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La tanda de penaltis

La tanda de penaltis

Aunque se trata de uno de los títulos más sugestivos de la historia de la literatura, El miedo del portero al penalti es un miedo más que discutible. Peter Handke llamó así a su breve novela de 1970, protagonizada por Bloch, un portero de fútbol jubilado. Sólo pasados muchos años desde que leí el libro me he dado cuenta de que los porteros no tienen miedo al penalti, lo único que temen es la “cantada”. Ser portero, como trataré de explicar en estas líneas, es principalmente una condición heroica.

De hecho, debemos al traductor al castellano ese cliché fabuloso, pues en su alemán original el libro transita un concepto más distinguido, de larga tradición en la literatura en esa lengua: Angst, que podríamos traducir como angustia o ansiedad, un malestar sin duda coqueto, genérico, extenso, pero muy alejado del miedo puntualísimo que creemos que tiene un portero a un penalti.

El miedo al penalti, en realidad, recae sobre quien lo lanza, particularmente en esas ordalías deportivas contemporáneas que son las tandas de penaltis.

"Un portero sólo tiene una posibilidad de parar un penalti, y es que el lanzador lo tire mal. Es tan fácil meter gol de penalti que habitualmente se falla"

Ya saben, acaba el partido en empate y, siendo una eliminatoria de un Mundial o de una Eurocopa, pasada la inane prórroga, se llega a la fórmula fatal de la victoria: cinco penaltis cada uno.

Esta suerte, este epílogo letal, ese coletazo de las energías devastadas de los jugadores me apasiona. Parece que se oficializó entre los años 60 y 70, que varios se disputan su invención, que algunos creen que no es fútbol y proponen nuevas formas de ungir al vencedor, que otros ven necesario variar los lanzamientos alternos para limar la mínima ventaja que tiene el equipo que inicia la tanda. De momento, es lo que tenemos: un drama griego en pantalón corto.

Lo importante de la tanda de penaltis es que debería ser una masacre. Un portero sólo tiene una posibilidad de parar un penalti, y es que el lanzador lo tire mal. Es tan fácil meter gol de penalti que habitualmente se falla. Cuando se tira un penalti, la portería está vacía. El portero es un error del tirador, del delantero o del central que golpeó la pelota en la pesadilla de que en efecto había bajo los palos un señor que podía impedir que tocara la red, cosa prácticamente imposible. No hay nadie que pueda impedir que el balón toque la red en un penalti.

Esto quiere decir que la tanda de penaltis es lo mejor que le puede pasar a un portero. El portero no es nadie, e incluso si realiza paradas de mérito durante el partido, su figura resulta ninguneada por defecto. Si el mejor jugador del equipo fue el portero significa que el equipo jugó muy mal. Lo sabe todo el mundo.

"El fallo se produce por eso mismo, por el vértigo de la facilidad. Fallar es impensable, y muy inconveniente"

Por ello, la tanda de penaltis no consiste —como puede parecer— en cinco o más jugadores de un equipo que fusilan sin piedad al portero del equipo rival, de modo que el portero sea una especie de mártir o ser acosado y humillado, al que van a meter varios goles en cuestión de minutos. Es al revés. El portero espera pacientemente su heroicidad, mientras que los lanzadores son condenados, penitentes, alumnos castigados contra la pared o contra el encerado, en la obligación de hacer una cosa muy simple, una suma fácil o una prueba de ortografía básica, a la vista de todo el planeta. ¿Cómo no vas a poner la B a “burro”? ¿Cómo vas a fallar un penalti, majo?

Son profesionales, patean balones cada día, han hecho grandes cosas con el balón, ahora sólo tienen que empujarlo desde once metros de distancia entre tres palos que encierran casi dieciocho metros cuadrados de aire. Hay un tipo ahí haciendo el tonto a ver si te lo para. Un tipo que no tiene ninguna posibilidad.

El fallo se produce por eso mismo, por el vértigo de la facilidad. Fallar es impensable, y muy inconveniente. Pierdes el Mundial, la Eurocopa, la semifinal del Mundial o de la Eurocopa, el respeto del mundo entero que te mira en el campo y por televisión, que volverá a tu error mañana, en YouTube. Meter el penalti no te aporta nada si eres buen jugador, si eres famoso, cuánto más famoso eres menos ganas tirando penaltis. Los penaltis van en contra de los mejores jugadores, que son los que más notan la presunción mundial de que no fallarán nunca. Por eso fallan bastante.

"El gran momento de la tanda de penaltis es cuando el lanzador se dirige hacia el punto de cal. Es el momento en el que no parece pasar nada"

Los penaltis los deberían tirar los peores jugadores de cara al gol, los defensas, los porteros, los suplentes, el que no quiere jugar y ve el partido chateando con su novia. El gol les queda tan lejos que la experiencia es única para ellos, meter gol, ser héroe, ocupar por primera vez un titular del Marca. Pero normalmente los cinco elegidos son los cinco jugadores más famosos, más populares, más premiados del equipo.

El primero que tira es el que lo tiene más fácil. Carga solamente con la pesada piedra de su sola responsabilidad. Luego el segundo carga dos piedras, el tercero tres, el cuarto cuatro y el quinto es Atlas, el mundo entero pesa sobre sus hombros; al menos, un país entero. Y entonces falla.

Lo fatal de la tanda de penaltis es que alguien tiene que fallar. Aunque se tiren penaltis durante toda la noche, cincuenta o doscientos penaltis, al final alguien fallará aunque sea sólo por aburrimiento, cansancio o despiste. Lo increíble es que normalmente valgan cinco intentos por equipo para que en un equipo halla más fallos que en el otro. ¿Y por qué son cinco penaltis, y no seis? ¿O diez, uno por cada jugador de campo, de modo que dé tiempo a un equipo a recuperarse de un par de errores, que, ahora, según está establecida la cosa, son condenatorios?

El gran momento de la tanda de penaltis es cuando el lanzador se dirige hacia el punto de cal. Es el momento en el que no parece pasar nada. El árbitro le da el balón, el jugador lo coloca, el portero hace tonterías para despistar, o no hace nada, que también despista. El lanzador trata de no mirar al portero hasta que ha colocado como le gusta el balón en el césped. Entonces respira. Esa respiración es importante. Mira al árbitro. El árbitro pita, y pitando abre una eternidad de dos o tres segundos. Todo queda decidido en dos o tres segundos.

He notado que los jugadores que fallan se abalanzan sobre la pelota nada más oír el pitido (le pasó a Mbappé contra Suiza, estos días), y que los que respiran otra vez y se toman algún tiempo (nada, un segundo y medio) antes de dar el primer paso no suelen errar el tiro. Ahí sí nos valdría la palabra alemana, Angst, ansiedad. Ir a tirar enseguida muestra las ganas que tiene el jugador de apartarse de los focos, de quitarse todo eso de encima. Esas ansias son letales.

"El portero, mientras, espera. Todo esto le da igual, pues sólo aguarda a que le toque la lotería"

El penalti se puede tirar de muchas maneras, y esas maneras podrían, de alguna forma, definir modelos humanos. Se puede tirar fuerte y al centro, con el peligro de que no vaya siquiera entre los tres palos, pero a sabiendas de que es la fórmula más segura. Se puede tirar por la escuadra; ajustado a la cepa del palo; a lo Panenka. Si eres diestro, debes elegir entre el movimiento natural, que impulsará la pelota a la derecha del portero, en tiro cruzado, o el gesto más artificioso de buscar su izquierda —y si eres zurdo, lo mismo, pero al revés—. El portero, mientras, espera. Todo esto le da igual, pues sólo aguarda a que le toque la lotería. Es un poco ridículo hablar de “estudiar a los rivales” porque un portero simplemente sepa que Ronaldo tira los penaltis sobre todo por la derecha.

Uno de los momentos más geniales de la historia de las tandas de penaltis se produjo en el Mundial de Brasil, cuando Van Gaal, llegados los minutos finales de la prórroga, cambió al portero. Yo nunca lo había visto: cambiar al portero cuando llegan los penaltis decisivos. El portero que entró en el campo era el “experto en penaltis”, según dijeron los locutores, aunque ahora mismo no sé cómo podían conocer ese dato. Pero era lo importante, que por el cambio mismo todos supusieran que el portero que salía era un “experto en penaltis”. Seguramente era un portero como cualquier otro.

Holanda, el equipo de Van Gaal, pasó de ronda, precisamente gracias a su portero especialista en detener penaltis. Los rivales se vieron sorprendidos, no por la pericia en ese lance del portero que acababa de entrar en el campo, sino por la propia noción de que ese portero era especial. El portero que abandonó el campo fue el gran perdedor, sin embargo. La tanda de penaltis era su momento, su épica, su caramelo, su billete de lotería. Podía parar los mismos penaltis que fuera a parar el, así llamado, “experto en penaltis”. Seguro. El problema era que los jugadores rivales no lo sabían.

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