En 2002 la banda de folk-rock Wilco, natural de Chicago, editaba el disco Yankee Hotel Foxtrot, de legendaria portada: el apabullante plano contrapicado de las Marina City Towers, de 65 plantas, levantadas en 1964 a orillas del río de esa misma ciudad. La propia esencia de esas torres parece un collage conceptualmente imposible: dos mazorcas de maíz del midwest americano fraguadas en hormigón, bautizadas con un nombre que recuerda a un puerto deportivo de Florida, y todo ello plantado en la meteorológicamente hostil ciudad de Chicago. Pero quizá lo más interesante de las Marina City Towers sea ese bizarro gusto por la duplicidad –tan borgiano y norteamericano al mismo tiempo–, o mejor dicho, ese gusto por la imposibilidad de la duplicidad, pues aunque ambas mazorcas sean formalmente idénticas se diferencian en tantos diminutos detalles que el sumatorio de éstos arroja torres totalmente disímiles: distinto es el sonido del motor de los ascensores de cada una, distintas son las pequeñas imperfecciones en el hormigón, el hall de una torre tiene el suelo ligeramente más oscuro que la otra, etcétera. Pero bastaría decir que en cada torre habitan diferentes personas para confirmar que las torres no son iguales.
Yankee Hotel Foxtrot, las torres del Ser y el EstarRecuerda todo esto a esos idiomas en los que una sola palabra puede designar dos cosas. Por ejemplo el verbo to be, que tanto alude al ser como al estar. Y es que el ser remite a algo esencial, inamovible, casi metafísico, y el estar es cambiante, un día se está en un lugar y otro día se está en otro, lo cual por una parte inyecta dinamismo pero también origina múltiples confrontaciones entre viajeros de tan dispersa cartografía. El caso es que siempre que veo la cubierta de Yankee Hotel Foxtrot pienso que una es la Torre del Ser y otra es la Torre del Estar. Y pienso que transforman el mito bíblico para decirnos que no existió una Torre de Babel sino dos: la Torre de Babel del Ser y la Torre de Babel del Estar. En efecto, en la Torre de Babel del Ser todos los habitantes hablan por fin la misma lengua, de modo que son felices, muy felices, pero a cambio en esa torre nada ocurre, no hay evolución, el tiempo es puro estatismo. Por el contrario, en la Torre de Babel del Estar habitan los humanos que no se entienden entre sí pues sus lenguas también están mezcladas, lo que da lugar a toda clase de pleitos, luchas y maledicencias; la ventaja es que esta torre se halla en continua evolución.
Es algo así como la estéril y eterna lucha entre la novela bestsellerista y la novela que podemos llamar “literaria” o de creación. En efecto, la novela bestsellerista parece habitar en la Torre de Babel del Ser, todos allí tienen muy claro qué está bien y qué está mal, todos hablan el mismo idioma, nunca se pelean, y si lo hacen es por cuestiones menores que en nada afectan a la gloria futura ni a la esencia de las palabras, sino a cuestiones menores como por ejemplo tal o cual suma de dinero, lo cual llegado el caso será resueltamente dirimido por un Juzgado de lo Mercantil y aquí paz y martinis y después gloria. Pero en la Torre de Babel del Estar habita la novela de creación, donde todo son líos: la calefacción y la red eléctrica son animadas por los combustibles de la continua confusión y el malentendido, y los porteros y la cuadrilla de mantenimiento se valen de una peculiar caja de herramientas: chismes y cizañas que versan acerca de quién usa mejor el idioma, quién se sacrifica por el bien común o quién escribe para cambiar el curso de la Historia.
Pero no todo es tan fácil porque, en realidad, los habitantes de la Torre de Babel del Estar miran a los vecinos de la Torre de Babel del Ser con la envidia de quien ve que esos apartamentos son visitados por miles de lectores que además de pagar por ello consolidan el ego de los escritores, y por su parte los habitantes de la Torre de Babel del Ser miran de vez en cuando por la ventana a la torre hermana y sienten envidia de esos libros que algún día serán consignados como revolucionarios en las páginas de las enciclopedias y de la wikipedia incluso, aunque nadie los haya comprado jamás.
Ahora bien, en el parking subterráneo los coches de ambas torres se juntan, y ahí sí que la guerra es a sangre y fuego. No se sorprendan si les digo que tal parking subterráneo es la poesía, y que esa lucha es más de lo que una mente estándar puede llegar a comprender, de modo que no vamos a hablar de ello (o en todo caso hablaremos de ello otro día).
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