Solemos pensar que quienes consagran tiempo a la lectura, tarea consistente en consentir las palabras de los demás durante un rato, afrontan la experiencia de manera similar. Que la lectura nos salva, leer cualquier libro siempre es mejor que no leer ninguno y que es señal de inteligencia. Pero detengámonos un instante: hay quien subraya los libros y quien no, igual que existen quienes utilizan los marcapáginas canónicos y quienes se limitan a doblar la esquina de la página. Algunos leemos en el metro —y en la cafetería, y en el parque, y caminando por la calle—, otros solo antes de dormir. Están quienes amasan libros para acallar su bibliofilia y quienes seleccionan con precisión quirúrgica el próximo tomo. ¿No será que tipos de lectores hay tantos como personas pisan la Tierra? Y que solo nos une ese primer ejercicio de atención, «principal de las virtudes» para la filósofa francesa Simone Weil (1909-1943).
La escritora y editora alcalaína presenta una suerte de diario de lectura en tercera persona, abordado con un tono tan desenfadado como estudioso, y estructurado a través de trece capítulos cortos. La encargada de confesarse y confesarnos el vicio lector no es otra que la autora. Pero, para ello, se sirve de tantas cabezas como la Hidra de Lerna —Bulímica, Enfermiza, Sumisa, Somática y Amorosa—, arquetipos lectores en los que se ha llegado a identificar en función de la huella —o, más bien, la mella— que le dejan los libros que consume. Porque decíamos al principio que hay quien lee como si el mundo fuese a acabar mañana, quien lo sigue haciendo a costa de sí misma, quien se deja llevar por cada propuesta en forma de párrafo, quien busca el sujeto de cada oración y quien transmuta el vino en tinta.
Lo que hace Luna Miguel no es nada fácil. Semejante ejercicio de desnudez literaria requiere agallas, pero, sobre todo, precisa (re)conocerse a una misma aunque duela, habilidad al alcance de pocos. Porque este pequeño opúsculo no solo bulle con vivencias íntimas en torno a las relaciones amorosas, sexuales o de amistad de quien lo escribe, sino que también pugna por encontrarle sentido a una existencia entre páginas, donde James Joyce (1882-1941), Fiódor Dostoyevski (1821-1882), Susan Sontag (1933-2004), Virginia Woolf (1882-1941), Jean-Paul Sartre (1905-1980), Iris Murdoch (1919-1999), Ursula K. Le Guin (1929-2018) o la mencionada Weil, entre muchas otras personalidades literarias, alcanzan tal magnitud que pueden convertirse en extraños compañeros de cama, en enemigos irreconciliables, en paños de lágrimas, en epitafios proféticos o en declaración de intenciones. No contenta con tamaña orgía de influencias, la autora da cabida a pies de página que desafían la norma no escrita en cuanto a naturaleza y extensión de este recurso literario.
Decía el recientemente fallecido Roberto Calasso (1941-2021) que ordenar una biblioteca es un tema altamente metafísico, pero Luna Miguel escribe para demostrar lo contrario: la relación de dependencia entre un lector y sus libros puede que tenga más de carnal, lacerante e irracional que de ordenado ejercicio de pureza interpretativa. Y aquí es difícil no darle la razón a la autora. ¿Quién no ha dicho alguna vez aquello de «primero leamos los clásicos»? ¿Acaso no hemos caído acto seguido en las garras de la apetencia, de la necesidad, del consuelo que proporciona el olor de la lignina oxidando los libros viejos? Lo que está claro es que leer puede servir como antídoto contra la soledad y, con la misma intensidad, hacerte partícipe del inexorable paso del tiempo. Operar como bálsamo para las inseguridades y, sin pedir permiso ni perdón, alimentar nuestras más fútiles expectativas, crear anhelos desconocidos hasta entonces, dejarnos a merced de nuestras propias carencias.
De todo eso, y más, es de lo que Luna Miguel habla en este texto provocador que no pretende sentar cátedra, sino funcionar como testimonio vital de quien, llueva o nieve, se construye en torno al hecho literario. Al fin y al cabo, ya advertíamos que bibliotecas y formas de conducirlas hay tantas que no cabrían en el Aleph borgiano. En mi caso, a veces recuerdo las palabras del profesor Antonio Basanta (1953) en Leer contra la nada (Siruela, 2017): «La primera biblioteca que conocí en mi vida fue mi madre». Y, ahora que ella ya no está, pienso en cuánto han cambiado aquellos anaqueles.
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Autora: Luna Miguel. Título: Leer mata. Editorial: La Caja Books. Venta: Todos tus libros, Amazon, Fnac y Casa del Libro.
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