El ya lejano eco de los pasos de Calderón de la Barca entre los muros de la Universidad de Alcalá inspiró los versos de La vida es sueño, como aquel en el que decía que “a quien le daña el saber, / homicida es de sí mismo”. En los mismos pasillos universitarios, fruto de la formación exigente, completa y de excelencia que era marca de la casa, aprendió Quevedo que “en el camino de la virtud es perder el tiempo pararse uno”.
Entre todas las figuras que han protagonizado la historia de la Universidad de Alcalá destaca el cardenal Cisneros, promotor y artífice de un libro trascendental: la Biblia Políglota Complutense. Un desafío para la época que nos revela la huella del Cisneros mecenas, del soñador, del visionario que desplegó una intensa labor editorial. Y sobre todo, el Cisneros que alumbró, con su amor por el conocimiento, un proyecto universitario que fue capaz de cambiar el curso de la historia: la Universidad de Alcalá.
La institución que hoy tengo el privilegio de dirigir fue, en aquel momento, la vanguardia en España de las corrientes humanistas y renacentistas de Europa. Sus maestros, sus Constituciones Fundacionales, y su concepto urbanístico y de la vida universitaria sirvieron como modelo para nuevas universidades en distintas partes del mundo. Así, entre los siglos XVI y XIX la Universidad de Alcalá inspiró el nacimiento de incontables casas de estudios en Europa y América.
Cisneros transformó por completo una villa medieval partiendo de los Estudios Generales (los terceros más antiguos del país) que el rey Sancho IV concedió en 1297 y en los que el mismo cardenal había estudiado. La convirtió en una ciudad moderna, la Civitas Dei, la Ciudad de Dios, la primera ciudad diseñada a la medida de las actividades universitarias y con sentido de «Ciudad del Saber», algo que hasta finales del siglo XV no existía y que revolucionó la historia de la Academia.
Es un importante legado que tiene continuidad aún hoy, porque el espíritu propio de aquella «Ciudad del Saber» pervive en nuestros días. Y es justo el hecho de ser patrimonio, patrimonio vivo, tangible e intangible, lo que le valió a la Universidad de Alcalá la distinción, en 1998, como Patrimonio de la Humanidad. Un honor que la hace única en España, y que sólo comparte con otras cuatro universidades: Virginia, Nacional Autónoma de México, Central de Venezuela y Coímbra.
En la Universidad de Alcalá estamos celebrando el 25 aniversario de esta importante decisión de la UNESCO y nos sentimos muy honrados por la oportunidad de compartir nuestra alegría con quienes visitan Zenda, este espacio privilegiado de la cultura en el que me despido agradecido como rector de una universidad vibrante y viva, pero que lleva más de cinco siglos descubriendo “la escondida / senda, por donde han ido / los pocos sabios que en el mundo han sido”, como escribió Fray Luis de León («Vida retirada»), otro de nuestros antiguos alumnos.
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