Aún recuerdo con total precisión el instante en el que me puse delante del ordenador para comenzar a escribir «Mariela envenena mis sueños”. Fue en la primavera del año 2017 en una pequeña habitación de una casa en Crawley, a medio camino entre Londres y Brighton, allí se sitúa el aeropuerto de Gatwick, allí trabajaba como agente de pasaje para EasyJet.
Aquellos días eran grises, y en la mayor parte de las ocasiones estaban llenos de emociones enfrentadas… Altos y bajos como una suerte de montaña rusa a punto de descarrilar.
Pasado el tiempo, al calmarse el camino que me llevó al escritor que soy ahora, me doy cuenta de que aquella locura emocional casi acaba conmigo, y que estuvo más cerca de hacerlo de lo que pensaba; navegué por aguas tan oscuras que no sabía si zozobraría. Tal vez fue una temeridad pero fue necesario bajar al infierno a sabiendas de los peligros que traía consigo. Eso, al fin y al cabo, me dejó tatuadas en el alma cicatrices marcadas por la decepción y avinagradas por los recuerdos. Un todo o nada, de un tahúr de sueños.
En este proceso, sin quererlo y también sin buscarlo, emulé a dos literatos que me marcaron desde la adolescencia: Jack Kerouac y Brian Wilson. Al primero, por escribir mi novela en un arrebato de locura en sesiones maratonianas que duraron cuatro días y cuatro noches sin apenas descanso, encerrado en mi habitación de paredes blancas y moqueta inglesa azul con el cielo apesadumbrado como compañía, mientras la música del último álbum de Bon Iver, el «Pet Sounds» de los Beach Boys y la discografía de Oasis sonando en bucle; respecto al segundo, busqué inconscientemente el mismo parecido con el genio de los Beach Boys en su perfeccionamiento enfermizo, al reescribir la historia de Mariela que me llevó varios años. Estuve quitando y poniendo frases, párrafos y hojas enteras en las que no encontraba ni paz, ni sosiego, en una locura insana de buscar el Santo Grial de la perfección en cada palabra que espetaba como una estaca en el corazón de un vampiro, que era un enemigo incierto, como tal vez hizo en su momento el genio californiano allá por mediados de los años 60 del pasado siglo con cada nota de su inacabado álbum «Smile».
Mariela salió jodidamente cara, me quemó la salud, la autoestima… Todo, fue dolor, tristeza, pero esto, fue mucho antes de comenzar a escribirla, desde el mismo momento en que se coló en mi vida para ponerla patas arriba. La uruguaya indomable fue un torbellino que llenó de intensidad la vida de un aspirante a escritor, en cierto modo como lo fue Marianne para un Leonard Cohen primerizo que solo había escrito un par de poemas en una isla perdida griega.
Mariela desde el comienzo se convirtió en un símbolo absorbente que sirvió para activar la semilla de la escritura una vez más, pero dejando detrás de sí sensaciones tóxicas que lo hacen desde la parte oscura de las emociones, donde reinan el dolor y el rencor.
El proceso de escritura, fue sofocante y lleno de ansiedad, pero todo eso no fue lo peor, lo que me pasó factura fue el proceso de reescribir, mil noches y mil tardes de tonalidad gris, donde lo que valía un día al día siguiente no encajaba. En cada lectura de mi novela, tenía la sensación de que cada vez bajaba más la calidad del texto, pero quizá, eso solo fuese mi mente que me jugaba malas pasadas. La segunda vez que apareció Mariela coincidió con el comienzo de esta etapa, con lo cual todo saltó por los aires, acabando por ser un agujero negro emocional que casi desquebraja mi mente, volver, una y otra vez sobre los textos, era un calvario… Un lugar donde en su fondo se mueve, como una sibilina serpiente, la tristeza de la melancolía, y volví a repasar cada párrafo de este libro que se estaba volviendo indómito y que únicamente conseguí apaciguar con el paso del tiempo.
La marcha definitiva de Mariela, me sacó de delante de los ojos una pequeña cortina de éter que los nublaba y conseguí encontrar la dirección que no había conseguido con su presencia. Una cosa quedaba clara, este libro y la protagonista principal no podían caminar cogidos de la mano, lo que estaba en sus páginas se quedaban en ellas, no tenía cabida en el mundo real que yo quería disfrutar, Mariela sería un personaje único en mi vida literaria, pero fuera de ahí no tenía cabida de ningún tipo y eso fue lo que le dio tanta fuerza a esta aventura literaria en los últimos meses antes de que Editorial Fanes me llamase para publicarla. Al fin había conseguido captar en sus páginas lo que tenía dormido en mi cabeza desde hacía años.
El desamor, el apego, la idealización, la ansiedad son las compañeras más nefastas en el viaje de la vida, pero no lo son tanto en la vida literaria, que dura lo que permanece encendido el ordenador, porque de alguna manera sirven para hacer mover al escritor, conmigo ocurrió, el hecho de agarrarse a ella cegado por esa falsa vitalidad que crees te puede dar es lo que hay que evitar, lo que se escribe en un libro, se queda en el libro. Punto. Conseguir hacer esa separación es una victoria para un escritor realista y emocional como soy yo, como hice con esta primera novela y con los relatos de mi blog y que me costó tanto. Sin duda la mayor de mis conquistas fue saber separar las emociones que escribía en cada página y las que quería que se quedasen conmigo.
Con esto puedo decir, sin que me tiemble la mano, que Mariela es un personaje absorbente como una esponja en esta historia, en mi vida real un personaje funesto, no ha sido buena en absoluto ni jamás lo será. Sin embargo, todo lo que viene después de la publicación de “Mariela envenena mis sueños” es lo mejor. Un montón de puertas que conseguí franquear y que me dibujaron cientos de sonrisas al experimentar estados emocionales saludables casi desconocidos. No hay nada peor que creer encontrar el amor de tu vida cuando no lo tienes dentro de ti, es como un tiro en el pie. Cuando te paras y ves que tienes que comenzar por curar tu alma, ese amor que ansías aparece de la nada, y no necesitas escribir una novela para hablar de él, únicamente lo disfrutas en las cosas más sencillas como una tarde de sábado viendo Netflix juntos en el sofá, un viaje por el reino antiguo de Alejando Magno o una discusión que sabes después se arreglará, el resto es sólo literatura o Mariela, que es lo mismo, ahí os lo dejo.
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Autor: Jordi Cicely. Título: Mariela envenena mis sueños. Editorial: Fanes. Venta: Todostuslibros
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