La última vez que Pedro Almodóvar habló de cine fue en 1995. Acababa de estrenar La flor de mi secreto, y comentaba un plano en el que Imanol Arias y Marisa Paredes se daban un beso. El beso lo filmó reflejado en uno de esos espejos cuadriculados, donde los acanalamientos seccionan la imagen reflejada. Con esto quería sugerir al espectador —según explicó— la crisis que vivía ese matrimonio. A mí esto del espejo me parece más interesante que lo que dice ahora.
En Venecia, por ejemplo, presentó La habitación de al lado, y dijo que él hacía esa película “contra los discursos de odio”. Textualmente: “Mi película es la respuesta a los discursos de odio que estamos oyendo cada día, al menos en España, y yo creo que en todo el mundo. Es exactamente lo opuesto a estos”. En la sinopsis de La habitación de al lado leemos: “Ingrid y Martha fueron muy amigas en su juventud. Ambas trabajaban en la misma revista, pero Ingrid acabó convertida en novelista de autoficción y Martha en reportera de guerra. Las circunstancias de la vida las separaron y, después de muchos años sin tener contacto, vuelven a encontrarse en una situación extrema, pero extrañamente dulce.” No sé cuántos discursos de odio vamos a derrotar con una trama así, sinceramente.
Diríamos que Almódovar siempre hace su peli contra Franco, pero Franco no sale. Te lo tienes que imaginar.
Creo que esta película va de eutanasia.
Tirando por elevación, es verdad que puedes llegar a Franco, a México, a Nacho Cano, a Vox, a lo que te dé la gana porque has hecho una película sobre cualquier cosa. Pero, así de primeras, no parece que Almódovar al filmar La habitación de al lado tuviera en cuenta algo más que lo de poner muchos colorines en cada plano. (Nota bene: lo que le falta a Almodóvar es una película no-Almodóvar, una sin bolsos rojos chillones, sin sofás rojos chillones, sin platos de color verde chillón. Como idea.)
Cuando Almodóvar estrena una película, de la película ya no tiene nada interesante que decir, pero de la actualidad sí tiene una cosa que decir, que además es siempre la misma: yo.
Yo, Almodóvar, me enfrento al mal absoluto, que hoy os resumo en lo que sea que ha salido en portada de El País durante la última semana. Ese es un poco su rollo. Es agotador.
Se da aquí una circunstancia comunicativa singular, pues el emisor y el receptor no envían sus mensajes por el mismo sendero. La prensa le pregunta sobre su cine y Almodóvar contesta sobre actualidad política. Como nadie le ha preguntado por eso, nadie le lleva la contraria. Por ello, sus declaraciones tienen esa irritante modulación pastoral. Cuando a Almodóvar se le pregunta por Almodóvar, es verdad que nadie puede replicar nada, pues si de algo sabrá Almodóvar es de Almodóvar. ¿Por qué decidiste adaptar el libro de Sigrid Nunez? Sólo el sabe por qué, y nos lo dice, y recogemos esa información como única e intransferible. Es, en fin, la verdad.
Pero cuando Almodóvar habla de inmigración, odio o guerras en el mundo, eso que dice no es la verdad. Es sólo la opinión de un señor. Sin embargo, aupado en el púlpito construido para que nos hable de sí mismo, aprovecha para hablar, con idéntica prosopopeya, de lo que sea. Y sus simplezas y juicios generales y ocurrencias acuáticas son recibidas como palabras sabias, el oráculo de Delfos, la Crítica de la razón pura.
No, se trata de una opinión desinformada y banal, sin fondo ni sustancia.
La gente del cine, con las excepciones que quieran, no es particularmente culta ni compleja. Desde luego, no lo son los actores. Sin embargo, sonroja el atrevimiento y la iluminación con la que dicen cosas como: “La sanidad pública es imprescindible”, o: “Hay que pagar impuestos”. ¡Ya lo sabemos! Pero pasa que todo es mucho más complicado, amigos cineastas, y lleno de conflictos, contradicciones, egoísmos, dejaciones e injusticias. Como sabrían si se dieran cuenta de que ellos mismos acuden a la Clínica Ruber y tienen dinero en Panamá.
Veamos esta declaración del director: “Lo peor que le puede ocurrir a una sociedad es que la ultraderecha se encuentre con el liberalismo más salvaje”. Es como una idea que ha tenido, así a lo tonto. Lo peor que le puede pasar a una sociedad es que la gente se muera de hambre. Lo segundo peor es que, no muriendo se hambre, carezca de libertad… Así podemos seguir hasta no encontrar nunca que lo peor que pueda pasarnos es que “la ultraderecha” maride con “el liberalismo más salvaje”. ¿Podría explicar Almodóvar qué entiende por ultraderecha y qué, por liberalismo salvaje? ¿Cuántos ensayos sobre liberalismo ha leído, cuántos sobre la diferencia entre fascismo, nazismo, estalinismo, falangismo, nacionalismo, patriotismo, conservadurismo y populismo? Todo es a granel, con trazo grueso, como de niños pintando a sus padres con las ceras recién compradas.
Otra frase del mismo tenor: “A la ultraderecha no le importa el país que va a dejar a sus hijos”. A la ultraderecha no sé, pero a Pedro Sánchez no le importa lo más mínimo el país que va a dejar a nuestros hijos cuando toda su ejecutoria política consiste en ceder a las minorías que le son necesarias para gobernar cualquier cosa que le pidan y que perjudique a la mayoría, particularmente a los más pobres y débiles. No sé si alguien le ha explicado a Almodóvar lo del cupo catalán.
Lejos de atisbar que Pedro Sánchez no está moldeando el país en función de unos ideales y creencias (lo que sería totalmente legítimo), sino a caballo de la pura desesperación por seguir en el poder, de modo que se ve obligado a asumir los ideales y creencias del adversario (muchos de los cuales él mismo negaba o combatía meses antes de empezar a defenderlos), lejos de todo esto, digo, Pedro Almodóvar le pone ojitos al presidente y reconoce que, a fin de cuentas, es muy guapo, y, por tanto, lo estará haciendo todo bien.
Yo creo que si algo te permite el éxito en el mundo del espectáculo es tener quince años durante toda la vida.
Quince años como mucho.
Da la risa ver moralizando a un pájaro como Alberto Olmos. Y el caso es que tiene razón en que gente como Almodóvar (o como Almudena Grandes, Juan José Millás, Manuel Rivas y algún otro) llevan luchando contra el franquismo desde allá por 1980… En el fondo, Olmos y cualquiera de esos son dos caras de la misma moneda.
Podrías fundamentar eso que acabas de decir?
Me ha gustado y divertido esta columna, que cambiando nombres podría aplicarse a mucha gente, e incluso dándole la vuelta política podría cubrir a casi toda la población. La lástima es que los aludidos no lo leerán, y en cualquier caso no habrá autocrítica alguna (“pues tiene razón el señor Olmos, voy a hablar de lo que yo hago bien y dejar de dar opiniones simplonas que nadie me ha pedido”). Eso sí, don Alberto acaba de rellenar el formulario para entrar en el club que está montado el “comité contra la desinformación”, justo después de “The Economist”.
En el Index Almodovarionum sale Boyero, entra Olmos
Fantástico.