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La única manera de no sufrir

La única manera de no sufrir

Todo tiene su principio. Hace unos días se subastaba, por un pastizal, la servilleta de bar en donde quedó plasmada la firma del primer contrato de Messi con el Fútbol Club Barcelona hace ya unos cuantos años, en un tiempo de vino y rosas para los culés. Empeñados en ser felices, que también posee, como luego se verá, un cierto aire futbolero, fue un título que se fraguó, como no podía ser de otro modo, tratándose de Miguel Munárriz, en un restaurante de la Judería de Vejer: cuando, a los postres, sirvieron los quesos, que a Augusto Monterroso le encantaban, este “soltó, en un arranque de efusividad poco frecuente en él: «Estamos empeñados en ser felices». Otro de los comensales, David Trías, muy al tanto de lo que allí sucedía, apostilló de inmediato: “Ya tienes el título”.

Así, de ese modo tan simpático, echa a andar una obra sobre lo vivido y soñado, pero que, también, tiene algo de novela, que Munárriz, en plan muy galdosiano, llevaba a cuestas hasta que ha decidido ponerlo todo por escrito y, con harta generosidad, compartirlo con sus muchos lectores.

Se trata de un libro repleto de nombres y de títulos. Pero en donde no estorban ni producen mareo ni los unos ni los otros. Están los amigos —algunos muy especiales, como Ángel González o Luis Eduardo Aute—, los conocidos y los saludados, que diría Pla. Y, asimismo, los menos allegados; es decir, esos con los que el autor de estas páginas discrepa de manera elegante y refinada, siguiendo al pie de la letra la consigna de Oscar Wilde, que recomendaba perdonar al enemigo, “porque no hay cosa que le enfurezca más”.

Por estas páginas, decía, escritas con una soltura encomiable y con una prosa limpia y fluida, donde se aprecia que Munárriz es, ante todo, un privilegiado lector, un gran intérprete y un avispado crítico que sabe llegar hasta las tripas de una obra, desfilan, entre otros muchos, personajes de tanta relevancia como Bioy Casares, Pere Gimferrer, Carmen Martín Gaite, Julio Ramón Ribeyro, Sabina, Arturo Pérez-Reverte, Torrente Ballester, Juan Carlos Onetti y el actor Miguel Rellán, al que Munárriz pinta prodigiosamente de un solo y certero plumazo: “Rellán es un tipo alto y delgado que te mira, sonríe y pregunta”.

Y, junto a ellos, también están presentes, uniéndose a esta gozosa fiesta literaria, los “secundarios”, los menos populares, los raros, los más desconocidos para el gran público, pero que no desmerecen ninguno de los honores. Nombres como Paco Ignacio Taibo I, Aníbal Núñez o Juan Carlos Laviana. Francisco Umbral dijo del «joven Munárriz», a mediados de los noventa, que hacía un periodismo “ágil, literario, fácil, certero y vivo, lleno de vocación”, adjetivos que, sin excepción, sirven para hoy mismo, casi treinta años después.

A Miguel Munárriz se le nota a la legua cuando no puede —o no quiere— evitar emocionarse. Muchos de los ahí presentes han desaparecido, y en no pocas ocasiones de manera prematura, o cuando aún tenían vida por delante para escribir nuevas obras. Esta emoción se aprecia, al margen, claro, del omnipresente Ángel González, en los casos de Luis Eduardo Aute, Fernando Marías, Manu Leguineche o Concha García Campoy.

El autor de Empeñados en ser felices procura, con buen criterio, mantener a raya el chismorreo. Imagino que Munárriz sabe mucho más de lo que cuenta, pero sabe ponerse límites y líneas rojas para no manchar de tomate su libro, que, en el fondo, aunque hermoso, es muy serio. Sin embargo —y bien que sabemos agradecérselo— no renuncia a contar ciertas anécdotas que hacen que su obra sea mucho más divertida y placentera. Confiesa, por ejemplo, que él es un lector desordenado —no así su biblioteca, que aparece muy bien organizada y limpia como los chorros del oro en esa magistral foto de Palmira Márquez, con Munárriz encaramado en lo alto de una escalera—, y, a continuación, con una gracia increíble, da cuenta del caso contrario: un personaje, al que él pudo conocer, que era ordenado “hasta el delirio”, hasta el punto de que compraba y leía los libros por orden alfabético de autores; por aquellos años aún iba por la “E”. A día de hoy, no sabemos si se ha extraviado en una curva de alguna otra letra del abecedario.

La obra se compone de una “Brevísima explicación” preliminar, el cuerpo propiamente dicho, una bibliografía necesaria y, para concluir, los agradecimientos de rigor. Cada uno de estos capítulos son pequeñas piezas maestras, auténticas joyas independientes del conjunto, aunque todas comparten el mismo aroma, el mismo tono, el mismo clima y la misma suave temperatura. Al autor le toca la difícil tarea de ensamblar cada una de estas piezas para que funcione el conjunto.

Y, de vez en cuando, asoma ese Munárriz que, aunque en apariencia tranquilo, resulta reivindicativo y exigente. Sucede, por ejemplo, cuando habla de la figura del escritor mejicano Juan José Arreola, fallecido en 2001 y “desaparecido del panorama literario hace algunos años sin que se le rindieran los honores que merecía”. Mucho más incisivo se muestra cuando saca a la luz la actitud vergonzosa del Ayuntamiento y la Comunidad de Madrid en el “caso” Almudena Grandes aquel frío día de noviembre de 2021 cuando se marchó para siempre: “Qué gran equivocación la de algunos políticos, qué desorientación la de quienes deberían aparcar ideologías”.

Se trata, en fin, de una obra en la que Miguel Munárriz se somete, sin sonrojo alguno, a un auténtico ejercicio de striptease —según Vargas Llosa, así tiene que ser toda buena novela— y, por ello, no tiene inconveniente en manifestar —y aquí viene el asunto futbolero que se quedó pendiente— que su padre formó parte, como guardameta, de un equipo de primera división asturiano que tuvo los santos “güevos” de ganarle al Real Madrid en el mismísimo Santiago Bernabéu.

Empeñados en ser felices es, además de todo lo apuntado, un libro vitamínico, de esos que no engordan, pero que alimentan. Tan vitamínico como esa patata que inmortalizó, en uno de sus poemas, Fernando Lorenzo, el jovial dueño del pub El Paraguas del Oviedo viejo: “Y por eso, patata, he de cantarte, / comerte, digerirte y… adorarte”.

Una cita extraída de La educación sentimental, traducida del francés por Miguel Salabert para Alianza Editorial, podría servir para dejar bien clara la actitud noble y el compromiso firme de un hombre de la literatura, de un amigo de los libros, de un humanista integral y, sobre todo, de una singular persona como Miguel Munárriz, empeñado en hacernos felices: “Al hundirse en la personalidad de los demás, olvidaba la suya, lo que acaso sea la única manera de no sufrir”.

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Autor: Miguel Munárriz. TítuloEmpeñados en ser felicesEditorial: Aguilar. VentaTodostuslibros

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