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La venganza se sirve emplumada

La venganza se sirve emplumada

Como ocurre con la cerámica de Talavera, las cuestiones del intelecto no son cosa menor; dicho de otra manera: son cosa mayor. Y es que, al margen del lógico efecto que mantener determinadas creencias o posturas filosóficas puede suponer en la vida de cada cual —y en la sociedad en su conjunto—, en ocasiones, las diferencias pueden provocar que la cosa se ponga tensa. El astrónomo danés Tycho Brahe (1546-1641) perdió parte de la nariz en una acalorada disputa de juventud sobre matemáticas. Durante una tertulia literaria con el escritor Manuel Bueno (1874-1936), nuestro esperpéntico Valle-Inclán (1866-1936) se quedó sin brazo. Y, según parece, hace unos años dos viandantes rusos terminaron a puño y balazo limpio —de goma, todo sea dicho— tras un debate sobre Inmanuel Kant (1724-1804) cuyo objeto concreto no ha llegado a trascender. Pero, como veremos a continuación, algo quedó claro: el autor de la celebérrima Crítica de la razón pura no es para tomárselo a risa.

Álvaro Cortina (1983) explora las fricciones entre lo material y lo intelectual en Garravento, la garra al viento (Jekyll & Jyll, 2023), inteligentísima vendetta novelada, tan desmesurada como sobresaliente en resultado, ajena a clasificaciones estancas y que dibuja las dinámicas que construyen la amistad, la familia o las relaciones de pareja; para ello, se adentra en los ambientes culturetas y su inherente postureo, en la crítica literaria más agresiva o en la mismísima ufología, y lo hace de forma tan pulcra como desternillante.

"Porque Cortina, profesor de filosofía y crítico literario él mismo, no ha recurrido a la manoseada coctelera, no; ha bordado un mantón de manila"

El pobre Manfredo vuelve de un viaje y se encuentra con que sus tres amigos ilustrados —Constante, Elvira y Ragnarr— han escrito encendidas críticas en sus blogs acerca de su imaginativo ensayo Inmanuel Kant y la vida extraterrestre. La consecuencia: Manfredo cae gravemente enfermo. La consecuencia de la consecuencia: su mujer, la gallega Florinda Delmas, jura vengarse de esos tres traidores, aunque cada uno de ellos resida en una punta de España. El caso es que la revancha de Florinda —cetrera experimentada, mecánica de taller y mujer más corpórea que cerebral— no se quedará en un decir; acompañada de Garravento, brutal y majestuosa águila arpía procedente de las selvas americanas y adquirida de contrabando, se subirá a su moto para iniciar un periplo que la llevará desde Madrid a Zaragoza, Sevilla o las islas Sisargas con un único objetivo: no dejar títere con cabeza.

Porque Cortina, profesor de filosofía y crítico literario él mismo, no ha recurrido a la manoseada coctelera, no; ha bordado un mantón de manila con hilos de ópera de Wagner, del Airbag (1997) de Juanma Bajo Ulloa (1967), temazos de Abba, una pizca de naturalismo a lo Félix Rodríguez de la Fuente (1928-1980) y una dosis más que generosa de divulgación filosófica, y luego lo ha teñido de rojo en una cuba de sangre humana que enorgullecería al Liam Neeson (1952) más vengativo.

"Qué poético ajuste de cuentas el que ha escrito Cortina, qué forma bellísima de crítica al crítico, a la intelectualidad de cartón piedra, a la pose"

Un argumento en apariencia alocado donde cada palabra está medida con precisión científica, cada escena, cada personaje —la propia Florinda y su hermana Violante, el desdichado Manfredo, los eruditos traidores y sus familiares, los raritos de Bilbao— es más extravagante, atrevido e histriónico que el anterior, y que mezcla lo nuevo con lo viejo bajo la siempre saludable bandera de la ironía y el sarcasmo. Y qué lujo, oigan. Hay fugacísimos cameos metanarrativos de escritores como Sara Mesa (1976) o el propio autor. El lenguaje, pretendidamente arcaico, deliciosamente excesivo, juguetón y culto, logrará que lo pase usted en grande contemplando desde la tribuna el descenso a los infiernos de nuestra motorista gallega y su monstruosa ave rapaz —a la que, por cierto, Luis Alberto de Cuenca (1950) le dedica un soneto que sirve de apertura al libro. Y cuando alcancemos el tramo final de la novela el autor nos brindará la oportunidad directa de entender —o no— en qué marcianada consistía la kantiana monografía parida por el bueno de Manfredo.

Qué poético ajuste de cuentas el que ha escrito Cortina, qué forma bellísima de crítica al crítico, a la intelectualidad de cartón piedra, a la pose, a la fingida importancia de la cultura, y qué difícil que un vituperio filosófico con alma de slasher consiga la carcajada. En suma, tiene usted en sus manos una obra sólida por dentro y por fuera, que se nos presenta con una hipnótica portada obra de Alejandra Acosta y Víctor Gomollón que destacará como un faro en su colección libresca. Así que no tema y súbase al vuelo de Cortina, le prometo que no se arrepentirá. Como prometo que esta reseña no se ha escrito bajo coacciones, amenazas ni la escalofriante mirada rapaz de Garravento —especializada en la caza de críticos adversos— desde la estantería. Por supuesto que no.

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Autor: Álvaro Cortina. Título: Garravento, la garra al viento. Editorial: Jekyll & Jill. Venta: Todos tus libros.

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