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La última vez que

La última vez que

Yo cuando me enamoro no sé andar, te confesó una vez tu amiga Coloma Fernández Armero. A ti, y mira que eres de buen comer, se te encoge el estómago.

No comisteis nunca demasiado, la verdad. Eso para los gourmets, exclamabas. Vosotros, a beber cervezas como roqueros y a besaros como adolescentes.

Vuestras almas se habían encontrado tras tanto vagar por ahí, te decía ella. Teníais tanto que perder que lo podíais ganar todo, le decías tú.

"No fue un amor instantáneo, pero sí un reconocimiento instantáneo"

Porque parecía que os conocíais de toda la vida, aunque os acabarais de encontrar. No fue un amor instantáneo, pero sí un reconocimiento instantáneo.

Hasta que le hablaste de la Teoría de las 4 C, que explica que la suma de la Cabeza, el Cuerpo, el Corazón y la Circunstancia dan como resultado una relación perfecta. No había ninguna duda con las tres primeras, pero ay con la cuarta, ese invitado con derecho a admisión que se presenta cuando menos te lo esperas.

Porque reconoce que estos días deberían llevar libros de instrucciones: ¿cuándo realmente terminan las cosas que se acaban? Te dicen que terminar con una persona cuesta más que dejar el alcohol, pero no hay mayor dependencia que tener a alguien a tu lado o, al menos, sentir que está ahí, en tu realidad o, incluso, en tu pantalla.

"Te sientes Pessoa cuando decía que llegaba a Lisboa, pero a ninguna conclusión"

“Se fue, pero qué forma de quedarse”, leíste en Instagram. El algoritmo te invita a abrir una aplicación que ayuda a domesticar a la dopamina, pero tú, adicto pero incrédulo y torpe con la tecnología, no te crees ni te descargas nada.

Te sientes Pessoa cuando decía que llegaba a Lisboa, pero a ninguna conclusión. Cada viaje es una huida, cada regreso una derrota. Te engañas a ti mismo —corres, meditas, entras, sales, trabajas, viajas, huyes—, pero al final del día llega la noche. Porque al final del día llega, irremediable, la noche. “Y joder, qué guarrada sin ti”, como diría Robe.

La última vez que caíste enfermo dijo que vendría a prepararte una sopa, pero que tenía al técnico del gas en casa. ¡Maldito técnico!

La última vez que te cortaste el pelo le mandaste una foto para que te dijera si te veía guapo —y te dijo que lo estabas—. Mañana tienes cita en la peluquería y sabes —lo sabes, no eres nuevo en esto— a quien no debes mandarle tu foto.

La última vez que fuiste al cine la llamaste para contarle la peli.

La última vez que la besaste se le volvió a caer el pendiente.

La última vez que la hiciste reír le propusiste fugaros, aunque fuera a Majadahonda. ¿A Majadahonda?

La última vez que la viste le regalaste el libro que más veces has regalado: El olvido que seremos. Toma presagio, Héctor, toma olvido.

La última vez que puso la alarma en el móvil desactivó el geolocalizador y te besó con el freno de mano puesto.

La última vez que la llamaste, aunque no quería hablar.

La última vez que te dijo que no pasaba nada, cuando todo estaba pasando.

La última vez que bebes tanto a solas: te dijiste al día siguiente.

La última vez que escribes sobre ella: escribes ahora, engañándote siempre.

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