarilla que limita la transmisión de emociones"

Las ciudades evanescentes es una búsqueda constante de la pertenencia y del contacto. Antes de la pandemia me gustaba abrazar a desconocidos. Ahora habrá que esperar detrás de una mascarilla que limita la transmisión de emociones. Nos quedan los ojos.

En las ciudades se movían dos tipos de personas: los orejeros y los periféricos. Los segundos eran capaces de detectar presencias a su alrededor, dejar pasar a alguien más rápido o no cambiar de sentido de manera inesperada. Los periféricos son hoy una especie en extinción. Ganaron los orejeros, los que nunca miran, nunca saludan, nunca dan las gracias.

El libro es una crítica a nuestra sociedad líquida e intranscendente y un ejercicio de esperanza de que habremos aprendido la lección. La pandemia es un aviso. Habrá más virus mortales que salten de animales salvajes a humanos. Es nuestro sistema económico depredador lo que alienta su expansión y descontrol. Esto es solo un aperitivo de los efectos que tendrá la crisis climática. Sean pesimistas, es más seguro.

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Autor: Ramón Lobo. Título: Las ciudades evanescentes. Editorial: Península. Venta: Todostuslibros y Amazon

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